A poco más de dos meses para las elecciones generales, más que la acciones del Gobierno lo que proliferan en Asturias son las polémicas, en muchos casos estériles, los golpes de efecto de cara a la galería propiciados por el propio Ejecutivo autonómico, aparentemente preocupado en exceso por lo que pueda pasar el próximo 20 de noviembre. La política asturiana está supeditada a los comicios legislativos. En otras regiones también, pero menos. Aquí, los resultados electorales de mayo y la ausencia total de acuerdos de gobernabilidad propician una situación especial, complicada, en la que casi nada se mueve y todo se circunscribe a aparentar más que a producir, a disimular antes que a sacar adelante los proyectos comprometidos.

Nadie duda de las buenas intenciones de los políticos asturianos. Lo que falta ahora es que pasen ya de las buenas palabras, de las teorías, a los hechos. Si no lo hacen, y pronto, empezando por supuesto por quien tiene que llevar la iniciativa, el Gobierno del Principado, no debería de extrañarles que la sociedad asturiana acabe echándoles en cara un exceso de electoralismo que lo único que hace es perjudicar al Principado en unos momentos tan críticos como los actuales.

Por supuesto que los comicios del 20-N son muy importantes para España y para Asturias, pero no hasta el extremo de que estén por encima de la gobernabilidad de Asturias. Los asturianos votaron en mayo lo que votaron y la responsabilidad de sus representantes en las instituciones es encontrar vías de encuentro que permitan que haya un Gobierno que gobierne. Asturias no puede estar pendiente sólo de lo que vaya a pasar el 20-N. No puede quedar al albur de los intereses partidistas de unos y otros.