Oviedo, Eloy MÉNDEZ

Adam Bowen llegó a Asturias hace tres semanas y ya se siente «como en casa». Este estadounidense, que ayer cumplió 21 años, vivirá alojado hasta finales de mayo en el piso que Ramón Estrada y Gloria Rubio tienen en la calle La Luna de Oviedo, para cursar sus estudios de Filología Hispánica, gracias al programa de acogida para estudiantes extranjeros que coordina la Casa de las Lenguas, organismo dependiente de la Universidad de Oviedo. El matrimonio, que ronda los setenta, recibe a cambio la compañía de un joven que «nos alegra la vida» y 600 euros al mes «que nos vienen de lo lindo». El chico, que les llama papá y mamá, está encantado con el trato que recibe de su familia española y se ha propuesto aprender a cocinar arroz con leche antes de regresar al Calvin College de Michigan.

«Empezamos a acoger chavales hace catorce años, cuando nuestros dos hijos se fueron de casa, y desde entonces no hemos parado», asegura la mujer, sentada en el sofá, mientras los tres siguen por la tele un partido de tenis. Por el hogar, de techos altos y seis habitaciones, además de salón, cocina y baños, han pasado alumnos japoneses, norteamericanos, bielorrusos y hasta una eslovena. «Alguno se queda todo el año, otros vienen por seis meses. Pero a todos les cogemos muchísimo cariño», añade su marido, comercial jubilado, que mantiene contacto por internet con la mayoría de ellos. «Sólo tuvimos problemas con uno, que bebía como si no hubiera alcohol en Estados Unidos», añade.

Por eso, cada vez que la Universidad anuncia una nueva edición del programa, como ocurrió hace una semana, rellenan el formulario correspondiente para solicitar a un nuevo huésped. Gestión que ya han realizado, aunque el plazo finaliza el 15 de febrero. «Cuando llega uno, le doy las llaves y le dejo libertad total, siempre y cuando cumpla con lo mínimo», explica Rubio. A cambio, le provee de todo lo necesario. «Les hago bocata si se van de excursión y les pongo la lavadora todos los días. Si hay lentejas, echo un puñado más. La verdad es que no dan nada que hacer», razona.

Bowen asiente cuando la escucha. «La comida está riquísima», aclara el joven, de origen californiano y que hasta hace unos días residía en un pequeño apartamento para estudiantes situado junto a su campus, aunque su familia tiene una pequeña casa con jardín y piscina cerca de la costa del Pacífico. Como él, otros 22 estudiantes procedentes de su misma Universidad conviven desde principios de enero con familias asturianas. Casi todos estudian Filología, aunque también los hay en Bioquímica o Historia. «Nunca antes había estado en Europa y decidí venir para perfeccionar el idioma», afirma, tras aclarar que la carrera en su país se llama Relaciones Públicas y Español.

Cada mañana desayuna con sus padres adoptivos por un cuatrimestre y se desplaza hasta el campus del Milán, donde recibe clases de distintas materias. «Son bastantes fáciles, pero mejor así», dice sonriente, mientras afina el piano colocado junto a una de las paredes del comedor. «Esta vez nos ha tocado muy listo, sabe hasta música», comenta la mujer. El resto del día lo dedica a estudiar y a relacionarse con el resto de sus compañeros, tanto en la Iglesia calvinista a la que acude a rezar una vez por semana como «en la cervecería».

«Además de inteligente es bastante ordenado», aclara Estrada, mientras enciende la luz del dormitorio donde estudia y duerme el alojado, que anteriormente ocupó la hija del matrimonio, hasta que se fue a vivir con su pareja. «Los viernes vienen ella y el hermano y comemos todos juntos, nos encanta el ambiente familiar», explica la mujer. Por eso, seguirá recibiendo a extranjeros «mientras el cuerpo aguante». «Necesitamos juventud con nosotros», añade. Después, se mete en la cocina para preparar la cena. «Charlamos un poco y todos a la cama», concluye.