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En corto y por derecho

El día que Ana Blanco le quitó la estatua a Coppola

Francis Ford Coppola, cineasta y premio "Princesa de Asturias" de las Artes, estuvo a punto de alcanzar los méritos de Allan Stewart Königsberg, llamado Woody Allen, para tener estatua en calle asturiana. Fue 28 minutos después de las 9 de la noche del pasado 23 de octubre, acabada la entrega de los premios, en el telediario que presenta Ana Blanco López, estupenda periodista de televisión. El set era el corredor del interior del hotel Reconquista, sobre el "lobby", del que ascendía el ruido de fondo de un espacio atiborrado por bandejas hosteleras y cabezas de peluquería. De las primeras salían pinchitos salados y de las segundas, conversaciones insulsas. En ese entorno hostil para el pensamiento, los premiados eran entrevistados según el modelo "¡que pase el siguiente!", tres minutos y volvemos a la actualidad exterior. Cuando le tocó a Coppola, le preguntó Ana Blanco qué le suponía este nuevo reconocimiento y el director de "El Padrino" se arrancó por alegrías asturianas:

"Para mí, lo primero, es poder ver esta magnífica tierra de Asturias, que no había visto nunca. Es tan distinta a otras partes de España? es muy bonita y me encanta poder ver esto, el pueblo asturiano, las gaitas, todas las personas que son de aquí? y conocer a los Reyes, que son tan jóvenes, inteligentes y muy amables. Conocer también a la anterior Reina Sofía ha sido muy emocionante. Comer la comida local, la fabada, esa sopa de judías?".

Ana Blanco, entre que no presenta el informativo de la TPA y que Coppola no hablaba de Bilbao, cortó ahí para meter la segunda pregunta.

En ese momento se esfumaron las posibilidades de que Coppola quedara en bronce en una calle o una plaza de Asturias. Si llega a añadir, "ese chorizo, esa morcilla" habría saltado el Ayuntamiento de Noreña a ponerle una estatua junto al gochín escultural de la villa. La campaña hubiera sido mejor que esa foto de María Amparo Antuña Suárez, alcaldesa de Noreña por IPÑ, comiendo callos detrás de una muralla de piezas de cerdo, en la que la gastronomía parecía pornografía por lo que tiene de impúdico comer sólo y mirando a cámara entre carne desnuda y rosa.

Ay, si Coppola hubiera llegado a nombrar el picadillo, la escultura sería un homenaje al "Apocalypse pork" de Noreña, un remontar el Nora hasta llegar a un fartadero en el que un chacinero de origen alemán, llamémoslo Kurt, se mesaría la calva repitiendo: "El ardor, el ardor". No pudo ser, Francis, te pararon antes de tiempo.

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