Parecía que no iba a llegar nunca, pero ya está aquí la «jornada de reflexión», repugnante expresión que presupone el encefalograma plano el resto del tiempo y deja tan sólo 24 horas al ciudadano para pensárselo. La buena noticia, no obstante, es que es la víspera del día de la «fiesta de la democracia» y que en nada ya habrá pasado lo malo y dará comienzo lo peor. Ya saben, siempre es preferible el caos a la normalización del desastre. Pero eso no impide que ante el fin de la partida uno eche la vista atrás y se le caigan las pistolas. Aquí y ahora gran parte de los candidatos se han enfrentado al 25M con la misma ilusión del que entra al casino por la puerta de atrás. No han planteado ninguna de las grandes cuestiones ni han detallado programas -aunque con eso ya contábamos-. Pero es que ni siquiera han reclamado el voto como se supone que tendrían que hacerlo. O como acostumbraban. Hemos llegado hasta aquí, se deben de decir, convencidos de que el pescado se venderá no hoy, sino mañana, ya podre, y sólo queremos que el pueblo ¡deprisa! tire los dados, para ver de qué forma la banca gana esta vez. Otra vez.