El grafista José Santamarina (Oviedo, 1941) es recordado por Elías+Santamarina, un estudio del que salió el diseño y el grafismo más moderno en la Asturias de los años setenta y ochenta. Tímido pero firme, logró imponer que su amor al dibujo se convirtiera en su modo de vida y se hizo grafista en un tiempo en el que España no conocía esta disciplina. Ha recopilado prácticamente todo su trabajo y puede admirarse en https://www.flickr.com/ photos/josesantamarinagrafista.
Está jubilado, pero acude cada día a Santamarina Diseñadores, donde siguen sus hijos Mary Carmen y Miguel y, en el palomar, continúa investigando.
- ¿Cómo se ganaba la vida en 1959?
-Trabajaba en la empresa de rotulación de Melcón toda la mañana, iba a clase de seis a siete y media y luego trabajaba en unos bloques en el Cristo con Gil Lus hasta las doce de la noche. Disfrutaba, hacía anuncios y era lo que quería. Me presentaba a concursos de carteles y había ganado alguno. Estaba sonando y me fichó Manolo Brun, que era muy profesional, muy creativo, y tenía Publicidad Gisbert.
-¿Le fue bien?
-Entré con 5.500 pesetas al mes, un dinero. Llegaba con el sobre a casa, se lo daba a mi madre y ella me daba para el cine. El dinero no era problema para mí.
- ¿Qué tal le fue en El Aaiún, soldado Santamarina?
-Quince meses en África, entre 1963 y 1964, sin un día de permiso, en la Policía territorial, cogiendo mensajes cifrados: Z1, Villacisneros; Z2, el Aaiún, y Z3, Las Palmas. Pinté mucho. Luego hice una exposición en Asturias sobre lo que pinté en el Sahara.
- ¿Se aprovechó de sus habilidades de dibujante?
-Se aprovecharon ellos de mí para que hiciera un diploma y no me dieron ni material. Me compensaba que podía pintar y que había una luminosidad y unos colores que nunca había visto. Mandaba los lienzos enrollados y mi padre me escribía cartas muy explicativas de lo que debía corregir. Fue como un cursillo por correspondencia.
- ¿Cómo lo llevó?
-Lo dejé pasar. Allí me di cuenta de lo que eran los militares, a las seis de la tarde, todos borrachos. En África tenían buenos sueldos. Como soldado ganaba 5,50 pesetas diarias, cinco veces más que en la Península.
- ¿Ya tenía novia?
-Sí, Mari Carmen Sanahuja Pliego, de Gijón, hija de catalán y tevergana. Vivía en Oviedo y la conocí el 16 de agosto de 1962 en un baile de Casa Fermín. Nos escribíamos todos los días. Trabajó en una gestoría, pero lo dejó para ayudar a su madre con la abuela. Nos casamos el 3 de enero de 1966, en el Cristo de las Cadenas, donde mis padres.
- ¿Qué hizo al regresar de la mili en 1964?
-Trabajar en Brun a tiempo completo. Cuando marché a la mili entró por mí Elías García Benavides, que venía de León.
- Allí se conocieron.
-Los dos queríamos hacer otras cosas. Brun era una agencia de publicidad y sólo le interesaba facturar; nosotros queríamos hacer diseño.
- ¿Ya entonces tenían más referencias de la gráfica?
-Brun y Melcón tenían libros que miraba y me encantaban. Pero no se hacía. Necesitaba más información y escribí a embajadas y ministerios para que me enviaran libros y folletos y estar al día de lo que se estaba haciendo. Los sobres llegaban abiertos. Un día llamó a la puerta un policía para saber a qué nos dedicábamos y por qué recibíamos tanto material del extranjero. Buscaba la fotocopiadora. Le explicamos nuestro trabajo y él se soltó y nos contó que él habría querido ser médico.
- ¿Qué estilo tenía usted?
-Trataba de hacer gráfica de blanco y negro con limpieza y claridad en el mensaje. En Brun me llegó la tercera revelación, "El libro de grafista" de la Agrupación Fad de Barcelona, punteros en España. Era un grupo cerrado de veinticinco y se entraba por el sistema de bola blanca y bola negra. En 1968 me admitieron. Me abrió al espacio internacional, exposiciones y publicaciones.
- ¿Cuándo empezó su sociedad con Elías?
-Primero hicimos Egraf, estudio gráfico. A Gisbert sólo le interesaba el anuncio de prensa. La cabecera de carta, como llamábamos al logotipo, la podíamos hacer y también carteles para congresos que organizaba nuestro amigo Antonio Iglesias. Los carteles hasta entonces consistían en poner la torre de la Catedral con un texto encima.
- Eso no cambió.
-Porque volvemos atrás. Había el latiguillo obligatorio de "presidente de honor su Excelencia el Jefe del Estado" y lo redujimos hasta lograr que desapareciera.
- ¿Oviedo era rancia?
-Los clientes eran muy abiertos. Hicimos carteles de la SOF, de las fiestas de Pola de Siero. El del Hípico de 1970 está en el Museo de Diseño de Barcelona.
- ¿Se rompió una cultura?
-La llegada de la nueva tecnología metió a informáticos en el diseño y a cualquiera con un ordenador y una impresora. Se ven cosas horribles, ilegibles. Se habla mucho de diseño, pero desde hace diez años no se valora. Todo se devaluó. Los que venían a competir decían Elías+Santamarina son muy buenos, pero muy caros. No decían que eran capaces de hacerlo mejor, sólo más barato.
- ¿Cuándo dejaron Gisbert?
-En 1969. Cuando nos independizamos dejé LA NUEVA ESPAÑA, donde trabajé dos años de grafista y diagramador de unos reportajes de la agencia "Efe".
- Nació Elías+Santamarina.
-Sí, con nuestros clientes.
- ¿Hicieron dinero?
-Para vivir bien. Lo del dinero no acabo de entender cómo se hace.
- ¿Cómo trabajaban?
-Muy independientes. Cada uno tenía sus clientes. Nos consultábamos porque teníamos una coincidencia de gráfica y criterios. Éramos dos personas que trabajábamos en el mismo sitio desde 1969 hasta 1997. Casi 30 años.
- ¿Qué pasó?
-Cuando en una empresa de comunicación la gente no se comunica, se rompe. Trabajábamos tan independientes que para qué íbamos a estar juntos.
- Personalmente, ¿cómo lo llevó?
-Sin problema. Fue muy civilizado. Ya estaban mis hijos y el suyo... no quedó nadie solo.
- ¿Cuál fue su gran década?
-Los setenta. Había gente con mucha inquietud, Graciano García, con "Asturias Semanal"; Enrique García, con Bocaccio Distribución, para la que hicimos carteles de cine. Las colecciones de Ayalga Ediciones, "Asturias, Diario Regional". Mucho trabajo y muy satisfactorio. Toda la actividad económica se representaba gráficamente. Me da pena que se pierda esa calidad de diseño que tuvo Asturias. El diseño es un valor añadido a un producto.
- ¿Hay muchos diseñadores?
-Hay mal diseño no porque no haya diseñadores buenos sino por el desinterés de empresas e instituciones. Volvemos a ser más pueblo de lo que fuimos. El anuncio de las zapatillas de "Hoy quedamos en casa" no se le ocurre a nadie, ni la idea ni la gráfica.
- Sitúese.
-Odio la palabra "diseño". Soy grafista, persona que representa gráficamente las cosas. No hago distingos entre un cuadro o un cartel, la representación es la misma. La palabra "artista" me jode mucho, soy una persona que hace cosas, que trabaja.
- ¿Cómo está ahora?
-Me jubilé en 2010. Bajo al estudio todos los días a recopilar el material que hice porque la memoria es muy elemental y estuviste ahí muchos años pero se olvida. He recuperado casi todo.
- Tiene dos hijos dedicados a la gráfica e ilustración.
-Siempre pintaron. Yo terminaba en el estudio, iba a casa, seguía dibujando, obsesionado hasta que lo solucionaba, y me veían. Pero yo ni lo sugería. Iban a clase de pintura porque querían. Cuando dijeron que querían dedicarse a lo mismo que yo les exigimos que terminaran el Bachiller y la selectividad y luego que eligieran. Mary Carmen en seguida vino al estudio y Miguel pasó por Artes y Oficios.
- ¿Qué tal siente que le trató la vida hasta ahora?
-Muy bien. Si volviese a nacer, haría lo mismo.
- ¿Fue un padre presente?
-Físicamente sí, pero fue mi mujer la que educó a mis hijos. Yo fui muy influyente en silencio.
- ¿Fue exigente con ellos?
-Soy exigente, pero no sé... Igual me impuse en cómo hacer, pero cada uno tiene su estilo.