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Asturias desde el mar (II)

Mar y montaña en perfecta comunión

No hay costa en el mundo que aúne mejor que la llanisca la cercanía del monte, los acantilados y las playas paradisiacas

Mar y montaña en perfecta comunión

Cuando comienzan a divisarse las primeras casonas de indianos de Llanes, mediada la tarde, el cielo parecía querer ponerse a la contra. Triste, grisáceo, feo, no presagiaba una apacible tarde de navegación. Si embargo, nada más estrechar la mano al patrón y guía, Rafa Antuña, que dirigió esta segunda etapa de la singladura de LA NUEVA ESPAÑA, el semblante comenzó a cambiar. Las nubes se disiparon y únicamente prevaleció una neblina sobre la sierra del Cuera insinuando la presencia del pico Turbina (el más alto del conjunto, con 1315 metros), que parecía estar posando para el objetivo de la cámara. Una pátina opaca, etérea, que separa las cumbres de las olas.

Así quedaba atrás el puerto deportivo de la villa llanisca, que antaño fuera la playa El Sablín, y la embarcación puso rumbo a alta mar, dispuestos sus pasajeros a disfrutar de un espectáculo sin igual, que logró sorprender y superar las expectativas. "Esta costa es totalmente distinta a todas las demás, es única en el mundo", relata Antuña como acertada carta de presentación. La voz que toma la palabra es autorizada. El patrón lleva una vida dedicada al mar. No recuerda cuándo fue la primera vez que navegó, hace ya muchos años. Con barco propio, ya superó la treintena. No puede haber un guía mejor, que conozca más la costa llanisca, como si hubiera sido él quien la hubiera creado, y no el paso del tiempo.

Lo primero que llama la atención, como no podría ser de otra forma, son los insignes Cubos de la Memoria, pintados por Agustín Ibarrola directamente sobre los bloques de hormigón que forman la escollera del puerto. El perfecto ejemplo de lo que es Llanes: una villa con una larga historia señorial, pero apegada a las innovaciones del presente, como un agujero negro que hiciese relativa la distancia temporal entre dos épocas bien distintas pero inalienablemente unidas.

Superada esta chocante primera impresión, los ojos admiran, desde una perspectiva novedosa, la capilla de La Guía, y la panorámica que conforma junto al campo de golf municipal y la playa de Toró. A continuación, Antuña vira el rumbo en la playa del Sablón para seguir, paralelo a la costa, el paseo de San Pedro, un recorrido que transcurre bordeando los acantilados de la costa llanisca entre dos miradores, partiendo desde la villa, dirección Poo. "Yo suelo salir por aquí bastante, a bañarme, a tomar el sol... y si a caso a pescar", bromea Antuña, mientras señala en dirección contraria, hacia los confines asturianos, donde se puede divisar, en la distancia, la costa de Ribadedeva.

"Esto es impresionante, está el monte pegado a la mar", enfatiza maravillado el circunstancial patrón. Y así es, la sierra del Cuera, con su considerable altitud, vigila, apenas unos kilómetros tierra adentro, el recorrido de LA NUEVA ESPAÑA, por parajes inusitados. Pareciera que, extendiendo el brazo por la borda, con cuidado de no caer al agua en una de las sacudidas del mar, pudiera uno tocar el monte, rozarlo al menos. El mar y la montaña en perfecta comunión, de una forma que podría suponerse casi artificial.

Poco a poco, a una distancia prudencial de la costa, el viaje se oriente hacia el occidente, pasando por el acantilado de la Talá, la Punta de Jarri o de la Torre, admirando desde la distancia los castros de Poo, las playas de Celorio (con su gran hoguera plantada, que se divisa desde el mar) o de Borizu, con su impresionante península, hasta divisar en la lontananza la playa de Barro, punto de retorno del viaje, que no final.

La vuelta, Antuña decide hacerla mucho más cerca de la costa, para poder vislumbrar cada recoveco de la roca, cada saliente, cada gaviota que sobrevuele el mar llanisco. Ahora comienza lo bueno de verdad, parece decir su sonrisa. Y, de nuevo, acierta.

Sorteando las rocas, Antuña avanza hacia un paraíso tropical en el corazón de Asturias: la playa de Poo. La angosta entrada es premonitoria. "Ad Augusta per angusta". Tras lo angosto, luchando con las dificultades, la gloria, en forma de playa de aguas cristalinas y arena fina, como tamizada.

Allí reciben, brazos en alto, turistas y oriundos, dando la bienvenida y al mismo tiempo advirtiendo: es un paraíso, hay que cuidarlo. Media vuelta, pues espera el plato fuerte de la travesía: atravesar el corazón de los milenarios castros de Poo, una suerte de atalayas naturales que vigilan la costa asturiana, firmes, incorrompibles, preciosos.

El paso por el medio de esta formación natural es una experiencia única, excelsa, aliñada con la luz del final de la tarde reflejada en el mar, jugando con las rocas, escondiéndose y apareciendo tras ellas, como un niño travieso.

El perfecto punto final a un camino que termina donde comenzó, en el puerto deportivo llanisco, mientras cae el sol, reflejado en las cristaleras de la lonja, tiznando con tonos anaranjados lo que queda del tradicional puerto pesquero.

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