La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

MELQUIADES ÁLVAREZ | Artista plástico

"Fui al Madrid de la Movida cuando sentí que la sociedad local provinciana me cercaba"

"Al regresar de Bilbao pasé a preocuparme menos de mi trayectoria y más de la experiencia vital: conocí a Reyes Díaz, mi mujer, viajé y me dejé influir por el arte extremo"

El pintor y escultor Melquiades Álvarez, en Oviedo. IRMA COLLÍN

Melquiades Álvarez (Gijón, 1956), hijo de albañil, descubrió la pintura a los 10 años y expuso por primera vez a los 17. Estudió Bellas Artes en el Bilbao de la Transición, vivió en el Madrid de la Movida y regresó a Gijón. Cada exposición es un acontecimiento para el arte asturiano. En 2015 publicó su primer libro de poemas, "La vida quieta" (Trea).

Está casado con la también artista Reyes Díaz (Gijón, 1948) y tienen tres hijos. Su última obra está expuesta en el edificio histórico de la Universidad de Oviedo bajo el título de "Las estaciones", la forma en que la naturaleza, protagonista de su obra, representa el paso del tiempo.

- Estaba bien en Bilbao. ¿Por qué volvió a Gijón en 1978?

-Siempre pensé que volvería. Tenía que seguir mi obra y acabar con la esquizofrenia de ser estudiante de Bellas Artes que no estudiaba, pero tampoco estaba independizado de los estudios. Me instalé en el barrio del Carmen. La pintura no me daba para vivir. Me pasaron cosas interesantes.

- Cuente, cuente.

-En una reunión de la Asociación de Artistas Plásticos conocí a Reyes Díaz, mi mujer, que venía de Barcelona y teníamos mucho que decirnos como venidos de fuera. Daba alguna clase particular, hice algún encargo no muy honorable, menos preocupado por mi trayectoria y más por la experiencia vital, por dejarse llevar, perderse de vista a sí mismo.

- ¿Qué tal lo pasó?

-Muy bien. Empecé a viajar, que nunca lo había hecho. Estuvimos en París, en Alemania.

- ¿Eso se lo dio la vida o Reyes Díaz?

-¿Cómo podemos hacer una diferencia? Viene como invitaciones a vivir una realidad distinta que uno no busca pero acepta como buena. Venimos de caminos distintos en lo personal y lo social y hay unos trasvases.

- ¿Qué le dio usted a cambio?

-Mi procedencia, mi seriedad con mi trabajo.

- ¿Cómo es ella?

-Muy intuitiva, una gran pintora que entonces tenía las cosas menos claras que yo, de una familia más pudiente que la formó en un concepto de vida más responsable... Acabó la carrera, fue profesora, cosas nada incompatibles con su sensibilidad artística.

- ¿Qué hizo al dejarse llevar?

-Todo lo que me apetecía hacer, fotografía, dejarme influir por lo que vi por Europa, incluso lo más extremo, una versión del body-art, el minimalismo y el soporte superficie. Nos asociamos en ello Pelayo Ortega, Alejandro Corominas y yo, un hito que te recuerdan de 1981 o 1982. Participé en la creación de la Universidad Popular de Gijón, pionera en España. Al año siguiente me fui a Madrid y ejercí en la de Leganés.

- Más novedades.

-En 1982 fui solo a la Documenta de Kassel para ver de cerca el emerger de la nueva pintura. Hay que palpar las cosas donde están ocurriendo, que no es lo mismo que tener información. Cogí un Alsa a Basilea con cuatro conocimientos de alemán y una tienda de campaña, disfruté de la ciudad y su arquitectura neoclásica, para mí una revelación, y del contenido de la Documenta. Hay una anécdota sabrosa.

- Diga.

-En la frontera con Suiza los aduaneros hicieron bajar a los emigrantes asturianos y les hicieron pagar bien por todos los embutidos que llevaban.

- ¿Por qué se fue a Madrid?

-Sentí que la sociedad local provinciana me empezaba a cercar. Estuve solo el primer año porque Reyes trabajaba aquí.

- ¿Qué tal le fue?

-Mucha movida, vida nocturna, inauguraciones multitudinarias de artistas extranjeros, lugares de moda, almodóvares y excesos en los que participé con distancia. Mi misión no era perderme. Hice una memoria de introspección y sentimientos muy profunda, una nostalgia bien administrada, de la carencia. Tomé una decisión importante.

- ¿Cuál?

-En 1983 decidí que no habría situación idónea para vivir del arte. Tomé la decisión cuando me hicieron una adquisición importante, que está en el Conde Duque, y fue un espaldarazo para lanzarme a vivir de exponer.

- Volvió a Gijón en 1986.

-Madrid estaba agotado, tenía una hija, Claudia, y, desde el punto de vista práctico, era mejor. Estratégicamente quizá hubiera sido mejor quedarse, pero siempre atendí más a lo que me apetecía que a lo que me convenía.

- ¿Fue un padre presente?

-Sí, y la profesión me permitía horarios volubles, fui a buscarlos al colegio, los llevé al parque, disfruté bastante de su niñez y juventud. Lo hice lo mejor que pude, pero también tuve mis torpezas e impaciencias. Lo pasé bien.

- ¿Qué hacen?

-Claudia, 32 años, vive en Londres y es traductora. Matías, 30, es cocinero, vivió en Londres, fue cocinero de barco y casi dio la vuelta al mundo y está en la fabricación del vino, en Ribera, en California y ahora en Australia. Reyes, 28, vive en Madrid, hizo Publicidad y Diseño Gráfico, hace animación. Las dos chicas tienen cualidades para la grafía.

- Ninguno está en Gijón.

-Me gusta que sean autónomos. No soy de los padres posesivos. Fueron educados en los idiomas para ser valientes ante estas posibilidades. Es una circunstancia de su tiempo, quizá transitoria, creo que retornarán.

- Se reveló como poeta en 2015 con "La vida quieta".

-La poesía surge hace 20 años, regular y secretamente, como una extensión de lo primero que escribí, reflexiones, anotaciones sobre el proceso de trabajo, dudas, anotaciones sobre obras que me gustaron. Es complementaria.

- ¿Llega a sitios que no alcanza la plástica?

-Sí. Me suscita una reflexión que ni contradice ni reitera el hecho plástico. Es de otra naturaleza, más opresiva, abrupta, como una revelación. A veces no tengo donde anotar y lo grabo con unas llaves en el papel del supermercado. Los procesos plásticos son más largos y susceptibles de ser rectificados. La poesía se corrige pero apenas varía. El poema es como un huevo, algo redondo que se contiene a sí mismo.

- Supongo que al taller va todos los días. ¿Y a la poesía?

-El taller, muy absorbente, es donde te concedes la licencia de hacer todo lo que se te pasa por la cabeza. No hago un horario muy distinto al de un obrero. La poesía es un regalo que viene en un paseo. Rousseau y otros escribieron de la facilidad con que los pensamientos fluyen en el movimiento físico. Es el momento de la meditación, conceptual o de observación. Empecé a leer poesía con Machado, un paisajista.

- ¿Cómo hace para seguir creando en su trabajo?

-Es muy importante estar motivado con frescura y alerta contra la repetición. Tengo el reto, aunque me equivoque, de renovarme y experimentar. Los comienzos son apasionantes. Cada vez cuesta más. Si no tengo más que decir espero tener el lujo de poder hacerlo, aunque no tengo otra profesión. Pagaría caro quedar en seco.

- ¿Qué tal siente que le ha tratado la vida hasta ahora?

-Muy bien. Las cosas pudieron hacerse mejor y pudieron salir peor. En la mayoría de las ocasiones fui mi principal protagonista, fui bastante libre. El hipotético sentido de la vida es aprender a ser libre, algo que puede llevarte toda la vida. No tengo grandes reproches que hacer a las cosas que me ocurrieron porque son responsabilidad mía. Tuve el privilegio de dedicarme a aquello que intuía y se fue materializando como posible. Vivo en una buena parte de un mundo fastidiado.

Compartir el artículo

stats