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Un médico asturiano contra la hambruna en África

"La malnutrición se cura", sostiene Íñigo Marañón, formado como internista en Cabueñes y desplazado con Médicos Sin Fronteras a Damaturu, donde la falta de alimento y la malaria se ceban con los niños

El médico asturiano, diagnosticando a un pequeño en Nigeria. MÉDICOS SIN FRONTERAS

Una actitud positiva ante la vida implica abrirse a todo tipo de experiencias. Y eso es lo que practica el médico Íñigo Marañón Zabalda, quien a punto de cumplir 33 años ya va por su cuarta misión humanitaria con Médicos Sin Fronteras, con quienes comenzó a trabajar en 2016 en Sudán del Sur, y posteriormente en Yemen. Formado en el Hospital de Cabueñes como internista y desplazado en Nigeria desde el pasado 24 de diciembre, afirma que la intervención en emergencias le atraía ya desde que comenzó sus estudios. "Es un trabajo muy estimulante, tienes que estar resolviendo problemas a los que jamás te enfrentarías en la Medicina en otros países", subraya quien, en el día a día, también tiene que luchar contra la "frustración intensa y los momentos de impotencia" que acompañan al trabajo en zonas de conflicto con decenas de miles de desplazados que sufren epidemias por la falta de acceso a un sistema de salud normalizado o a campañas de vacunación.

En ese contexto, los niños se llevan la peor parte, remarca. "No vemos tiros, disparos o bombas sino malnutrición y malaria y muchas enfermedades infecciosas que podían prevenirse con vacunas", enfatiza. El pico de malaria llega entre septiembre y octubre -aunque se extiende a todo el año-, entonces ven cientos de casos de niños en estado grave. "Los niveles de acceso a centros sanitarios son muy escasos", subraya pese a que la malaria es una enfermedad con tratamiento y supervivencia "pero hay que saber tratarla y cuanto más se tarde son más graves las secuelas", advierte. Alejándose de la visión prejuiciosa y estereotipada de África, el joven médico formado en el hospital gijonés habla de un país poblado de más de 200 millones de personas con anhelos, sueños y ansias de superación como cualquier otro pueblo. Por eso, lamenta profundamente cuando se habla de males irreversibles. "Nigeria es un lugar tremendamente complejo, con muchos problemas estructurales", detalla, "no hay un único conflicto que haya desmoronado todo pero existe una mortalidad infantil muy elevada. Los niños son los primeros que caen en el abismo de la malnutrición y las enfermedades". Pero existe salida.

El conflicto entre Boko Haram y el Ejército nigeriano, que comenzó en 2009, ha desplazado a casi dos millones de personas en el noreste del país y hay cientos de miles de refugiados en Niger, Chad y Camerún. La pérdida de las cosechas, la falta de vacunación y el acceso a pozos de agua inseguros son algunos de los males que se ceban con los más débiles de la cadena. Médicos Sin Fronteras ha estado dando respuesta desde el 2014 en el estado de Borno y Yobe, proporcionando asistencia médica primaria y secundaria. Su actual proyecto, en Damaturu, en el límite con el estado de Borno, se encuentra en una zona relativamente estable, siempre está bajo la amenaza de Boko Haram. Sus principales necesidades de atención médica continúan siendo la malaria y la malnutrición. En el hospital Damaturu, Médicos Sin Fronteras trabaja en una unidad pediátrica de emergencia de 25 camas y un centro de estabilización de 50 camas que atiende a niños menores de cinco años que padecen desnutrición severa con complicaciones. Como la malaria, los grandes episodios de hambruna también son estacionales. "Ahora llega un hueco de hambre tras cumplirse dos meses de la última cosecha", anuncia Marañón, quien al mismo tiempo lanza un mensaje esperanzador. Porque África es también un lugar para aprender. "La malnutrición es una enfermedad que se cura, no es la pura falta de comida. Existe un tratamiento y funciona", confirma. Eso sí, en los casos severos "resulta devastadora", indica el facultativo. El niño tiene un peso muy por debajo del estándar de referencia para su altura. Se mide por el perímetro del brazo, "una herramienta sencillísima", dice Marañón. Y ese estado, que altera todos los procesos vitales del niño, conlleva un alto riesgo de mortalidad. "Pero se trata con medidas sencillas: un superalimento que es como una especie de mantequilla de cacahuete que a los niños les gusta pese a que el malnutrido ha perdido completamente el apetito".

Vuelta a España

Sus cuatro misiones con Médicos Sin Fronteras, le han servido también para comprender la grandeza y diversidad del continente. "Tenemos que pensar en un escenario de futuro en que no seamos necesarios, delegando en agentes locales, que funcione el sistema de salud. Nosotros tratamos la emergencia y sacamos a los malnutridos del pozo pero estar aquí te da idea que todavía existen enfermedades que no deberían estar pasando", reflexiona. Es el caso del tétanos, de consecuencias "terroríficas" en África cuando en buena parte del planeta resulta prevenible mediante vacunación. "Al final ves que lo que haces tiene un impacto, puedes ver los resultados de lo que haces", señala en su balance de las primeras semanas en terreno.

Cumplidos los seis meses de esta misión, Íñigo volverá a España, "para desconectar; éste es un trabajo muy estresante y es fácil quemarse", aunque él se reconoce ya "enganchado" a las labores humanitarias. "Nuestra labor pasa por reducir la mortalidad y en eso Médicos Sin Fronteras se ha demostrado como una organización tremendamente eficaz y eficiente", concluye. "Intentaré seguir haciendo lo que me gusta", dice sobre su futuro más inmediato, "pero manteniendo los pies en la tierra, para poder seguir siendo funcional".

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