Gijón, J. MORÁN

El alzamiento militar del 17 y 18 de julio de 1936 y el subsiguiente estallido de la Guerra Civil española -hace ahora 75 años- cayeron como un filo cortante sobre la vida de asturianos que o bien vieron interrumpida su vida de adolescentes o bien cercenaron ideales y querencias republicanas. Así lo evocan el gijonés Miguel Fanjul o el naviego Ángel de Anleo, que relatan a LA NUEVA ESPAÑA aquel arranque de la contienda, cuando contaban, respectivamente, 13 y 16 años de edad.

Fanjul, nacido el 18 de mayo 1923 en Gijón, recuerda de modo diáfano que «el 17 de julio, viernes, estaba en el balneario de Las Carolinas, en la playa de San Lorenzo, y un amigo de mi padre le dijo: "Oye, que se ha sublevado el Ejército de África". Fue la primera noticia que tuve. Mi padre, que trabajaba en la industria Zarracina, era de derechas». El siguiente recuerdo de Miguel Fanjul data del domingo 19: «No fuimos a misa porque empezó a verse movimiento de milicianos armados, con pañuelos y banderas de la CNT, y por precaución no salíamos de casa, en Cimavilla, o andábamos sólo por los alrededores».

Curiosamente, la memoria de Ángel de Anleo sobre la Guerra Civil arranca también de una misa. «El primer recuerdo que tengo es que el 18 de julio llegó mi madre llorando de misa, porque le había dicho la maestra jubilada que tuviera cuidado con Angelito, conmigo, porque me gustaban mucho los libros y los libros eran muy peligrosos».

Aquella maestra «llegó a ser la suegra de Arias de Velasco, jefe de la Falange en Oviedo, y otra hija suya se casó con Sabino Álvarez- Gendín, el rector de la Universidad de Oviedo». Lo que sucedía es que Anleo «fue un lugar de encuentro de altas jerarquías de la Falange y recuerdo que cuando fusilaron al rector Alas, Gendín estaba en el pueblo», rememora Ángel de Anleo.

En Gijón, en aquellas primeras jornadas de la guerra, «la cosa se puso más grave cuando el martes 21 de julio se subleva el cuartel de Simancas y empezó un movimiento distinto», explica Miguel Fanjul. Hasta entonces, «los milicianos, que tuvieron armas en seguida, habían empezado a controlarlo todo, y de forma defensiva, porque ya temían que se iba a sublevar el Simancas».

Pero el asedio al Simancas, que iba a durar un mes, «ya sucedía en Bajovilla, mientras que Cimavilla había quedado tranquila después de que el cuartel de carabineros, que estaba en la plaza de Jovellanos, se mantuviera leal a la República, y entregara las armas el destacamento del regimiento de Simancas que había en el fuerte de Santa Catalina». En consecuencia, «la pandilla de amigos nos movíamos por Cimavilla sin problemas». No obstante, en toda la ciudad se producían «las requisas de las tiendas, de las que se hizo cargo el Gobierno frentepopulista; un tío mío tenía una zapatería y se lo llevaron todo, eso sí, con vales, y a otro tío con una camisería, lo mismo».

La tienda de comestibles de la familia de Miguel Fanjul, en Cimavilla, también corrió la misma suerte. «Se hizo cargo de ella un comité, con un delegado y ocho empleados que repartían los suministros con cartillas de racionamiento». En aquellos días, el vecindario preguntaba: «¿Qué dan hoy en el comité?», y la respuesta era: «Hoy una escoba, o un kilo de manzanas, o dos de peras», evoca Fanjul.

Hubo también momentos de miedo cuando «empezaron a decir que si mi padre era de derechas, y entonces él, mi madre y mis cuatro hermanos bajaron a vivir a casa de mis abuelos, en la calle del Buen Suceso, durante unos meses».

Entre tanto, en Anleo, «el primer impacto de la guerra que yo tuve fue cuando se oyó la explosión del puente de Navia, el día 3 de agosto, que volaron para evitar la llegada de las tropas nacionales, las columnas gallegas mandadas por el coronel Ceano», señala Ángel de Anleo, quien agrega que «a los dos días tenía yo en mi casa el piquete de ejecución, así, como suena».

Aquel muchacho republicano «tenía mala fama porque había puesto una bandera tricolor en casa y en mi bicicleta y leía libros peligrosos». En efecto, «meses antes de la guerra le había prestado libros a un mutilado de la Legión que se las daba de republicano y que vivía en una casa abandonada del pueblo», evoca Ángel de Anleo, que leía a «Eugenio Sue, Víctor Hugo, Tolstoi, o folletos sobre la Revolución de octubre de 1934».

Así, «el día que se presentan los falangistas en mi casa vienen a por los libros y les entrego unos cuantos, pero sacaron una lista que el mutilado les había dado». Pero el suceso no quedó ahí porque «a los pocos días se presenta en casa, al amanecer, el mayor terror, que se llamaba el coche negro del cangrejo colorado, ya que tenía cangrejos pintados en las puertas». Aquel vehículo «recorría el occidente de la región y de él se bajaban los asesinos de muchos asturianos republicanos, y hubo gente que se tiró al monte por miedo a ese coche».

Gijón, J. M.

El día que el coche negro con el cangrejo colorado, «en el que venían los asesinos falangistas», llegó a la casa de Ángel de Anleo, «el loro de la familia gritó "¡viva la República!", porque era lo que siempre hacía cuando veía llegar un coche al pueblo; yo le había enseñado porque cuando lo trajeron de América decía "¡viva el Rey!"». La madre de Ángel de Anleo «estaba loca con el loro y lo escondía y tapaba con un colchón y mantas, para que no se le oyese», agrega el joven republicano, que, no obstante, aquel día, con el vehículo negro llegando, escuchó «algo que se me quedó grabado: el grito de mi madre "¡huye, hijo!"; no hay grito de madre más terrible». Ángel de Anleo se tiró por una ventana y huyó al monte, «pero me fue a buscar un criado de casa y me dijo que iban a fusilar a mi padre si yo no me presentaba». Su padre, Ángel González, era un «antiguo indiano y republicano moderado». Ángel de Anleo decide presentarse en Navia, «ante un tribunal presidido por el coronel Ceano». Allí plantado, «se me quedó grabada la exclamación del coronel Teijeiro, al que luego tuve que ver tantos años en bronce en Oviedo: "Pegadle cuatro tiros a este muchacho"». Pero, por fortuna, en el tribunal estaba «el comandante de la Guardia Civil de Navia, Álvaro Cuesta, abuelo del Cuesta del PSOE; Dios lo bendiga, porque a la defensa que hizo de mí le debo la vida», evoca Ángel de Anleo, autor de varios libros sobre sus experiencias en la Guerra Civil.