"Papá, ¿qué le pasa a esa chica?". Alba Torralbo, de cuatro añitos, observa hipnotizada ayer noche, desde la atalaya que forman los hombros de su padre Alejandro, la expresionista actuación de Rocío Ruiz, "la niña del Cierrín" que, en un singular homenaje a Linda Blair, aterrorizaba a todos aquellos que en la noche de ayer pasaban ante su casa de La Fresneda.

No era el único rincón de miedo en el pueblo. Esta pacífica localidad sierense, paraíso residencial en pleno centro de Asturias, se convierte cada año, coincidiendo con la noche de las brujas, en un museo de los horrores, con sus vecinos convertidos en zombies, maníacos y fantasmas, y sus casas tornadas en cuevas, mazmorras y cementerios. Son las genuinas "Casas encantadas" de La Fresneda. "Papá, ¿qué le pasa a esa chica?", repitió Alba, con la cándida inocencia de lo rapaces. Alejandro, incapaz de explicárselo, acudió a un temor primitivo de todos los niños: "Es que no puede hacer caca, hija". La niña, solidarizada con la enfermita, pidió a su padre que llame al médico.

Claro que no era una buena noche para llamar al doctor. En la calle de los Tilos, Sandra Dapena y su hijo, Jaime Girondo, habían convertido su garaje en "El hospital del terror", en el que sólo la sala de espera daba más miedo que el quirófano.

"Esta es la mejor fiesta de todas, y aquí la gente se lo curra un montón. Por eso viene tanta gente de fuera", afirma Olay Bernardo, ataviado como el Joker (versión "Escuadrón Suicida"), y que recorría las Casas encantadas en compañía de sus amigos Rodrigo Cuesta, José Vázquez, Hugo Martínez y Hugo González y Rodrigo Monteserín, cada uno ataviado como un monstruo de cine.