Las colmenas de abejas viven una época de gran agitación: la vieja reina se va, acompañada por unos cientos de zánganos y de obreras, y, poco después, nacen las nuevas reinas, de las cuales sólo una, la primera, sobrevivirá y fundará su propia colonia; las demás perecerán asesinadas por su hermana. Este es el momento que aprovechan los apicultores para conseguir nuevos enjambres, una operación que se realiza principalmente en el mes de junio, aunque puede adelantarse a finales de mayo o retrasarse a primeros de julio según cómo venga la estación y en razón de la altitud. El momento idóneo se advierte por la propia actitud de los insectos, que se muestran inquietos y se agolpan en el exterior de la colmena; para hacerse con el enjambre, el apicultor debe ofrecerle un habitáculo, que se unta en miel o se frota con melisa o «abeyera», una planta rica en néctar y de intenso olor a limón que resulta muy atractiva para los himenópteros («melissa» significa «abeja melífera» en griego). También se tiene la costumbre de golpear el recipiente («truébano» o «trobo») con una piedra porque se dice que el ruido incita a las abejas a moverse y ocuparlo.

l Abejeros. Mientras se suceden esos acontecimientos en las colmenas, llega a la región una de las aves más singulares de nuestra avifauna; peculiar, precisamente, porque se alimenta de larvas, pupas y adultos de avispas, abejas y otros himenópteros sociales. No es lo único que come (también atrapa otros insectos -por ejemplo, aprovecha los enjambres de hormigas voladoras en julio y en agosto-, caza ocasionalmente anfibios, reptiles y pequeños pájaros y mamíferos, consume algunas frutas e ingiere pequeñas cantidades de miel de los panales que asalta), pero su morfología está adaptada a esa dieta especializada; así, sus patas resultan más aptas para excavar (con el fin de desenterrar las colmenas, hurgando en ocasiones hasta casi medio metro de profundidad) que para matar (también inspecciona los huecos de los árboles con una conducta que evoca la de los loros) y las plumas cortas, duras e imbricadas de la parte frontal de la cabeza, a modo de escamas, constituyen un eficaz escudo frente a las picaduras, del que también disponen las patas. Además, parece que sus plumas se hallan recubiertas por una secreción que le protege de los aguijones de los insectos.

Para dar con las colmenas, el abejero europeo observa la conducta de los insectos y sigue a las obreras que regresan a la colonia; generalmente, las localiza en vuelo, a baja altura, pero también puede realizar esa inspección desde posaderos. Cuando las abejas y las avispas abundan, la búsqueda cubre territorios de unos 10 kilómetros cuadrados; en años de escasez, ese área de campeo puede cuadriplicarse. Sus territorios comprenden superficies arboladas, que esta rapaz necesita para anidar, y claros, en los cuales obtiene una gran parte de sus presas.

La tardía llegada de esta especie, generalmente en mayo (aún se registró la entrada de pequeños grupos en los últimos días del mes), está sincronizada con el período de mayor abundancia de larvas de himenópteros. Sus hábitos migratorios también están relacionados con su principal fuente de alimento, que desaparece durante los meses más fríos del año. Esa misma pauta se observa en los abejarucos -representados en España por el abejaruco europeo, ocasional en Asturias-, otros especializados depredadores de himenópteros (forman entre el 20 y el 96 por ciento de su dieta, que completan otros insectos voladores), hasta el punto de que la distribución de las distintas especies se superpone a la de las abejas nativas, lo cual sugiere una evolución conjunta de ambos grupos.