Tratar de resumir lo que ha supuesto una trayectoria de 24 años en la Audiencia Provincial de Oviedo se hace casi imposible. Y es que Antonio Lanzos era un hombre de "sentencia diaria", como reconoció alguna vez. En la Sección Segunda de la Audiencia se estrenó con un juicio sonado, el del "violador de la estación" de Gijón, condenado a 142 años de cárcel por una docena de agresiones sexuales. Ante su estrado se juzgaron innumerables casos de este tipo y también de trata de blancas, cuando comenzó a juzgarse la explotación de extranjeras obligadas a prostituirse.

A Lanzos le cupo la responsabilidad de juzgar uno de los asuntos de corrupción más sonados, el "caso Campelo", que terminó en condena. Y también enjuiciar crímenes horrendos, como el cometido por el esquizofrénico José Manuel Espiño en el barrio del Carbayedo en Avilés hace diez años. Como juez de segunda instancia, tuvo que decidir sobre asuntos tan complejos como el supuesto falseamiento del proyecto de la autovía entre Unquera y Llanes o, más recientemente, la decisión de que el "caso Marea" siguiese en manos del magistrado Ángel Sorando.

Algunas de sus sentencias fueron chocantes e hicieron correr ríos de tinta, como cuando condenó a tan sólo dos años de cárcel a una mujer que había matado a su compañero sentimental, movida por su deseo de escapar de una insufrible situación de malos tratos. En aquella época, 1993, apeló a la humanidad para hacer menos oneroso el castigo de la homicida. También fue crítico con el tribunal del jurado, llegando a proponer que estuviese compuesto de menos miembros, para evitar interminables deliberaciones. En la sala mostraba una paciencia digna de encomio, incluso recurriendo a la ironía.