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Un zoco bajo los escombros

El país trata de recuperarse como destino turístico dos años y medio después del seísmo que arrasó el valle de Katmandú

1. Templos de Durbar Square, en Patan, rodeados de andamios. 2. Tráfico y peatones en las inmediaciones de la parada de bus de Lagankhel. 3. La voluntaria Marta Maximiano con los niños Himal y Nita en el orfanato de CHEF. 4. Un sadhu, considerado uno de los hombres santos en el hinduismo. 5. Estupa de Boudhanath . 6. Los últimos templos que quedaron en pie en Bhaktapur. 7. Viviendas destruidas bajo los Himalayas. C. J. / G. R.

Dicen que uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida. Katmandú es uno de ellos. Y es entonces cuando comprende cómo están de ausentes las cosas queridas. Lo único. Lo eterno. Lo ilimitado. Las amistades sinceras. Las montañas majestuosas. Y también esas calles envueltas en un caos de cables y el sonido irritante de miles de cláxones a un tiempo. Hay también polvo. Mucho polvo. Un hormiguero humano con infraestructuras devastadas bajo una capa negra de polvo y polución. Pero entre tanta confusión emerge una esperanza. La pérdida, tras el terremoto de 2015, de su ingente patrimonio de templos, estupas, palacios y monasterios levantados desde época medieval que le valieron la declaración de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco se presenta, sorprendentemente, como una oportunidad para la población nepalí.

Esos rincones inolvidables que bullen de actividad a todas horas son ahora también el foco de donde emana la principal actividad del país: el turismo. Bajo los escombros emergen una suerte de pequeños zocos donde se venden maquillajes para las populares tikas (el punto de color entre las cejas que en su origen identificaba el estado civil de quien lo lucía), bisutería, libros, comida, calzado, saris...

De prevenir otro desastre se encargan los puntales que cuelgan de casi todos los edificios históricos de la ciudad. Bajo las fachadas, una señal de prohibido aparcar es la única advertencia de las autoridades sobre el riesgo de que lo que queda se venga abajo. Vuelve entonces a la mente las imágenes de aquellos templos antes del terremoto, como congeladas en el tiempo, para revivir en los instantes en que todos necesitamos una dosis de recuerdos bonitos para poder continuar.

El distrito de Gorkha fue el epicentro del terremoto de 7,5 grados en la escala Richter que en abril de 2015 devastó varias zonas de Nepal y que comenzó una serie de seísmos durante meses que en total causaron la muerte de alrededor de 9.000 personas y dejó a 800.000 familias sin hogar. El orfanato que gestiona Lila Lamgaday en las afueras de Katmandú fue uno de los afectados. Durante días, por seguridad, los niños y ella estuvieron durmiendo fuera de la casa.

En aquel terremoto murieron siete montañeros españoles en la zona de Langtang, en el oeste del país. Cinco de ellos, de origen avilesino, permanecen sepultados bajo toneladas de roca y tierra. En la casa de Lila, Child Helping Education Fund (CHEF), no hubo que lamentar víctimas mortales pero allí continúan luchando cada día para proveer a los niños de un futuro con ciertas garantías. CHEF se estableció en 2011 en el distrito de Lalitpur para atender a los huérfanos, niños abandonados de castas inferiores, niños pobres, infravalorados e indefensos de Nepal. No reciben asistencia alguna del gobierno y dependen únicamente de donantes individuales y organizaciones para obtener fondos. En CHEF proveen de vivienda, comida, ropa y cuidado médico para niños, todo ello dentro de un entorno amoroso. A la familia CHEF -integrada por Himal, Sylvia, Amit, Esneah, Nita, Sony, Sajina, Esmee y Pradip- se sumó Sapana, una joven de 20 años que colabora en el día a día del orfanato además de Raj, el marido de Lila y Liam, el hijo de ambos, que nació hace año y medio.

En una vivienda de dos plantas cuya azotea lo mismo sirve para realizar una ofrenda al dios Shiva, que para lavar a la mascota de la familia, "Lucy", o para disfrutar de las vistas del valle de Katmandú, viven y disfrutan como niños los nueve menores a cargo de Lila. Pese al dicho de que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, en CHEF uno puede ser "eternamente feliz", así, entre comillas, porque sirve para enmarcar lo que se siente.

Y aunque los peor parados por el terremoto apenas recibieron 15.000 rupias nepalíes (unos 150 euros), o 25.000 (250 euros) en el mejor de los casos, para comenzar el trabajo de recuperación de sus viviendas, los nepalíes siguen siendo felices. Su naturaleza y la simpatía permanecen intactas.

Se dice que a Nepal se va por sus montañas pero se vuelve por sus gentes. Y así continúa siendo. Antes del terremoto, Katmandú era un caos aceptable. A su estilo, lo mantiene.

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