La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La última pista

El parricida de San Lázaro: de vender estampas religiosas a ateo militante

Eloy Requejo, que degolló a su madre en Oviedo en 1994 y huyó con el dinero que ésta guardaba, salió de prisión hace 10 años tras reducirse su condena

El parricida de San Lázaro: de vender estampas religiosas a ateo militante

Hace ya una década que José Eloy Requejo Fernández, el parricida del barrio ovetense de San Lázaro, pagó los quince años de prisión a los que quedó reducida su condena inicial de 27 años. Aquel caso trajo de cabeza de los asturianos hace poco más de 20 años. El 22 de agosto de 1994, Requejo estranguló con un cinturón y degolló con una cuchilla a su madre, Georgina Fernández, de 62 años, en la vivienda que ambos compartían con un inquilino en la calle Monticu. Luego escapó durante dos semanas con el dinero que guardaba su madre.

Aquel suceso lo tenía todo. Por un lado, el asesinato de una madre a manos de su propio hijo, el crimen de los crímenes. También oscuras referencias religiosas, porque tras degollarla, Requejo dejó a su madre desangrándose sobre la cama, cubierta por una sábana, rodeada de estampitas religiosas -las mismas que él se dedicaba a vender por diversas localidades asturianas-, con un cirio encendido y una Biblia abierta por el Eclesiastés. Hasta quemó una barrita de incienso. En aquel entonces se hizo hincapié en sus contactos con sectas, como la Iglesia de la Cienciología.

Si era religioso en aquel entonces, hoy Requejo parece haber cambiado mucho de ideas. Su página en Facebook y su blog ("Soy libre para pensar") denotan que se ha pasado al ateísmo militante. Hasta tiene colgados para descargar libros importantes en la historia del descreimiento, como "¿Por qué no soy cristiano?", de Bertrand Russell, e incluye ensayos de cosecha propia, donde asegura que nunca se haría Testigo de Jehova porque, en caso de que su hija necesitase una transfusión, tendría que dejarla morir. Tras salir de la cárcel regresó a Oviedo y vivió un tiempo con su padre, primero en San Lázaro y luego en Ciudad Naranco, donde se le pierde la pista. La discreción como norma de vida.

Al final, pagó poco más de una decena de años por liquidar a su madre. Pesó el argumento que hace unos días repetía a LA NUEVA ESPAÑA quien fuera su defensor, José Luis García Álvarez: "¿Qué persona en su sano juicio haría algo así a su madre?".

Aquel crimen fue resultado de circunstancias terribles. El mismo Requejo dijo al final del juicio que no se sentía culpable moralmente de la muerte de su madre. El joven había pasado primero por la separación de sus padres, cuando tenía doce años. Había vivido una adolescencia marcada por la necesidad y la obsesión de su madre por el ahorro. Él la describió como "dominante". Le afeaba cualquier gasto. Lo que ganaba con sus trabajos esporádicos -estaba en paro cuando cometió el crimen y su madre le presionaba para que encontrase empleo-, tenía que entregarlo en casa. Su madre le obligaba a caminar desde San Lázaro al Simago de Uría para comprar el pan, porque era más barato. Y le obligaba a ir a pedir ropa y comida a la residencia de las hermanas de la Inmaculada, algo que le avergonzaba profundamente. Llegó a tener novia, pero rompieron unas semanas antes del crimen.

Tras matar a su madre, su intención hubiese sido suicidarse, o al menos es lo que intentó hacer creer. Hasta mandó una carta a LA NUEVA ESPAÑA, en la que explicaba las razones para quitarse la vida y quitársela a su madre. Y es que si faltaba él, nadie la cuidaría. Sin embargo, encontró en el cajón secreto de su madre lo impensable: una cartilla con dos millones de pesetas y una caja de caudales con tres millones en efectivo. La llave del tesoro, la llevaba la víctima colgada al cuello.

Sin embargo, la versión de Requejo no cuadraba con la realidad. Días antes del crimen se apoderó de 575.000 euros de la comunidad de vecinos, de la que era presidente, y alquiló un coche. Esto demostraba que había planeado la huida. Los tres millones y medio de pesetas le duraron más bien poco. Dos semanas. Viajó a Baleares, durmió en hoteles de lujo -su abogado dice que no, que lo hizo en coche-cama-, hasta repartió dinero entre los mendigos de Las Ramblas de Barcelona. Le dio tiempo a ir a un partido del Oviedo con el Español. Llamó a la Policía y les explicó que había matado a su madre y que si querían cogerle tenían que ir a Sarriá. No le creyeron. Unos días después se presentó en la Comisaría de Zaragoza con la misma cantinela. Tras algunas dudas le detuvieron.

Del suicidio se había olvidado, si es que tuvo alguna vez intención de cometerlo. Los jueces de la Audiencia que le juzgaron en enero de 1996 concluyeron que el crimen había sido completamente premeditado, por lo que le condenaron a 27 años, los que solicitaba el fiscal jefe de Asturias, el ya fallecido Rafael Valero. El abogado José Luis García aún cree hoy que "no la mató por odio, sino por compasión". García lo recuerda como un joven extremadamente inteligente, con un coeficiente superior al normal -en la cárcel se matriculó en la Universidad para mayores-, "encantador, con gran facilidad de palabra". La madre, añadió, "siempre se estaba quejando de falta de dinero, y guardaba tres millones". García logró que el Supremo le redujese la pena a Requejo de 27 a 22 años. Una reforma penal permitió que quedara en 15 años.

Compartir el artículo

stats