Para Vicente Pastor (Barcellina, Luarca, 1956) la pintura es su segunda piel, ese nexo entre el sentimiento y el exterior que le protege y le comunica con el mundo, le ayuda a regular la temperatura estética, le resguarda de retóricas hueras y le mantiene receptivo a los estímulos de la Naturaleza. Nadie puede desprenderse de la piel, lo más profundo que hay en el hombre escribió Paul Valery; como tampoco Vicente puede deshacerse de la pintura que le ha acompañado durante toda su trayectoria compartiendo protagonismo con sus instalaciones o sus performances, y, últimamente, con sus continuas escapadas a campos tecnológicos, «acciones telecompartidas» junto a Sara Malinarich y Ernesto García. Esta fidelidad le ha permitido vivir lo pictórico como algo personal y vital, casi podría decirse que con la lógica del expresionismo abstracto, pero incurriendo en devenires videográficos o acciones como las llevadas a cabo en Cacela Velha (Portugal), en las que recuperaba la excitación cromática y la primitiva gestualidad.

Al tiempo que se traspasan los límites y se expande el concepto resulta cada vez más difícil reconocer la pintura en soportes tradicionales, contemplar su estatismo y soportar el peso, adherido a su historia, del ornamentalismo. Sin embargo, Vicente Pastor nunca ha dejado de experimentar en el cuadro, un territorio limitado pero capaz de revelar, a su entender, toda una serie de acontecimientos creativos cuando se le somete a una intensa problematización. En realidad para el artista el acto de pintar es un gesto autobiográfico, un trabajo a tientas, un ritual en el que va descubriendo el mundo, enlazando un significado con otro y construyendo la visibilidad.

El proceso de trabajo es elocuente de su manera de vincular diferentes materiales, primero mezcla cola y arena que posteriormente vierte en el soporte de madera, sobre esta primera capa deposita materia orgánica y pigmentos que extiende con una brocha, haciendo perceptible la huella. Luego el cuadro se abandona a la intemperie, permitiendo que la lluvia y el viento dejen su marca sobre la superficie, golpeando y revolviendo la masa pictórica. De esta manera al esfuerzo representado por la acción y el gesto se añade el azar y la fuerza de la naturaleza, cerrando así un círculo de energías y culminando el ritual creativo. Por otra parte el artista trabaja el cuadro horizontalmente, en el suelo, con espíritu primitivista, compartiendo con Pollock la convicción horizontal y su inclinación por la antiforma -desdén por la forma y la belleza, en una disposición muy similar a los pintores de arena de los pueblos indios del oeste americano.

En la obra de Vicente Pastor destaca esa confianza en la pintura, en la fertilidad de ese terreno cultivado visual y táctilmente, sembrado de vestigios y materiales. Contemplar estos trabajos es recrearse en la acumulación de gestos, sentir la materia en los ojos y percibir una poética que concibe la pintura como una afirmación del mundo físico.

Porque acaso la permanencia de la pintura tenga relación con esa realidad tangible que sirve de contrapeso a la marea virtual que nos sacude y sea, al cabo, la mano del pintor tanteando las sombras quien serene el acelerado pulso digital.