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EMILIO SAGI | Director de escena | Arquitectura personal (y 2)

"En los noventa se murieron muchos amigos, pero no me arredró"

"Para recuperarme de la viudedad, hace cuatro años, me ayudaron mucho mi entorno y un poco la 'pastillita del carácter'"

Emilio Sagi, en la plaza del Carbayón. MARÍA GÓMEZ

Emilio Sagi (Oviedo, 1948) prepara en el teatro Campoamor "Nabucco" para la Temporada de Ópera de Oviedo. El director de escena, nieto de Emilio Sagi Barba y sobrino de Luis Sagi-Vela, cantantes líricos, tardó en saber que quería dedicarse a la dirección de escena. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo, debutó en 1980 en el teatro Campoamor con "La traviata", de Verdi. Durante todos los años noventa fue director del teatro de la Zarzuela, y de octubre de 2001 a agosto de 2005, director artístico del teatro Real de Madrid. Ahora deja la dirección artística del teatro Arriaga de Bilbao en busca de otro ritmo, menos ocupado y urbano, en su vida reconstruida después de enviudar. Ha dirigido espectáculos en los principales teatros del mundo y trabajado con estrellas como Alfredo Kraus, Mariella Devia, Plácido Domingo, Montserrat Caballé...

-¿El curso 1977-78 en Londres fue importante?

-Fui con una beca para hacer la investigación de mi tesis doctoral sobre las óperas románticas basadas en Shakespeare y di clase como "assistant teacher" en dos colegios. Estuve de meritorio en algunos montajes de Covent Garden, vi trabajar a Goetz Friedrich y a otros y me di cuenta de que me gustaba mucho la puesta en escena. En esa época supe por dónde podía ir.

-¿Y que sería su profesión?

-No. El regidor -que aquí se llamaba así- era un guardia de tráfico del escenario que decía a los cantantes "entras por la derecha y marchas por la izquierda". Solía ser un cantante secundario que sabía las óperas y que ensayaba en dos días. En Inglaterra vi otra forma de hacer aplicada al teatro y al volver me acerque más a la ópera. Miraba y ayudaba, pero ni tenía responsabilidad ni querían dármela. En 1980 algo pasó, no recuerdo, no llegaron los decorados y allí estaba yo, como un toro en el toril.

-Pero trabajaba en la Universidad.

-Sí, lo de la ópera era de aficionado, no me pagaban, proponía cosas y nadie me hacía caso.

-¿Hasta cuándo fue así?

-Hasta que leí la tesis doctoral y asistió como público Antonio Fernández Cid, crítico de "ABC", una institución, que conocía a los Sagi, a mi tío, no sé si a mi abuelo, y le dijo a la asociación, que presidía Francisco Izquierdo, que por qué no hacía yo algo. El segundo de los Amigos de la Ópera era Santiago Silva, que me siguió la carrera siempre.

-Debut en el teatro Campoamor. ¿Qué sintió?

-Emoción. Días antes subí al Naranco con unos amigos, veía el peine del Campoamor y no podía creer que yo fuera a dirigir una ópera. La hice con Julio Galán, un escenógrafo que empezaba su carrera en Madrid. Yo era muy amigo de sus hermanas, Belén y María Antonia. Nuestra "Traviata" fue moderna. Hoy veo el vídeo y me salen granos, pero todo tuvo un porqué. Se ensayó, no hubo decorados de papel y tuvo una dramaturgia: Verdi dedica su música más pura a la entretenida, a la prostituta de lujo, yo quise que se notase.

-¿Asustó al público?

-No, porque era un espectáculo bonito. Al acabar, me sentí el rey del mundo. Al año siguiente me pidieron hacer dos cosas. Les venía muy bien. Daban oportunidad a unos de aquí, y Julio Galán y yo, con cuatro maderas y cuatro plásticos, hacíamos dos óperas. No era "aquí tenemos un fenómeno". Eso lo vieron cuando hice cosas en Madrid.

-Debutó en Madrid en 1982.

-Había hecho en Oviedo "Los pescadores de perlas", con Alfredo Kraus y Mariella Devia, de los que me hice muy amigo, y luego "Macbeth" con Juan Pons, muy polémico. Lo vio alguien del Ministerio de Cultura, creo que José Antonio Campos, subdirector general de Música, y me pidieron que debutara en la Zarzuela, en Madrid, con un "Don Pasquale".

-Primera división.

-Julio Galán y yo lo afrontamos muy seriamente y nos pusimos los tirantes bien. Nunca imaginé tanto éxito. Ahí sentí "quiero ser director de escena y tengo mimbres para serlo". Para la siguiente temporada me propusieron "La fanciulla del West", de Puccini, con Plácido Domingo.

-Quien resultó ser...

-Un grande, maravilloso conmigo. Me invitó al rodaje de "Carmen" en Ronda con Francesco Rosi y me propuso hacer zarzuela. Su padre y su madre, Pepita Embil, habían contratado a mi tío Luis en México muchas veces. Teníamos detrás un mundo que adorábamos. Fue como la herencia de Sagi que me llegó tarde.

-¿Cómo vivió los ochenta?

-A tope. En 1983 dejé la Facultad en Oviedo para dedicarme a esto. Cuando no tenía dinero ponía copas en La Santa Sebe, el pub de mis amigos Luis Antonio, Javier Escobar, María José Olay y Tere Meana. Nos divertíamos. En 1985 me decidí a ir a Madrid, compartí piso con Lluis Pasqual, con quien trabajé de ayudante y aprendí mucho en el María Guerrero en obras interpretadas por Antonio Banderas y Nacho Martínez. Luego compartí piso con Pepa Ojanguren, que trabaja conmigo de figurinista.

-En los noventa murió mucha gente.

-Horrible. Mi madre me decía: "Tienes más amigos muertos que yo". Perdí a muchos, la mayoría de sida, Popi Gavito, Germán Madroñero, compañeros de teatro... Nacho Martínez, maravilloso amigo, de cáncer.

-¿Sintió los disparos cerca?

-Eso daba más fuerza. Éramos muy imprudentes, la noche era atómica, pasábamos días sin dormir. Tanta muerte no nos arredraba, eran gajes de una vida frenética. Luego pasó y se calmó.

-Teatro de la Zarzuela, 1986.

-Entré como director de repertorio. Debía hacer una producción anual. Aprendí de José Antonio Campos en los cinco años que fui su segundo en la Zarzuela. Lo más importante fue "Mefistofele" con Montserrat Caballé en 1987. Montserrat es fuerte, buena y me trató siempre muy bien. Gracias a ella debuté en 1988 en el Liceo. Trabajamos mucho y recuerdo su enorme vis cómica en "Viva la mamma!".

-Nunca estuvo sin trabajo.

-Tuve la suerte de ir de un teatro a otro. En 1990 Jorge Semprún me nombró director de la Zarzuela, hasta 2000. Diez años. A partir de ocho años tienes menos ilusión. Quería estar libre del día a día del teatro y pasé un año viajando, haciendo montajes sin rutinas aburridas.

-En 2001 le ofrecen ser director artístico del teatro Real.

-Un tren que no podía dejar de coger. Pasé casi cinco años. Me quitaron en un cambio de Gobierno, aunque había estado con el PP y el PSOE sin ser de un partido ni de otro. Entraron Zapatero y aquella ministra de Cultura de Andalucía que calzaba zapatos de Manolo Blahnik. Carmen no sé qué.

-Carmen Calvo.

-Me destituyeron por teléfono, a la manera franquista, mientras hacía "Salomé" en Bilbao. Me entristeció, porque no vi el final de mis años del teatro Real, pero viví más tranquilo y seguí en el escenario, que es mi vida. He seguido haciendo cosas en el Real. Pensé que nunca iba a dirigir ningún teatro más, pero Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao, un político cultísimo al que adoré, me vino con otra manzana.

-Dirigir el teatro Arriaga.

-Al principio dije que no. Insistió, le pedí llevar a Daniel Bianco de director adjunto y escenógrafo y hacer algún montaje fuera. Dio el sí a todo.

-Han pasado ocho años.

-Por eso no quise renovar. Tengo una edad, me siento bien, tranquilo y con una buena carrera que me permite escoger montajes. Quisiera estar moderadamente libre y me apetece el campo, por primera vez en mi vida. Ya soy muy urbano en los teatros, de San Francisco a Roma.

-Usted enviudó hace cuatro años.

-Cuando pasó lo llevé muy mal. La muerte de Javier Escobar, después de 39 años juntos, fue un golpe tremendo porque tenía mucha vida por delante, mucha energía y luz. Para recuperarme me ayudaron mucho los amigos y un poco de medicina, "la pastillita del carácter", como decía Javier. Cuesta "reinventar" la vida, que pasa a ser de otra manera, no tienes ese compartir lo artístico y lo personal. Ahora tengo otra pareja y cuesta "reinventarse" con alguien más, pero tuve la suerte de que él también conocía a Javier, vivió cerca y no tuve nada que explicar. En esta vida lo más saludable es no tener nada que explicar. Estoy ilusionado con esta relación, aunque recuerdo a Javier... no quiero olvidar a alguien tan importante. También siento la fuerza de poder "reinventarte". El instinto de conservación, cuando sale bien, da mucha fuerza.

-¿Qué tal siente que le trató la vida?

-Muy bien, mis únicos reveses fueron las muertes de la gente querida. Pero eso los sufrimos todos... Todos perdemos.

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