Lo que destaca en Rafael Moneo es la voluntad de que su obra no destaque más de lo justo, o sea, de lo que venga originado por su cualidad artística y técnica. Su arquitectura no aspira a provocar deslumbramiento, sorpresa, convulsión o sobrecogimiento, sino a suscitar un sentimiento de proporción, limpieza, armonía y justeza, a través del cual el espectador usuario puede abrir suavemente la puerta a su capacidad estética. Es entonces cuando irá tomando poco a poco conciencia de la potencia evocadora de los espacios, las formas y los volúmenes y de su dimensión mística. Él lo ha dicho así: «Prefiero las arquitecturas que no son imperiosas, que no se imponen». Justamente ese no imponerse al observador, ni aplastarlo con su poder de fascinación, permite que las leyes que hay en su interior se encuentren con lo que Moneo le ha puesto delante o alrededor. Ese encuentro es la esencia del arte.