Si una novela publicada por Pedro de Silva lleva por título «Una semana muy negra», tentado estoy de escribir otro relato bajo el rótulo de «Casi un trienio muy rosa». En realidad, río por no llorar después de más de dos años de padecimientos por una imputación judicial dictada por el capricho y la arbitrariedad delirantes o por intención malévola. Dictado y tiempo me siguen pareciendo excesivos, abusivos, dolosos; un suplicio capaz de destruir a una persona y su entorno si aquélla y éste no se atrincheraran tras auténticas fortalezas psicológicas, sociales, morales... Si aquélla y éste no se asentaran en terrenos afirmados por la solidaridad, el aprecio y la confianza de mucha gente impermeable a las acusaciones falsas, a la insidia, a la infamia... Si aquélla y éste no dispusieran de serenas conciencias.

Todo nace de un informe policial torticero, engañoso, auspiciado por una jueza vengativa. Aquel informe tiznó a una persona como Herodes tiñó de rojo las puertas de las casas en aquella legendaria e infanticida persecución. Alguien se empeñó en señalar y probar a la fuerza comportamientos delictivos imputables a cualquier filosocialista que se pillara por el medio de la investigación. Y aquella trabajadora señalada, tiznada, era casualmente la mujer del, entonces, secretario general del Partido Socialista en Gijón.

¿Cómo se entiende o se explica, si no, que de una requisa policial de decenas de agendas de trabajo, producida en las estancias de una empresa, sólo una se destacase, se distinguiese en dicho informe con nombre y color, bien que incierto? ¿Cómo se justifica la atribución a su propietaria de un directorio (tres hojas sueltas) que el propio informe policial declara coincidente con el encontrado en un CD de la empresa?

Desvelaré un secreto, aunque advierto que existe abundante material para acometer la tarea de componer una muy buena novela negra. El día de la intervención policial en la sede de la aludida empresa, y al cabo de dos horas largas, una operaria interpela a la jueza al mando de la operación para saber si los trabajadores podían continuar con su trabajo o se habían de considerar «secuestrados». Tanta osadía, tanta impertinencia no se podían consentir, y ordenó la autoridad judicial tomar buena nota de la filiación de la inquiriente.

Ya metido en el ajo de los secretos, otro: un mal día, antes de que estallara el caso, tres medios de comunicación, la Federación Socialista Asturiana, el gabinete de la Presidencia del Gobierno asturiano y la Alcaldía de Gijón reciben, a la vez, diferentes y embusteros correos electrónicos que contienen confusas, amañosas, ladinas insinuaciones, usurpando mi nombre y desde una dirección que nunca tuve. Puesto el asunto en manos de la Policía, mediante la preceptiva denuncia, no tardó aquélla ni dos meses en cerrar el caso, en archivarlo, previa confesión de incapacidad para resolver tan enrevesado delito cibernético. Me sorprendió tan pronta claudicación. El paso del tiempo y ataduras de cabos me han llevado a conclusiones que no debo exponer, de momento, porque habrán de ser bien noveladas. Avanzo una inquietante sospecha: ¿componían esos correos un cebo de la propia investigación para comprobar las reacciones?

Embadurnado de la harina de la confidencia, no me resisto a contar la última, por ahora. Otro mal día recibo en el despacho del Grupo municipal Socialista del Ayuntamiento de Gijón un paquete que contenía un Rolex despampanante que se devolvió a la mensajería de inmediato. No constaba, ni se pudo averiguar, la identidad del remitente. Sucedió también con anterioridad al estallido del caso. ¿Tal vez otro tosco e intrigante señuelo tendido por la trama investigadora?

Iniciado el espectáculo justiciero, comienzan a aparecer actores como alimañas ansiosas de víctimas propiciatorias, a ser posible sociatas. Casi tres largos años después, reconocida, al fin, la inocencia en entredicho, me toca a mí rebelarme contra el abuso de poder, denunciar los perjuicios causados, desenmascarar a los autores y cómplices de la escabechina y reclamar resarcimientos por un daño inútil, estéril, propiciado por la impericia investigadora y juzgadora o por la inquina de algunos de sus protagonistas (o por ambas) y otros adláteres casi siempre escondidos detrás de anonimatos ruines, cobardes, despreciables, que envilecen a quien los propaga tanto como a quien los produce y contribuyen peligrosamente a conformar una sociedad enfangada en la delación, basada en la sospecha y la difamación entre el vecindario.

Me propongo acusar de las faltas y delitos en que presuntamente hayan incurrido a cuantos a continuación se citan (no todos los que son) porque, a pesar de todo, estoy convencido de que la verdad acaba imponiéndose, de que malhechores y maledicentes no merecen la impunidad y porque se lo debo a quienes siempre confiaron en mí y en mi gente.

Acuso a Carmen Moriyón, insípida alcaldesa de la nada, prototipo de gestora de la inoperancia, de la inutilidad, que se manifiesta, en cambio, suelta de lengua cuando se descuelga por el precipicio de la ofensa. No tuvo reparo alguno, exhibiendo su proverbial mezquindad, en utilizar la inexistente agenda rosa en mítines y actos públicos de su partido (FAC) para denostar a los adversarios y sacar pecho ante su amado líder, éste sí, a lo que se ve, inscrito en agendas turbias, mugrientas. Conviene que la vecindad la conozca mejor, que se cueza en la caldera de su inanidad. Sí merece condena ya su decir lenguaz: cuatro años de rodillas, cara a la pared, con los brazos en cruz.

Acuso a Manuel Pecharromán, rutilante portavoz del PP gijonés, quien salió indemne -verdad es- de la comisión de un delito de injurias y calumnias gracias a la parcialidad de una juzgadora en aquel momento obcecada en una operación que consideraba grandiosa y en propiedad; contrariada, resentida, despechada, en consecuencia, al quitársela de las manos. No lo digo yo, lo escribe ella en los autos (1). Pecharromán profirió acusaciones tan graves, en mi opinión, que merece volver a los juzgados. Detrás de una sonrisa lela, se halla un tipo remilgado, que no tiene escrúpulo en utilizar todo anónimo que le llega (¿o que inventa?) con la misma soltura con que ahora asume la portavocía de su partido cuando ayer combatía a los mismos que hoy le consienten. Toda una demostración de coherencia en un político incapaz de recabar un centenar de apoyos en toda Asturias en su fracasado intento de optar a la presidencia regional del PP. Lo dicho: merece peregrinar por los juzgados.

Acuso a los responsables de la edición de «El Comercio», quienes rebasaron todas las barreras de la escrupulosidad y la cautela informativas en el caso que me ocupa. Fue el único diario escrito que reprodujo literalmente algunos anónimos vulnerando los fundamentos más elementales de cualquier código deontológico, del manual de estilo menos exigente. Como excepcional y desproporcionado resultó el despliegue tipográfico que concedió a la ciudadana imputada indebidamente, por el mero y circunstancial hecho de estar casada con el secretario general del PSOE de Gijón aquel entonces, lo que no deja lugar a dudas sobre la intencionalidad política de la publicación, muy alejada de una perspectiva de objetividad. Con calma y paciencia, esperaremos el paso de los editorialistas por delante de nuestra puerta.

Lo de la TPA produjo estupefacción y grima. Una mente absolutamente frívola decidió ilustrar el relato informativo con imágenes simuladas de la agenda de color rosa inexistente (¿«rosa-vino» dixit iudex?), provocando tal confusión que muchos espectadores creyeron ver la libreta real cuando el juez nunca autorizó su grabación o filmación, ni su imagen y contenidos fueron difundidos nunca. Tengo para mí que aquella ocurrencia veleidosa merece también un castigo ejemplar.

Repugna y agota tanto daño provocado por la estulticia o por la animadversión. Quedan payasos sueltos que ni menciono para no amplificar sus pretensiones de notoriedad: que si un comentarista ocasional que saca de paseo a su desventurada abuela con fútiles pretextos; que si un difamador profesional que goza espasmódicamente montando escandaleras; que si un profesor de Filosofía que expele latinajos como esputos de carcunda; que si un sindicato de iluminados dirigentes que se tildan de izquierdas y se conchaban con la derechona cada lunes soleado; que si una revistilla transversal que se autoproclama portadora de la modernidad del siglo veintiuno cuando no pasa de zafio remedo de «El Caso» decimonónico; que si un bancario pepero travestido de forista que repite como papagayo las gracietas que le dictan...

No sigo. Una especie de tristeza robusta impregna el ambiente, abruma, acongoja. La rabia acumulada que uno pueda verter, las batallas que uno pueda ganar, las sentencias favorables que uno pueda alcanzar no apagarán las mechas de todas las sospechas propagadas por macarras de la moral. Lo seguiremos intentando, no obstante, sin prisa pero sin pausa. Una novela muy negra reclama siempre la intervención de policías y jueces muy reputados. Continuará.

(1) «...esta juzgadora fue obligada a inhibirse del conocimiento de la causa a favor de los juzgados de Oviedo...». Frase literal que aparece en la página 2 del auto de 25 de mayo de 2.011, firmado por la magistrado-juez Ana López Pandiella.