En estos días se habla de listas y de candidatos. Con la convocatoria de las elecciones, incluso antes, se inicia un ritual democrático que concluye con la proclamación de los nuevos diputados, que habrán de elegir al presidente del Gobierno, y los senadores. En el sistema político español, la selección de los candidatos es una función que los partidos desempeñan en régimen de monopolio. Los socialistas catalanes se plantean seguir el ejemplo de sus homónimos franceses, que acaban de designar a su candidato a la presidencia de la República mediante una votación en la que han participado más de dos millones de ciudadanos, una cifra equivalente al número de afiliados multiplicada por diez, que sólo han tenido que suscribir la filosofía política del partido y aportar un euro. En España, los partidos presentan las candidaturas cerradas y bloqueadas, y lo único que pueden hacer luego los votantes es elegir entre varias siglas. Más que una elección, el voto es una confirmación. Todo pasa por la decisión previa de los partidos. Resulta poco menos que imposible que un candidato prospere si no es formando parte de una candidatura de partido, sobre todo en las elecciones al Congreso, y al elector dispuesto a votar no se le concede más opción que escoger una lista tal como se la propone el partido. Los dirigentes quitan y ponen candidatos, y cuando éstos son ya diputados deben someterse a la disciplina férrea del grupo parlamentario, vale decir del partido, si quieren sobrevivir en el cargo.

Así las cosas, los electores suelen seguir a distancia, con cierta indiferencia, la preparación de las candidaturas. Sólo prestan atención cuando las pretensiones de unos y otros chocan y surgen tensiones. Saben que se trata de un asunto interno de los partidos y que a ellos les toca intervenir en una fase posterior del proceso electoral. En este punto debe mencionarse el empeño de algunos partidos minoritarios, como UPyD y EQUO, por hacer partícipes a sus afiliados y simpatizantes en la nominación de sus candidatos. No es el caso de Foro Asturias, que se define como un movimiento de rebeldía cívica, no se cansa de denunciar los vicios del bipartidismo que domina la política regional y, sin embargo, ha elaborado su lista como a escondidas.

Los ciudadanos asumen con melancólica resignación este estado de cosas. Lo que ha suscitado todo tipo de comentarios entre los asturianos a propósito de las listas presentadas es la edad de los candidatos y la interminable trayectoria política que hay detrás de ella. En efecto, los cabezas de lista de los principales partidos han dedicado toda su vida adulta a la política, si acaso con muy breves interrupciones. Todos superan los 50 años y su edad media es unos diez años más avanzada que la edad media de los diputados españoles. Vivieron su época de esplendor en la última década del siglo pasado y ahora se encuentran de nuevo en la primera fila de la política asturiana. Tienen, por tanto, una gran experiencia acumulada en diferentes puestos representativos y de gobierno. Pero los asturianos tuercen el gesto porque temen que eso les haya convertido en políticos apoltronados, cada vez más encerrados en su mundo y distanciados de los ciudadanos, y ven frustradas sus expectativas, siempre vivas, a pesar de todo, de una renovación de la clase política al ritmo de los cambios y las nuevas demandas sociales.

El tema de la edad de los políticos es de los llamados por Norberto Bobbio «recurrentes» en la historia de la teoría política. Conviene abordarlo evitando los mitos y equívocos más frecuentes. Un político no es mejor o peor porque tenga más o menos edad. Por lo general, la edad suele dar experiencia, algo siempre útil para la política, pero el ejercicio continuado del poder suele restar capacidad de innovación, una cualidad muy aprovechable especialmente en coyunturas de crisis. La ansiada renovación de la clase política no tiene por qué llegar necesariamente de la mano de políticos más jóvenes. La élite parlamentaria española es de las que más se renuevan en Europa, debido sobre todo a la escalada política de las mujeres y las crisis internas que los partidos sufren después de las derrotas electorales, pero la edad media de los diputados ha aumentado ligeramente desde 1977. Las próximas elecciones generales podrían traer la renovación completa de los diputados por Asturias en el Congreso, debido a las sustituciones efectuadas en las listas y a la previsible ocupación de algún escaño por Foro Asturias, pero nuestra representación parlamentaria podría ser también la de mayor edad y más tiempo acumulado en la vida política que hayamos tenido. Así pues, en la relación de la política con la edad no hay regla infalible. La asociación establecida entre ellas por diversos tópicos quedó ridiculizada en 1984, en Kansas, en el segundo debate televisado de las presidenciales americanas de aquel año. El candidato demócrata, Walter Mondale, de 56 años, preguntó a Reagan, de 73 años, si no tenía demasiada edad para optar a la reelección. El candidato republicano replicó, burlándose de él, que prefería no hacer cuestión de la edad para no abusar de su inexperiencia. La respuesta de Reagan fue jaleada por el público presente y en ese momento se dio por concluida la campaña demócrata. El día de las elecciones Mondale sólo pudo ganar a Reagan en Minnesota, su estado natal.

Entonces, ¿es una mera casualidad, sin mayor significación ni trascendencia, que las listas en Asturias estén encabezadas por candidatos de edad avanzada, protagonistas de la política asturiana hace ya incluso tres décadas? O el hecho indica algo, sin que sepamos muy bien qué. La coincidencia de políticos veteranos en los primeros puestos de las listas entre las que se repartirán los escaños levanta sospechas y da pábulo a diversas hipótesis sobre los partidos y el poder, las relaciones intergeneracionales en la sociedad asturiana o los estratos más profundos de nuestra cultura política. Podría ser que en Asturias, como en España, según afirmaba días atrás Emilio Lamo de Espinosa, aún no hayamos abandonado la etapa de «la democracia antifranquista que ve el mundo por el espejo del retrovisor para pasar a otra, democracia a secas, que mira de frente al futuro». La singular circunstancia puede ser fruto de una coincidencia casual o una consecuencia lógica del devenir histórico. El hecho es que Asturias se está convirtiendo en una comunidad con numerosas peculiaridades. Aquí la juventud mejor preparada, de cuya suerte tanto nos lamentamos, se pone al servicio de la experiencia o toma el camino de salida. Pero, ¿no nos convendría que sucediera al contrario? Esto es, pensando en el futuro de Asturias, ¿no sería mejor para la región que la experiencia se pusiera al servicio del conocimiento, las actitudes innovadoras y la energía de una nueva generación de líderes políticos que aguarda a que llegue su oportunidad?