La acusada de intentar envenenar a dos compañeros de trabajo del laboratorio del Hospital de Arriondas pactó ayer con la Fiscalía y la acusación particular declararse culpable para reducir su petición de condena. Así, los cuatro años de prisión que solicitaba el Fiscal, y los cinco que pedían las víctimas se quedaron en uno y medio, además de una indemnización de 12.000 euros, 6.000 para cada uno. Tampoco se podrá acercar a ellos a menos de 150 metros durante 36 meses.

Con la cabeza gacha y entre lágrimas, prácticamente durante toda la mañana: así siguió C. N. la vista oral contra ella ayer en el Juzgado de lo Penal 2 de Oviedo por contaminar con líquidos nocivos para la salud, vinagre y hasta sangre, el agua de dos compañeros del laboratorio del Hospital de Arriondas. La acusada no quiso declarar, ni siquiera contestar a las preguntas de su abogado. Pero cada uno de los testimonios que se escuchaba era peor que el anterior para su defensa. Así que a la una de la tarde, en un breve receso de unos minutos, saltó la sorpresa. La defensa propuso un acuerdo a la Fiscalía y a la acusación particular.

La primera en declarar fue la coordinadora del laboratorio, que sumó 11 botellas contaminadas. Con la primera no se dio cuenta, pero el primer sorbo lo tuvo que escupir. El sabor del agua era ácido. En esa ocasión no comentó nada con los otros compañeros. Pero "luego ya aparecieron las otras botellas, con el agua de un color amarillo, otras olían a podrido". La segunda vez ya lo contó, y empezaron a ponerle la fecha y a guardarlas. Pero la tensión que acumulaba estalló cuando vio que otro compañero sufría lo mismo. Su ansiedad llegó a tal extremo que tras un mes de vacaciones decidió pidió más días de permiso no retribuido. Cuando regresó, la situación no cambió.

La responsable del laboratorio denunció los hechos a la gerencia del centro, pero las dos víctimas, al ver que todo seguía igual, decidieron acudir a la Guardia Civil, donde denunciaron los hechos y posteriormente entregaron las botellas que habían ido guardando y cuyo contenido fue enviado a Madrid para que fuera analizado.

La segunda víctima explicó que, por los cuadrantes de trabajo, se sospechaba que era la acusada la que manipulaba las botellas del agua. Pero la confirmación llegó cuando apareció la última botella.

La Guardia Civil había instalado cámaras de vigilancia en el laboratorio sin que el personal lo supiera. Y todo estaba grabado. "No me lo podía creer. Se ve a Alicia bebiendo de su botella de agua y después de varias secuencias, cuando ella ya no está y había dejado la botella encima de su mesa de trabajo, se ve a C. N. En un momento determinado entra en el espacio de microbiología y vuelve con una especie de jeringuilla, inserta el líquido en la botella, la bate, y la vuelve a dejar en el mismo lugar".

Los relatos de las víctimas fueron refrendados por otras dos trabajadoras del laboratorio, una de ellas jefa del servicio de laboratorio, quien explicó que C. N. había sido excluida en la elección de la coordinadora, para el que finalmente había sido designada la primera víctima.

Una de las pruebas del juicio era precisamente el visionado de las imágenes en las que se veía a C. N. manipulando la botella del agua. Pero no se llegó a ver. La defensa, pese a intentar por todos los medios abrir brechas con la cadena de custodia de las botellas de agua, con informes médicos sobre el trastorno depresivo de su representada, e incluso con la posibilidad de que hubiera habido cambios de turno que no estuvieran recogidos, decidió que era mejor pactar el acuerdo. Por inusual que fuera hacerlo a medio juicio.