Los empresarios y los sindicatos denunciarán hoy, juntos, la parálisis política que amenaza con arruinar a Asturias. Evidentemente el principal culpable de esa parálisis es quien ocupa la Presidencia del Principado, ya que es quien tiene que poner en marcha políticas que con mejor o peor fortuna pongan a la región en movimiento.

Pero Cascos no es el único responsable de esa parálisis. De hecho, durante el último año, gobernó con apenas 16 de los 45 diputados de la Junta General y ahora solo le quedan doce. Quienes le dejaron hacer -o más bien no hacer- durante todo este tiempo también deberían dar alguna explicación.

Tras un año sin Gobierno, o al menos sin un Gobierno que quiera gobernar, es difícil de entender la demora para elegir un nuevo presidente. Andalucía, que celebró sus elecciones autonómicas el mismo día que Asturias, ya tiene nuevo Gobierno. Aquí no hay ni fecha para la sesión de investidura y los partidos se hacen los remolones a la hora de buscar alianzas que permitan gobernar (es decir, aquellas cuya suma sea al menos de 23 diputados, la mayoría absoluta de la Junta General).

El PP simplemente intenta pasar de incógnito confiando en que UPyD le evite decidir. A UPyD tampoco se le ve con prisas de llegar a acuerdos con alguno de los tres partidos mayoritarios que han anunciado su interés en lograr la Presidencia del Principado.

Más sorprendente es la calma del PSOE. Ha ganado las elecciones ampliamente. Con el apoyo de IU está a solo uno o dos diputados de la mayoría absoluta (dependiendo de si el Tribunal Constitucional les confirma el tercer escaño del Occidente). Pero se comportan con una timidez propia del que no se cree con suficientes méritos.

El PSOE asturiano parece atrapado por la herencia de Areces. Sus chiringuitos, sus proyectos megalomaniacos, el amiguismo con el que impregnó toda la Administración regional están tras del voto antisistema que dio a Cascos la victoria en las elecciones de 2011.

Solo el desastre del casquismo permitió que el PSOE ganase las autonómicas de 2012 para solucionar los desaguisados creados por el propio PSOE, aunque agravados por este año de desgobierno. Pero en realidad son dos PSOE diferentes. Javier Fernández no es Vicente Álvarez Areces, aunque conviviesen durante una década uno en el Gobierno y otro en el partido. Quizá la escasa convicción con la que el secretario general de la Federación Socialista Asturiana presenta su candidatura a la Presidencia se deba a la falta de un reconocimiento público de los errores cometidos durante los doce años de Areces. Posiblemente, si Javier Fernández hiciese como el Rey y reconociese las equivocaciones del arecismo, muchos asturianos que no votaron a su partido en las últimas elecciones le verían como la solución idónea.