Después de las elecciones del 25 de marzo nadie pide milagros en Asturias. Sólo que se supere de una vez la anomalía política en que había vivido la región en los diez meses anteriores. Que el Gobierno regional gobierne, que la Administración funcione, que se recupere el diálogo y el respeto entre los diversos actores de la vida de la región. Cierto que con eso solo no bastará para superar los tremendos problemas a que se enfrenta Asturias -similares, por otra parte, a los del conjunto de España, con la que es tan interdependiente-, pero será al menos la base que tanto se ha echado en falta en estos meses en los que un clima de paralizante hostilidad, generado desde el Gobierno regional y el partido que le apoya, fue infiltrándose en ámbitos que son fundamentales en la vida de la región.

La anomalía asturiana tiene nombre propio, el de Francisco Álvarez-Cascos. Hace años era un político prometedor, la gran esperanza de la derecha asturiana. Tenía una vocación indiscutible, formación, dotes organizativas, carácter (tal vez en exceso), capacidad de trabajo. Y la experiencia de haber subido uno a uno todos los peldaños de la actividad política, desde concejal de su ciudad a vicepresidente del Gobierno de la nación. Pero en un momento determinado su actitud y su comportamiento comenzaron a mostrar sesgos sorprendentes. Después de dedicarse durante un largo período a la actividad privada, previo anuncio teatral de su retirada de la política, inició un sinuoso camino de regreso en el que, tras fracasar en el intento de que la dirección nacional del Partido Popular le proclamara candidato del PP en las elecciones autonómicas de 2011, fundó un partido para lanzarse a la conquista de la Presidencia del Principado. Reincidía así en el que había sido el mayor baldón de su vida política: dividir a la derecha, su adscripción ideológica, cuando ésta estaba de nuevo en condiciones de alcanzar el poder en el Principado. Pero como la Historia, cuando se repite, lo hace como caricatura -Marx dixit-, ahora era él quien se preparaba para hacer de Sergio Marqués.

EL PARTIDO DE SÍ MISMO.-Lo que pareció entonces el resultado de una rabieta o, en todo caso, de una improvisación, se reveló luego como un plan tan minuciosamente preparado que contemplaba distintos escenarios alternativos. Si la marea plebiscitaria de macroespichas y otros saraos no fue suficiente para conmover a Mariano Rajoy, sirvió para, cambiándole el rumbo, lanzar la candidatura de Francisco Álvarez-Cascos al frente de un nuevo partido, tan suyo que, para mayor claridad, llevaba sus propias iniciales (FAC).

Al frente de esa nueva formación Cascos consiguió en un tiempo récord el apoyo de un número realmente importante de asturianos; tantos que, tras los resultados del 20-M de 2011, convirtieron a Foro Asturias Ciudadanos, si no en el partido más votado, sí en el que tenía mayor número de escaños en la Junta General del Principado. Una campaña muy eficaz, y sin duda cara, y, sobre todo, la hábil presentación del capital político acumulado por Cascos a lo largo de su carrera, consiguieron una movilización de sufragios que sin duda tuvo una característica transversal, pues Cascos no solo pescó votos en los tradicionales caladeros de la derecha sino que consiguió también sustanciosas capturas en aguas del centro e incluso en las de la izquierda: el análisis de los resultados lo demostraba. Para que ello ocurriera fue preciso que funcionara el señuelo de que con Cascos llegaba a la política asturiana alguien que iba a barrer toda la podredumbre e ineficacia del sistema que se había implantando anteriormente -por los socialistas, pero con la connivencia del PP y con el apoyo de los poderes fácticos de la región- y que se iba a dejar la piel trabajando «a tres turnos», como hacían, cuando él era ministro, los trabajadores de las contratas que realizaban las obras de las autovías.

LA COARTADA DEL VICTIMISMO.-Un problema de partida era que ahora no había dinero, ni en Asturias ni en Madrid, para pagar los tres turnos. Dados los resultados de las elecciones, que le abrían la posibilidad de gobernar, lo lógico hubiera sido que Cascos hubiera intentado pactar, utilizando las diversas opciones que se le ofrecían, desde una coalición de Gobierno con el PP hasta un Gobierno en solitario con pactos de legislatura o de alcance concreto. No buscó en serio ninguna. Le interesaba remachar el clavo de su éxito de las elecciones autonómicas de mayo de 2011 -sin duda indiscutible- con otro en las elecciones legislativas del 28 de noviembre, en el que intentó, además, meter una cuña en Madrid. El rotundo fracaso de este experimento -perdió cien mil votos en Asturias y sufrió un batacazo humillante en la capital- no le llevó a rectificar. Todo lo contrario, se enrocó en su primitiva estrategia. Tras el amago de no presentar un proyecto de Presupuesto asturiano, rectificó y preparó uno, que no intentó negociar en serio y que fue rechazado por el Parlamento regional. Era, por su parte, un fracaso, pero lo presentó como un éxito al convocar elecciones anticipadas. Afirmó por enésima vez que había un pacto entre el PSOE y el PP para impedirle gobernar y, de paso, regenerar la región, se envolvió en la bandera de Asturias y pidió desde infinidad de carteles y vallas publicitarias, «ahora el impulso decisivo». Pero los asturianos no se lo dieron. Por el contrario, aumentó claramente el número de los que dudaron de su oferta. Ya era cuestión de experiencia.

Presidente entre ausente y vergonzante, cuya agenda ha sido un misterio y que pasaba parte de la semana fuera de Asturias sin que se sepa a qué dedicaba ese tiempo, líder de un Gobierno sin pulso, sin imaginación ni capacidad de liderazgo, cabeza de una Administración poco menos que paralizada, Álvarez-Cascos buscó en el victimismo la justificación de su inoperancia. Todos estaban contra él y su proyecto de regeneración de Asturias: el Gobierno central, los principales partidos asturianos, la patronal, la principal entidad financiera de la región. Pero por mucho que haya hecho del conflicto el santo y seña de su estilo de gobernar, con casos señeros como el Niemeyer o la TPA, necesitaba un argumento aún más elocuente para demostrar hasta qué punto es víctima de una conspiración infame.

INTOLERANCIA A LA LIBERTAD.- Lo encontró en este periódico, bajo la delirante explicación de que es el garante del pacto nefando que se ha creado en Asturias contra él y su partido. Desde hace un año LA NUEVA ESPAÑA se ha convertido en el blanco predilecto de Cascos y los suyos. Puede parecer pintoresco, pero es algo muy serio, porque incide sobre el derecho de los ciudadanos a recibir información, que el actual Gobierno asturiano haya convertido en norma el negar a este periódico cualquier tipo de interlocución o que trate de mediatizar su ejercicio profesional con una utilización continua y desmedida, y desenfocada, del derecho de rectificación o que intente amedrentarle con la presentación de demandas y querellas. Y es tremendo que el partido que sostiene a ese Gobierno y que se define como democrático utilice diariamente su página web para agredir, con una sección creada ad hoc, a LA NUEVA ESPAÑA, tanto al periódico como a sus legítimos propietarios, sus directivos, sus trabajadores e incluso sus familiares, campaña que se extiende a los panfletos o libelos que Foro hace circular pagando a los kiosqueros para que los repartan entre sus clientes. Nunca desde la transición democrática Asturias había conocido semejante exhibición de sectarismo e intolerancia, que retrata a quienes la practican porque el respeto a la libertad de prensa es la prueba del nueve del correcto funcionamiento de una democracia. Cuando Cascos dedica espacios desmesurados de sus discursos a atacar a LA NUEVA ESPAÑA deja al descubierto no sólo su escasa tolerancia, sino la verdadera naturaleza de sus convicciones. Y de paso ofende a los miles de asturianos que desde hace muchos años vienen otorgando su confianza a este periódico hasta convertirlo -y éste sí que es un éxito asturiano- en uno de los más leídos de España. Lo es, sin duda, porque desde la independencia ha practicado un pluralismo con el que ha conseguido la credibilidad de lectores de todas las ideologías.

UNA FALACIA.- Lo peor, con todo, es que la estrategia victimista de Cascos se sustente sobre una falacia. Por muchas y justas críticas que se pueda hacer a la actuación de PSOE y PP en los últimos años en Asturias, nadie ha podido demostrar que hayan sellado un pacto para beneficiarse del ejercicio del poder en la región, ni que ese pacto haya sido bendecido por Cajastur ni mucho menos que LA NUEVA ESPAÑA haya actuado como garante de ese supuesto contubernio. Tanta insistencia y tanta desmesura para sostener ese argumentario supuestamente legitimidador revelan un apetito de poder que por desordenado llega a convertirse en sospechoso. ¿Ha venido Cascos a salvar a Asturias o a otra cosa? ¿Por qué ha recurrido a los medios que ha recurrido para intentar conquistar el poder y sostenerse en él?

SOLUCIÓN OBLIGADA.- Las elecciones del pasado 25 de marzo no han aportado una solución automática a la anomalía asturiana sino que han dado paso a varias alternativas, entre las que, para mayor escarnio a las expectativas de los asturianos, figura la del disparate, pues tal sería que acabaran conduciendo a la convocatoria de nuevas elecciones. Obviamente, hay también una panoplia de salidas lógicas, al margen de cualquier solución que reciba la reclamación de Foro sobre el voto emigrante. Obviamente también, la formación de un Gobierno estable sólo podrá ser acogida como un obligado punto de partida y nunca como una solución. Esa habrá que exigírsela al nuevo Ejecutivo, junto a las demás fuerzas políticas. Asturias pasa por un periodo muy comprometido, con gravísimos problemas que afrontar, el primero un paro desbocado que ya alcanza dimensiones escalofriantes. Necesita, más que nunca, buenos gobernantes, que aporten ideas, capacidad de trabajo, que transmitan ilusión a una sociedad tentada por la apatía y que sean capaces de ver en la crítica una forma leal de colaboración y no una actividad a perseguir. Y, tanto o más, una oposición lúcida y constructiva, sin dejar de ser exigente al máximo. Y todo esto lo necesita con tanta urgencia que cada día que pasa sin acercarse a ello, al menos a poner los medios para intentarlo, es un despilfarro suicida.

Lo que bajo ningún concepto puede permitirse Asturias es prolongar la anomalía en que ha vivido estos meses.