"Coincidimos con los cuatro montañeros de Avilés desaparecidos en Nepal en el avión de ida. Es una pena, porque a ellos les pilló el terremoto en la zona más afectada, en el valle de Langtang", dijeron en la mañana de ayer, en el aeropuerto de Barajas-Adolfo Suárez, el ovetense Ángel Fernández y su pareja, la médico del HUCA Pepa Cucarella, tras llegar del país devastado por los terremotos vía Doha (Qatar). La pareja vivió dos terremotos en Nepal. El primero, el del día 25, les cogió en la montaña. El de anteayer martes, en el hotel, cuando estaban a punto de salir para el aeropuerto. "Tuvimos mucha suerte, estamos vivos", aseguraron.

Pero su pensamiento estaba con los avilesinos. "Un guía catalán que conocíamos nos dijo ayer que él subió a esa zona y está todo destruido. Nos dijo que las lenguas de las avalanchas abarcaban cinco kilómetros de anchura y la onda expansiva pudo arrastrar todo lo que cogió por delante a kilómetros de distancia. Ojalá aparezcan, pero mal asunto. Ojalá nos equivoquemos, pero en esa zona los pueblos están totalmente sepultados bajo toneladas de piedras y lodo".

Cuando la tierra tembló hace dos semanas Ángel Fernández y Pepa Cucarella estaban en el glaciar del Cho La Pass, a 5.400 metros del altura, cerca del Gokyo Ri y el valle del Khumbu, al lado mismo del campo base del Everest. "Notamos el temblor", dice Pepa Cucarella, "sobre todo yo, Ángel no tanto, pero la sensación era que había habido un alud o que se había caído una pared de hielo, un serak... Nuestra preocupación era porque estábamos solos, sin serpas ni guías, y no sabíamos lo que estaba pasando".

Sólo empezaron a conocer la magnitud de la tragedia cuando se dirigían al día siguiente cerca del campamento base del Everest y "gente que bajaba de allí nos dijo que había habido un alud enorme y había muertos, heridos... Pero allí no había internet ni comunicaciones...". Cuando llegaron a Lobuche, el último pueblo antes del campo base del techo del mundo, se enteraron de que lo que habían vivido era un gran terremoto. "En Lobuche vivimos una replica muy grande", cuenta Ángel. "Se cayeron lodges a nuestro lado, salimos corriendo... Tuvimos mucha suerte. Estamos vivos", afirma Cucarella. "Acertamos con las decisiones que tomamos. La gente bajaba de Lobuche en estampida, en manadas, y nosotros creímos que lo mejor era, en vez de bajar, ir hacia arriba y refugiarnos en las montañas, porque allí íbamos a estar más seguros. Así lo hicimos y creo que hicimos bien. Meterse en Lukla era una locura y desde que sucedió el terremoto hasta que llegamos a Lukla pasaron seis o siete días y ya estaba todo más tranquilo. Incluso echamos un día más en Namche Bazaar que es, digamos, como la civilización del trekking. Un pueblo bien montado, con tiendas...", dice Fernández.

Y de Lukla, ya sin aglomeraciones, a Katmandú. "No hemos pasado miedo realmente, pero bajando de Lobuche a Lukla, todo lo que es la zona norte, ves pueblos destruidos enteros. En la capital, Katmandú, quizás haya habido más muertos por la aglomeración y la densidad de población, pero la zona turística de la capital está casi intacta, aunque sí hay edificios derruidos, pero los que eran muy viejos y te preguntabas cómo no habían caído antes. Eso sí, hay tiendas de lona en el estadio nacional y en descampados para quienes han perdido sus casas", dicen.

Ángel Fernández y Pepa Cucarella se muestran "admirados" de la entereza con la que el pueblo nepalí "está haciendo frente a la tragedia". Son "de las mejores personas que conocemos", aseguran ambos, después de dedicar unos cuantos días en el país del Himalaya a "echar una mano en lo que se podía, colaborando con una ONG, empaquetando comida para llevarla a las zonas más afectadas, las cercanas a las montañas, porque hasta allí está siendo complicado que llegue la ayuda internacional, ya que hay caminos destruidos, pueblos enteros desaparecidos... Por ejemplo, un trabajador del hotel donde estábamos en Katmandú, cuyo pueblo está a 25 kilómetros del epicentro, nos dijo que su pueblo estaba totalmente destruido", aseguran.

Ahora, ya en casa, tratarán de hacer llegar ayuda a algunos de los "muchos amigos" que han hecho allí. "Son gente maravillosa que, en algunos casos, lo ha perdido todo y si podemos echarles una mano, lo haremos", indican. Lamentablemente, y a Pepa se le humedecen los ojos al acordarse de ellos, "poco se pueda hacer ya por los compañeros de Avilés, aunque nada nos gustaría más que equivocarnos".