Nunca un peso tan liviano fue tan difícil de llevar. El pequeño ataúd blanco con los restos mortales de la pequeña avilesina fallecida llegó puntual, en el coche fúnebre cuajado de rosas blancas, a la iglesia de Santo Tomás de Cantorbery, en Avilés, un templo que la niña conocía muy bien. "Esta muerte nos destroza", diría momentos después el párroco, José Antonio Montoto. Sonaron las campanadas de las cinco de la tarde, pero ese fue el único sonido que acompañó a los cuatro hombres vestidos de negro que trasladaron a hombros el féretro hasta dejarlo en el altar de la iglesia. El silencio atenazó todos los corazones.

"Junto a nuestra hermanita hemos encendido un cirio", comenzó Montoto, con la voz emocionada, el funeral. Un cirio para simbolizar la victoria sobre la muerte, aunque ayer era esta última la que resonaba como un aldabonazo. "Que el resplandor de esta luz disipe las dudas de nuestro corazón. Dios ha querido llamar desde el mismo umbral de la vida a esta niña", continuó.

Desde la primera fila de bancos los padres y las abuelas de la niña apuraron el cáliz más amargo de su vida. Montoto intentó con sus palabras consolarlas. "Desde la madrugada del miércoles la desesperanza y el dolor nos atenazan. Nos destroza el corazón esta muerte tan injusta. ¿Qué podemos pensar de un padre bueno cuando permite estas cosas? Los gritos de dolor se unen a las súplicas de tantos amigos que os acompañamos para pedir luz para encajar esta muerte".