La obra que LA NUEVA ESPAÑA comenzará a entregar mañana, «Asturias monumental», pretende explicar lo que los romanos denominaron Asturia, y a sus pobladores astures, y que se comenzó a configurar a finales de la Edad del Bronce, cuando nuestros antepasados se instalan en recintos fortificados situados en lugares destacados del terreno. Los castros que se conservan dispersos por casi toda la geografía asturiana son el testimonio arquitectónico de ese proceso de formación que se sucedió a lo largo de mil años. Con los castros, su origen, sus constructores, su organización? continuará el recorrido por la historia de Asturias a través de los vestigios arquitectónicos llegados a nosotros, que mañana se inicia con la entrega gratuita, junto al periódico del día, de las tapas y el primer fascículo, dedicado a Covadonga.

En «Asturias monumental» veremos cómo cada etapa ha dejado su impronta característica. El año 29 antes de Cristo las legiones romanas emprendieron la conquista de nuestras tierras y, una vez dueños de la situación, emprendieron la explotación de nuestra riquezas mineras, construyendo una completa y compleja red de infraestructuras viarias para administrar el territorio. Éste sufrió una nueva organización y junto a los castros, cuya organización experimenta importantes cambios, surgen «civitas» como Gijón y también centros de explotación rural, las «villas», dotadas de mayores o menores lujos.

Los pueblos germánicos pusieron fin a varios siglos de dominio romano y abrieron una etapa oscura, sin dominios claros, de la que apenas han quedado restos. Tras ellos surgió con fuerza el Reino de Asturias, creador de un arte único, conservado en detalles de una riqueza increíble. Se pasa entonces de la Antigüedad al mundo medieval, una época en la que las ciudades y el modo de vida asociado a ellas entró en crisis. Iglesias, monasterios, torres y castillos feudales, la Catedral de Oviedo, extendidos por toda Asturias, son los testimonios que nos ilustran sobre la composición de una sociedad rígidamente dividida en tres órdenes: monjes y eclesiásticos, encargados de la oración; guerreros y nobles, dedicados a la guerra, y campesinos, sujetos a su dominio y que producían los productos básicos de consumo.

Las «polas» o nuevas pueblas, que con nuevas construcciones y hasta murallas empiezan a surgir a partir del siglo XII, son la respuesta de los monarcas de la época buscando un contrapoder al eclesiástico y nobiliario, entre una nueva clase burguesa crecida al calor de la artesanía y el comercio. Un largo período de luchas y enfrentamientos llega a su fin con los Reyes Católicos, que ordenan destruir la mayor parte de las poderosas torres feudales para acabar con los poderes de los levantiscos nobles feudales. La Junta General del Principado comienza sus reuniones en la sala capitular de la Catedral y los nobles levantan casas señoriales en las que las torres son ya un recuerdo de un pasado glorioso.

La construcción de la Universidad, la del Real Hospicio, las grandes ampliaciones de monasterios, los numerosos palacios y casonas rurales dispersos por todo la superficie asturiana, puentes y portazgos, nuevas carreteras, casas de ayuntamiento y otros muchos edificios nos van a dar a lo largo de los siglos cuenta de los cambios experimentados, hasta llegar al presente. Cada obra de arte, cada construcción, ha conservado en sí misma una especie de código genético o ADN histórico que explica el tiempo en el que fue concebida y ejecutada. En cierto sentido, el arte es una especie de imagen que ha quedado grabada en el espejo del tiempo y que nos permite pasar al otro lado del espejo y adivinar qué había detrás de cada obra. Y eso es lo que harán los fascículos que componen «Asturias monumental», desde los castros hasta nuestros días.