Monón y Llaneces -en el concejo de Allande- no son, aunque lo parezcan, el mismo pueblo antes y después del vendaval del despoblamiento. Están en la misma ladera del valle del río Lloredo, en la parroquia allandesa de Santa Coloma, apenas a un kilómetro en línea recta. Viéndolos en perspectiva, desde la falda de la montaña de enfrente, se comprueba que aquí el monte es, además de un espacio de oportunidad, un medidor de vitalidad. Monón tiene seis vecinos, una casa rural y una ganadería y eso se ve en las praderas cuidadas de su entorno. En Llaneces -dos habitantes y ninguna actividad ganadera-, el monte acosa al caserío en evidente síntoma de riesgo de abandono.

Monón está colgado a media ladera en el valle allandés del río Lloredo, enriscado sobre una hondonada que intuye a lo lejos el embalse de Salime. Sin prisa, los 18 kilómetros que separan el pueblo de Pola de Allande pueden convertirse en tres cuartos de hora. Cuando Elías García se marchó de aquí a estudiar a Gijón, en 1976, ese camino estrecho de asfalto era una pista sin pavimento y aún faltaban diez años para que se encendiese la primera luz eléctrica. «Aquí todo llegó tarde». Él, que ahora es empresario turístico y ganadero en el pueblo de sus padres, ha vuelto, sin embargo, a tiempo de descubrir al menos dos formas de ganarse el futuro en este espacio bendecido por la Naturaleza y abandonado por el ser humano donde siempre aparece, al decir de vecinos y expertos, un gran recurso desaprovechado: el monte.

En el Suroccidente, la comarca más extensa y la menos poblada de Asturias, la que más habitantes ha perdido desde los noventa, la noticia sobre la parálisis de la autovía Oviedo-La Espina no cogió a nadie desprevenido. Sólo es un indicio más de que aquí, en efecto, toda la ayuda externa llega tarde. Pero el caso es que Elías mira a su alrededor desde el silencio doloroso de Monón, seis vecinos, encuentra el monte y ve mucho trabajo sin hacer. Hace catorce años que se hartó de la ciudad y otros tantos que ha sobrevivido aquí, sin asomo de arrepentimiento, en el pueblo donde murieron esos antepasados que lo miran desde las paredes de una casa rural que en tiempos fue cuadra y pajar. Ahora tiene un establecimiento turístico con tres edificios -Casa Corral-, 58 vacas en régimen de ganadería ecológica y «muchísimo trabajo», vuelve a repetir. No sólo para él y para su esposa, Laura González. Si él ha podido desandar el camino y volver, montar tres casas rurales y una ganadería, eso quiere decir que es posible. Y hasta aquí va a venir algún experto a darle la razón. No va a hacer falta que María Gutiérrrez, ingeniera de montes de Cangas del Narcea, le diga que mire por la ventana para ver la oportunidad: el monte. El monte entendido en sentido amplio, «multifuncional», es el punto de conexión donde han de desarrollarse todas las potencialidades de la zona: las del sector forestal, las del turismo, la agroalimentación, la ganadería y la agricultura... Y ahí sigue, dormido, «infrautilizado».

Elías habla frente a la galería acristalada de la tercera casa que levantó casi con sus manos en Monón. Mira la ladera de enfrente y, en efecto, descubre unas cuantas posibilidades. Donde a simple vista sólo se ve un monte, él señala un valle entero de castaños, un espacio de oportunidades. «No se paña una castaña aunque se vendan a cuatro y cinco euros el kilo», lamenta; nadie se anima, aunque esto, en el Bierzo, sea una industria muy rentable. Y aparte de madera hay setas y miel, y tal vez viviría una pequeña empresa de servicios al ganadero y el atractivo turístico de esta Naturaleza virgen, lo sabe por experiencia, tiene su público aunque esté lejos de casi todo y cueste mucho llegar... El problema es que faltan brazos porque sobran obstáculos; porque además de barreras geográficas se levantan impedimentos mentales derivados de la falta de atención de las instituciones y de la sensación de que la mentalidad colectiva tiene «muy mal visto al aldeano».

Falta aliento, van a convenir otros vecinos al unísono, falla el interés por la regeneración y la supervivencia de esta comarca olvidada en una esquina de Asturias que ocupa el 20 por ciento de la región -2.127 kilómetros cuadrados- y aloja sólo al 2,7 por ciento de sus habitantes, menos de 30.000. En las dos últimas décadas se han ido casi tres de cada diez, a una media de más de quinientos al año, cincuenta al mes, once a la semana.

Pero el eco del grito de auxilio del Suroccidente rebota en las montañas y vuelve al punto de partida. En Monón viven seis personas en tres viviendas. De los cinco de Muriellos «cuatro pasan de setenta años»; en Bendón hay cuatro en una casa, en Is sólo queda José Antonio López... Elías García ha diagnosticado el problema al repasar de memoria la vida que queda en el entorno de su pueblo. Hay alternativas, pero queda cada vez menos gente que lo entienda, dentro y fuera de aquí. Se denuncia una omisión del deber de socorro.

María Gutiérrez, que nació y vive en Cangas del Narcea, que es empresaria y fue decana del Colegio de Ingenieros de Montes de Asturias, sabe que el Suroccidente tiene desatendido su monte. He ahí el entorno en el que se podría jugar el futuro de esta comarca si las condiciones fueran las adecuadas, apunta. Ella entiende monte en sentido más amplio que bosque y, en cuestión de uso, habla de monte con apellido. «Multifuncional». En este terreno abundante en el suroeste asturiano, precisa Gutiérrez, caben «el uso forestal, el ganadero, el agrícola, micológico y turístico, o los aprovechamientos minerales, faunísticos, cinegéticos? Si hay alguna riqueza, vendrá de esa multifuncionalidad». Y lo bueno que tiene es que permite «compatibilizar unos usos con otros. La madera da fruto a largo plazo, pero las setas son un recurso anual; las vacas, compatibles con todo eso, pueden ser un recurso mensual... Y ahí hay un modelo viable. Asturias es una región privilegiada en Europa porque tiene lluvias y sol, y eso les encanta a las plantas, y los animales comen plantas, así que hay mucha comida para muchos animales...».

No van a tardar en aparecer los problemas para alterar ese panorama idílico: «Ciertas restricciones ambientales, un caos administrativo, el reglamento de la ley de Montes sin desarrollar» y, sobre todo, el gran escollo de la propiedad. La abundancia de parcelas en régimen de proindiviso, troceada en multitud de dueños, dificulta el desarrollo de toda esa potencialidad. De hecho, «ahora mismo es imposible, porque no se sabe de quién son los terrenos. Los propietarios sí, pero no pueden demostrarlo. Ninguna empresa va a contratar si no sabe ni con quién». Su alternativa, el primer paso, se llama asociación «El Monte» y es algo así como el traslado al medio rural de la comunidad de propietarios en un edificio de viviendas, una alternativa para organizar a los dueños de montes proindiviso y conseguir que tengan una personalidad jurídica propia para poder sacar partido al recurso. Ya son más de treinta dueños de más de 11.000 hectáreas luchando contra los malos augurios de aquel refrán de la zona: «Burra de todos cómenla los chobos».

Y es que resulta que «esto vale muchísimo dinero». Es Manuel Herías, presidente de la cooperativa forestal de Berducedo (Allande), señalando hacia el pinar de Piedras Rubias.

-¿Está ahí el futuro?

-Eso no lo puedo contestar. Si fuera político y tuviera poder, diría que sí. Pero yo soy un habitante del medio.

Dice Herías que también falta «una política forestal con previsión», que establezca sobre la base de criterios rigurosos dónde y por qué plantar pinos o dónde y por qué son tan malos los eucaliptos. El presidente de la cooperativa allandesa lamenta que los gestores vivan lejos, que no conozcan demasiado el terreno que pisan sus normativas y plantea: «Lo primero, que los vecinos sientan su futuro ligado al monte». Que «los recursos que produzca el monte sean para la gente de los pueblos. La tierra, para el que la trabaja; pero lo que produce la tierra, también».

Pero la solución, concluye, «no es la madera, ni el turismo ni la ganadería», ni la miel de Allande aunque sea «la mejor de Asturias». «No hay recursos absolutos. La solución es todo eso en su conjunto».

Tampoco está tan claro que el aislamiento aquí, con lo que ha llovido, vaya a arreglarlo una autopista, ni Oviedo-La Espina ni aquella otra que iba a ir de La Espina a Ponferrada y que no está ni se la espera. Ni el desdoblamiento, también parado, de la carretera que recorre la vertiente leonesa de la Cordillera, desde Villablino al Huerna, ni tampoco la minería declinante que una vez fue remolque principal y hoy tiene el horizonte ennegrecido. Igual que el monte, tal vez habría que entender también las comunicaciones en sentido amplio. Julio de Cangas, propietario del hotel Cecos, en Ibias, reclama «autopistas tecnológicas además de las de asfalto. Un arquitecto que quiera trabajar desde aquí no puede, no pasamos de tres megas».

En Cecos, también hay fotos de familia decorando una pared del comedor. Los padres y hermanos de Julio nacieron aquí. Él es el único que nació en Oviedo y el único que ha vuelto. La antigua casa familiar es ahora un hotel abierto en las profundidades del Suroccidente, en plena crisis, verano de 2011, y el dueño ríe a carcajadas por toda respuesta a la pregunta por lo que le decía la gente cuando contaba sus planes. «Me metí en esto porque creo en Ibias, porque lo mamé». El resultado es una apuesta por otra de las posibilidades del suroeste astur, el turismo, un hotel de 15 habitaciones dobles casi lleno para Semana Santa que sería la fórmula de su propietario para hacer de la necesidad virtud, «para sacar partido del aislamiento. Gracias a su situación, esta zona mantiene su naturaleza y sus tradiciones intactas y hay un público que busca eso». Si además hace sol en verano, resulta que «menos playa, tenemos todo lo demás». Eso sí, al guiso de la rentabilidad turística sólo le falta el condimento de una pizca de promoción. Una distinta, más abierta: «La gente no sabe que Asturias tiene esto, porque en la publicidad el oso "Yogui" va a Torimbia».