La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La Última Pista

Un billete de 20 con restos de pólvora, la pista que descubrió al asesino de Boal

Juan José Olivares entregó el dinero a su exmujer nada más matar de dos tiros de escopeta a Álvaro Rodríguez, un crimen del que se cumplen ahora seis años

Un billete de 20 con restos de pólvora, la pista que descubrió al asesino de Boal

Juan José Olivares Campoamor tenía una posición que muchos envidiarían. Prejubilado de Viesgo, cobraba al mes 1.900 euros y tenía unas cargas familiares más bien livianas: solo tenía que pasar una pensión de 300 euros a su exmujer. Sin embargo, su afición a la bebida y hay quien dice que a las tragaperras le terminaron convirtiendo en un delincuente. Todo el mundo en Boal y los concejos vecinos conocían su afición a los pequeños robos, que nadie denunciaba porque "Juanjo el de Doiras" -había trabajado muchos años en la central eléctrica del embalse- era un mal bicho dado a la violencia. A un hermano del cura de Boal lo amenazó con una navaja cuando le pilló metiendo la mano en el cepillo, y hay quien asegura que llegó a amenazar con una escopeta a un grupo durante una celebración. Incluso fue investigado en relación a la muerte de un mendigo, "Mundo", al que prendieron fuego mientras dormía en los años ochenta. Antes de morir, el vagabundo apuntó a su verdugo: "Fue 'El Grandón'", aseguró antes de morir. La complexión de Olivares, un hombre corpulento, de dos metros de altura, encajaba a la perfección con ese apodo.

A Álvaro Rodríguez, que tenía una empresa de materiales de construcción en el Alto de Llaviada, muy cerca de Prelo, la aldea en la que vivía Olivares, le podía la compasión y dejaba entrar al prejubilado en la empresa para ayudar a los empleados a limpiar, colocar paquetería y hacer recados, se supone que a cambio de alguna pequeña cantidad. Aprovechó esas entradas para hacerse con una llave de las instalaciones.

Rodríguez, de 52 años, casado y con dos hijos adolescentes, comenzó a notar que le faltaba dinero y material en la empresa y llegó a poner cámaras para descubrir quién le robaba, gracias a lo cuál supieron que era Olivares el que cometía las sustracciones. Pero la prueba definitiva la tuvieron él y sus empleados un día que simularon salir del trabajo para ir a comer y volvieron de forma sorpresiva a las instalaciones. Allí sorprendieron a Olivares, con dos bolsas repletas en las manos, una con monedas y la otra con limas para motosierra. "Juanjo el de Doiras" se derrumbó entre lágrimas. Rodríguez, lejos de llamar a la Guardia Civil para que se llevasen al ladrón, le dio la oportunidad de devolver todo lo que le faltaba de la empresa, que había alcanzado un pico, entre 6.000 y 9.000 euros. Le dio como plazo hasta final de año. Si no le reintegraba lo que había robado, le denunciaría en el cuartel.

Pero "Juanjo el de Doiras" no era de los que aceptaba fácilmente intimaciones. Por alguna razón planeó vengarse del empresario. Después de hacerse con una escopeta que guardaba un sobrino de su mujer en una casa de la comarca, y a la que no iba con frecuencia, se dirigió a Alto de Llaviada, en la tarde del 10 de noviembre de 2010, hace por tanto casi 6 años.

En la oficina de la empresa ya solo quedaba el propietario. Desde la puerta le disparó por la espalda. Esa herida ya le habría causado la muerte, pero Olivares se dirigió al empresario, recargó -el arma tenía uno de los dos cañones inutilizado- y lo remató descerrajándole un segundo disparo en la cabeza. No estaba dispuesto a dejarle con vida. Luego, en el juicio, el abogado de Olivares, Celestino García Carreño, indicaría que Rodríguez había amenazado al asesino, e incluso intentado atropellar con el coche. No se pudo escuchar por boca del propio acusado, que tocado con un sombrero de ala ancha y totalmente ausente, prefirió no prestar declaración.

La Guardia Civil se volcó en dar con el asesino. Montó la "operación Brezos" -llamada así en honor de la miel de brezo boalesa- y buscó sospechosos. Olivares fue uno de los primeros nombres que se barajaron. La primera pista les llegó a través de la exmujer de "Juanjo el de Doiras". Después de matar a Rodríguez, Olivares fue a ver a su exmujer a entregarle el dinero de la pensión, 300 euros. La mujer se extrañó tanto de que le entregase el dinero con tanta diligencia que, al conocer la muerte del empresario, se temió lo peor y acudió con los billetes a la Guardia Civil. En uno de los billetes, de 20 euros, los agentes encontraron restos de pólvora, una prueba definitiva.

Cuando fueron a buscarle, tres meses después del crimen, estaba ya resignado a pasar una larga temporada en la cárcel, y les dijo a los guardias: "Lo sé, lo estaba esperando". Confesó de plano. Les llevó al punto del embalse de Arbón, en el río Navia, donde había arrojado la pequeña caja de seguridad que robó de la empresa el día del crimen, y en la que estaban los 300 euros que le dio a su exmujer. Los buzos encontraron esta prueba a unos once metros de profundidad. También les llevó hasta el arma del crimen, que había reintegrado al armario donde la guardaba el sobrino de su mujer. La munición empleada en el crimen la tenía en su casa, pese a que no tenía armas ni licencia. El jurado, en noviembre de 2014, le halló culpable, aunque convino en que había ayudado a la Guardia Civil a aclarar cuestiones cruciales en el caso. Le impusieron 21 años y tres meses de cárcel.

Compartir el artículo

stats