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JULIO ANTONIO FERNÁNDEZ LAMUÑO | CRONISTA DE TINEO. PERITO AGRÍCOLA JUBILADO

Tineo, la senda del milagro

Julio Antonio Fernández Lamuño, camino de los 100 años.

Julio Antonio Fernández Lamuño va camino de los 99 años. No los aparenta, bastón en mano. Vive en Oviedo, pero piensa en clave de Tineo, el concejo del que es cronista desde 1993 e hijo adoptivo desde un año antes (un cuarto de siglo ya), concendido junto a Severo Ochoa.

"Porque yo nací en Luarca. Mi padre era funcionario de obras públicas y desde niño las tierras de Tineo no me resultaban extrañas. Éramos siete hermanos y estudié en la escuela pública, junto a la plaza del mercado. Clases de lunes a sábado, incluidas las tardes. Recuerdo un día en 1928 en el que nos llevaron a los niños al Casino Popular para enseñarnos el primer aparato de radio que había llegado a Luarca. El presidente del Casino, Eugenio, nos dio una charla explicativa. "Y ahora vais a escuchar el sonido, vais a oír una emisora de Londres y otra de París. Y de repente, entre las inteferencias de onda, sonó la música, y aquello fue un momento inolvidable".

Llegaba el progreso en forma de ondas mágicas a los ojos y oídos de aquel niño que asistía a las clases de Dibujo de Gumersindo Bermúdez "El Perillas", y que aún no sospechaba que buena parte de su vida iba a estar unida a la del concejo vecino.

"La guerra civil aplazó durante tres años su llegada a la Universidad. Me inscribí voluntario a la Armada, de telemetrista a bordo de dos cruceros. Mi familia me matriculó en Químicas y el 27 de octubre de 1939 pisé yo la Universidad". El edificio histórico y el profesor Guillermo Estrada recibieron a los recién llegados con una frase que perdura en el recuerdo de Fernández Lamuño: "A la Universidad hay que venir trajeado, y no olviden nunca que las corbatas no se hicieron para los negros del Congo".

Tras licenciarse en Químicas se matriculó en la Escuela de Peritos Agrícolas, en Madrid. "Me gustaba la Naturaleza, así que tuve suerte con mi destino profesional". Con el título en mano no era difícil encontrar trabajo "en una época en la que en Asturias había solo 40 peritos agrícolas y mucho trabajo que hacer".

No era fácil llegar a Tineo ni moverse en sus 540 kilómetros cuadrados. "Hubo que trabajar en la apertura de caminos y pistas y, sobre todo, en las pequeñas traídas de agua a los pueblos. Como el Ayuntamiento también necesitaba personal, yo echaba una mano además de mi trabajo en la granja agrícola de la Diputación".

La granja había sido creada en Tineo en 1925 y formaba parte de una red de infraestructuras que incluía la de La Cadellada, en Oviedo; la de Pola de Siero y la Estación Pomológica de Villaviciosa. "La cerraron en 1975 pero fue un factor fundamental en el desarrollo agrícola y ganadero del municipio".

Julio Antonio Fernández Lamuño se casó en Tineo con una tapiega, Francisca Álvarez-Cascos. "Mis dos hijas son tinetenses y tengo cuatro nietos, Paula, Clara, Marcos y Pelayo. Todos buenos estudiantes, estoy yo muy orgulloso de ellos".

"Tineo es mi vida, mi devoción". Lo dice Lamuño desde la preocupación de ver, como ocurre en otros concejos, el despoblamiento rural (más de 22.000 habitantes tenía el municipio hace un siglo, y menos de 10.000 suma hoy), y los incendios -otra plaga común en el Principado-. "No hay siega, hay menos ganado, no se aprovecha el monte bajo, crecen los matorrales, pierden censo los pueblos y el riesgo del fuego aumenta".

Lo explica con didáctica profesional y con vocación de historiador. Cuarenta años pateando el concejo le sirvieron para conocer gentes y paisajes, y para asistir como testigo a pie de campo al cambio de la Asturias rural. "Conocí un tiempo en que buena parte de las familias tenían cuatro o cinco vacas en el establo, uno o dos cerdos, dos docenas de gallinas y un caballo y un asno. Era un régimen de autoconsumo y cualquier gasto aparte tenía que llegar de la venta de un par de terneros al año y de la leche diaria. Los que disponían de más de seis vacas eran de casa rica".

El monasterio de Obona es hoy una asignatura pendiente. Julio Antonio Fernández Lamuño se recuerda ejerciendo de guía improvisado en ese lugar a pie de Camino de Santiago, convertido en la actualidad en una ruina noble con su Cristo románico, de estética bizantina, que parece echarse a llorar más de pena que de dolor. "Alfonso IX concedió a Obona el privilegio del alojamiento de peregrinos. El rey conoció el monasterio y convirtió a Tineo en población real a principios del siglo XIII. Fue un monarca decisivo en mi tierra".

Tineo es Rafael del Riego y el polígono de La Curiscada; el conde de Campomanes y las vegas del río Bárcena. La tierra de José Maldonado, recorrida por Jovellanos y Feijóo, cruzadas por calzadas romanas y por la primitiva senda que los peregrinos medievales transitaron en busca del milagro del apóstol. Y es el Narcea, el oro de Navelgas, la sierra de La Cabra y las fiestas de San Roque.

El cronista casi centenario recuerda aquellos días de agosto "de romería familiar" en las que vio crecer a sus hijas. "Es que para mí siguen siendo las mejores fiestas de Asturias, lástima que ahora ya no pueda asistir. A veces me llama el alcalde, José Ramón Feito, una gran persona, y me dice: Lamuño, ¿por qué no viene? Y yo, debe de ser porque recuerdo mis tiempos de soldado, siempre contesto: a las órdenes, señor alcalde. ¿Sabe? Le digo que elija a otro cronista, que yo estoy muy viejo. Y él, que ni hablar, ni hablar...".

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