En estos días se cumple el 75.º aniversario del comienzo del frente de Ventana, constituido por el Comité de Guerra republicano para defender los concejos de Teverga y Quirós. Falangistas y soldados nacionales se habían apoderado de las cumbres de las Ubiñas, Socechares y Ferreirúa y las milicias populares se aprestaron a desalojarlos hacia Babia.

Una de las mayores preocupaciones -además del «pasillo de Grado»- que tenían los dirigentes del Comité de Guerra de Asturias, y también la comandancia de Quirós-Teverga, era la defensa de la cordillera Cantábrica. Entendían que, tarde o temprano, al margen de las columnas gallegas que entraban por el Occidente, los ataques de las tropas nacionales para penetrar en la región se producirían por el Sur, a través de puertos, collados y montañas.

Para entonces, las escuadras de la Falange de León ya habían tomado posiciones en varios lugares estratégicos en las cumbres, incluso con el emplazamiento de dos ametralladoras y un importante contingente que se desplegaba desde Socellares hasta La Ferreirúa y, sobre todo, por las crestas y farallones de las Ubiñas. El frente de Ventana estaba comprendido entre el Huerto del Diablo, en términos de Quirós, y Carbacedín, en Teverga, a través de Trobaniechu, Ventana y La Ferreirúa.

El Comité de Guerra sabía de la importancia que tenía la defensa de toda esta línea. Al igual que la que continuaba hacia los concejos de Lena, por las Ubiñas, y la que coronaba la Cordillera hasta Santa María del Puerto, en Somiedo, por los lagos de Camayor y Picos Albos. Una importante zona a defender -queda dicho- la presentaban también los lagos de La Cueva, Cerveriz, La Calabazosa y El Valle, toda vez que sus aguas abastecían las centrales hidráulicas de La Malva y de La Riera y, por lo tanto, aseguraban el suministro de energía eléctrica.

Las primeras escaramuzas se produjeron a finales del mes de agosto y principios de septiembre, al percatarse los republicanos de la presencia de las escuadras falangistas en algunos puntos de la divisoria, sobre todo de las tiendas de campaña instaladas en el alto del puerto Ventana y de las trincheras excavadas en la cumbre de Socechares. Localizadas sus fuerzas y el número aproximado que las formaban, se instaló un primer retén en los invernales de La Puerca, teniendo como acceso al puerto el camino real de la braña de Las Cadenas y los tramos que se estaban abriendo en la nueva carretera a través de Montegrande. Durante ese tiempo no se tienen noticias de bajas en ninguno de los dos bandos, pero sí de numerosas voces e insultos que se lanzaban unos a otros, con disparos aislados sin tener un claro objetivo.

Aunque formados con anterioridad algunos grupos, los batallones de las milicias populares -encuadradas en el Ejército del Norte- que defenderían el frente de Ventana y de Somiedo comenzaron a prepararse y a estar operativos a partir de principios de octubre. Para la defensa de Quirós y de Teverga había sido asignado el batallón «Asturias-39». La primera y segunda compañías, que operarían en el sector quirosano, estaban al mando de los capitanes Jesús Rodríguez Fernández y Ovidio Álvarez Barrio, ambos del pueblo de Muriellos. El total de sus efectivos entre oficiales, suboficiales y clase de tropa era de unos 300 hombres, la mayor parte quirosanos, pero también de Babia y de otras partes de Asturias y del resto del país.

Por su parte, la tercera y cuarta compañías del sector tevergano estaban mandadas por los también capitanes Francisco Fernández García («Pachín el de Bárzana») y Ángel Suárez Suárez («Angelín el de Prao»), ambos a las órdenes del capitán jefe Rafael Barredo («Falín el de Grao»). Meses más tarde se incorporaría Amadeo Tuñón, del pueblo tevergano de Fresnedo, como comisario socialista con el rango de capitán.

El total de los efectivos de las milicias populares del sector tevergano, en marzo de 1937, era de 2 capitanes, 6 tenientes, 2 brigadas, 7 sargentos, 24 cabos y 261 soldados. El cuartel lo tuvieron en el palacio de Entrago, en cuya explanada realizaban la instrucción y las maniobras. Estas tropas serían más adelante acuarteladas en una casa de La Plaza previamente requisada.

El comandante del batallón era David Antuña (dirigente socialista) y la comandancia general estaba a cargo del comisario político Ángel Rivero, perteneciente a las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC). De las cuatro compañías, salvo para la operación de la batalla de Ventana, en la que estuvo una buena parte del grueso del batallón, sólo operaban dos: una en cada sector. Esto es, mientras dos de ellas se encontraban en el frente, las otras dos se replegaban a sus acuartelamientos, relevándose unas y otras cada semana. En cuanto al armamento, a muchos soldados de las milicias populares que se habían presentado sin ningún tipo de arma de fuego, con sus escopetas de caza y otros con armas diferentes escondidas de cuando la Revolución de Octubre, se les suministraron mosquetones «mauser» que habían llegado a Gijón desde México.

El servicio de abastecimiento para aprovisionar a todo un batallón no era tarea fácil. Primero, por la cantidad de víveres que había que suministrar todos los días y, segundo, por las dificultades que presentaba un terreno angosto a través de un camino de herradura. Las provisiones llegaban a Páramo y a Ricáu en furgonetas o camiones y, desde ambos pueblos, una reata de mulos y caballos era la encargada de subir los alimentos y bebidas hasta Trobaniechu. En este lugar se había establecido la cocina principal, que corría a cargo de cuatro cocineras -dos de Villamarcel, una de Ricáu y la otra de Ronderos- utilizando una casa anexa a la ermita. El recinto sacro quedaba como dormitorio de la tropa. En la zona tevergana, desde el mismo pueblo de Páramo, las compañías tercera y cuarta eran suministradas en la braña de Las Navariegas, a través de La Focella, tomando el camino real de Presorias para evitar el paso del río en el desfiladero de Estrechura. En algunas ocasiones, se hizo desde el propio pueblo de Páramo. La comida -según cuentan los combatientes- era buena y abundante con café con leche y pan, sopa, carne, cocido, algunas veces vino, poca fruta y ese licor llamado «saltaparapetos» que daban a los centinelas para combatir el frío durante las dos horas que duraba la vigilancia.

A medida que se iban estableciendo en los lugares estratégicos las milicias populares, comenzaban las labores de fortificación y defensa con la construcción de trincheras, corros, parapetos y oquedades abiertas en la peña, que servían de refugio y para resguardar víveres y municiones. Dichas defensas, construidas a lo largo de todas las lomas y enclaves de gran visión panorámica, recorrían la línea desde el mismo Trobaniechu, donde se había construido un polvorín, hasta las defensas del Pico Carbacedín, en el límite de los concejos de Teverga, Somiedo y San Emiliano de Babia. El verdadero frenesí de la construcción de fortificaciones dio comienzo en la primavera de 1937, cuando se temía un ataque masivo de las fuerzas falangistas y de la compañía de soldados destacados en la zona.

Para su construcción, además de los trabajos de los propios soldados, se había solicitado la ayuda obligatoria de la población civil mediante un decreto llamado de «las sesenta horas». Era el tiempo que debería emplear un vecino requerido por el Frente Popular, de cualquiera de los pueblos, en los trabajos encomendados y en el lugar señalado en la convocatoria a la que debería asistir provisto de herramientas. Las labores de fortificación resultaban penosas por lo escarpado del terreno y la dureza del suelo, en cuyas excavaciones hubo de emplearse algunas veces dinamita.

Las tropas nacionales establecidas en Babia lo tenían un poco más fácil, al poder acceder en camiones hasta el alto del puerto Ventana. No hubo convocatorias escritas por parte de los nacionales, pero sí se obligó a vecinos de los pueblos a trabajar en las trincheras de Ventana, Socellares, las Ubiñas, Las Becerreras, El Regañón, Las Coronas, La Campana y Picocastro. Algunas de estas trincheras y fortificaciones abiertas por las escuadras de falangistas, o a requerimiento de ellas, sirvieron a las milicias populares en sus avances, tales como las de Regañón, Las Coronas y La Campana.

El frente de Ventana fue decisivo hasta su abandono por parte de las milicias populares el 21 de octubre de 1937, con el avance de los legionarios falangistas de la bandera de Lugo.