Oviedo, Eloy MÉNDEZ

El silencio manda ventanas adentro del despacho que Xosé Antón Suárez Puente tiene en el edificio «Santiago Gascón» del campus del Cristo, donde el joven profesor del departamento de Bioquímica y Biología Molecular consume doce horas diarias como miembro del grupo que dirige el catedrático Carlos López Otín, referencia mundial en el estudio de genes para combatir diferentes patologías. «Si no estás enamorado de esta profesión, es imposible quedarte en ella muchos años», sostiene, mientras echa un vistazo a la calle, donde la vida pasa en callado movimiento, como por delante de un microscopio. Después, se pone a hablar de colagenasas y ni siquiera su elevada modestia tapa la brillantez de un científico que se afana por descifrar el origen de enfermedades como el cáncer. Una batalla que dirime desde un laboratorio y con la escasa recompensa que España concede a sus primeras mentes.

Que Suárez Puente llegaría lejos era cuestión de poco tiempo. Con apenas 19 años, su padrino científico se fijó en él durante unas prácticas en la Facultad de Biología y lo incluyó en su equipo de investigadores. «Trabajar con Carlos es un placer», asegura ahora, convertido en apoyo fundamental de López Otín. Sin embargo, hubo un tiempo en el que sus caminos se separaron por las ganas de conocer mundo del aprendiz, que se fue a hacer las Américas nada más acabar su tesis sobre «Genes implicados en el cáncer de mama». Pasó cuatro años en el Scripps Research Institut de San Diego (California), donde estudió el mecanismo que siguen los tumores para conseguir su letal propósito a través de la formación de vasos que los comuniquen con el torrente sanguíneo. En Estados Unidos, aprendió también que «la constancia lo es todo». Además, descubrió que, como docente, su labor debía incentivar la curiosidad de sus alumnos. «No me gusta contar lo que ponen los libros, sino trabajar para escribir libros nuevos», afirma, sin pestañear.

Regresó a su Oviedo natal en 2002 con un «contrato Ramón y Cajal» para reincorporarse de manera definitiva al grupo donde siempre ha sido feliz. Se acababa de hacer pública la secuencia del genoma humano y las posibilidades que se abrían eran infinitas. Él optó por centrarse en las proteasas, proteínas que cortan a otras proteínas y que son claves para entender cómo avanzan los cánceres y, por lo tanto, cómo pueden dejar de avanzar. «Por entonces, sabíamos que existían 70. En pocos años, y gracias al análisis exhaustivo del genoma, llegamos a las 570», explica. La comparación con modelos animales, como los ratones, también fue determinante. «Hicimos avances extraordinarios desde el punto de vista del análisis evolutivo», añade. Así, comprobaron cuáles son las ventajas e inconvenientes de muchos tipos de genes en los procesos fisiológicos y patológicos, algo fundamental con vistas a las dos líneas de estudio que actualmente ocupan los días del grupo y que lo han encumbrado dentro de la comunidad científica internacional.

Porque lo que ocurre entre las cuatro paredes del edificio «Santiago Gascón» traspasó fronteras hace tiempo. De hecho, las indagaciones sobre el origen de afecciones hereditarias con causas desconocidas, como algunos tipos de cáncer de mama y un grupo de enfermedades catalogadas como raras, han conseguido amplio eco en las revistas especializadas más prestigiosas. El trabajo que desarrollan al respecto los colaboradores de López Otín, en constante contacto con las doctoras del Hospital Central Pilar Blay y Milagros Balbín, se basa en secuenciar el genoma del paciente y el de sus familiares para identificar los cambios que desencadenan el origen de la patología. Los avances han sido espectaculares.

Gracias a este procedimiento, Suárez Puente y sus compañeros han conseguido, por ejemplo, descubrir los secretos de un mal que causa envejecimiento prematuro desde la niñez. Para ello, estudiaron el caso de los dos únicos españoles que lo padecen y el de sus allegados y lo bautizaron, en su honor, como enfermedad de Néstor-Guillermo. «Por primera vez en nuestro país, se consiguió dar con los motivos de una patología hereditaria», explica el ovetense. El siguiente paso debe ser encontrar el tratamiento que la combata. «Da vértigo ver cuánto hemos avanzado en poco tiempo», añade, poco después de cumplir 41.

Su otra gran ocupación ahora es avanzar en las causas del cáncer en general. Para ello, estudia por qué se produce la acumulación de mutaciones en las células. Es decir, por qué una que está sana se transforma en tumoral. El equipo al que pertenece Suárez Puente colidera un consorcio nacional que investiga los motivos de la leucemia linfática crónica y que, a su vez, pertenece a una gran agrupación de países que se dividieron -tras el abaratamiento de la secuenciación del genoma- el estudio de las cincuenta clases más comunes de esta patología. «Hemos descubierto que la leucemia provoca hasta mil cambios en el genoma», explica.

Un hallazgo conseguido tras el desarrollo de «sidrón», un algoritmo que él y su compañero Víctor Quesada tardaron en desarrollar años y que recogió la revista «Nature». Ahora, han detectado setenta genes que contribuyen al desarrollo de este cáncer tras estudiar a cien pacientes. Toda esa información, depositada en bases de datos públicas, permitirá más pronto que tarde salvar vidas. «Sólo eso justifica todo lo demás», dice Suárez Puente, contrario a que nadie lo llame héroe por hacer lo que le gusta.

Invertir en formación. «Lo que realmente hay que hacer en Asturias es invertir de una vez por todas en formación. Prefiero mil veces que se levante un centro en el que los jóvenes hagan robots a que se gaste el dinero en infraestructuras, muchas veces innecesarias». Xosé Antón Suárez Puente cree que una sociedad sólo avanza si ayuda a sus talentos y, por eso, considera secundario gastar el presupuesto «en construir autovías que llegan a todos los pueblos» o en diseñar «campos de fútbol al por mayor que, muchas veces, se quedan vacíos cuando acaban las obras».

Apoyar las investigaciones. Aunque parezca mentira, casi todo el sueldo que recibe Xosé Antón Suárez Puente de la Universidad de Oviedo procede de su condición de docente y no de las investigaciones en las que participa, que han situado al departamento de Biología Molecular y Bioquímica en la vanguardia internacional. «Los científicos solemos ser gente más bien tímida, nos cuesta hablar, al contrario que ocurre con los políticos. Pero no estaría de más que nos pusieran a la altura de otros países, como Alemania, donde realmente se apuesta por nuestro trabajo», razona.

Mejor conciliación familiar. El joven científico es padre de dos niñas. Su mujer trabaja en su mismo departamento y, muchas veces, es complicado atender la vida familiar sin descuidar la profesional. «Siempre ando de un lado para otro, con la lengua fuera. Por lo menos, tengo la enorme suerte de que me encanta lo que hago. De todas formas, no estaría mal que se ayudara un poco más a los padres trabajadores», razona. Por lo menos, reconoce que le queda el fin de semana para disfrutar de sus dos pequeñas. Estaría encantado de que llevasen en los genes su pasión por la ciencia.