Amaya P. GIÓN

Llegó a Ensidesa, hoy Arcelor, en el verano de 1956, cuando las instalaciones siderúrgicas comenzaban a cobrar forma y la informática era prácticamente desconocida para la entonces fábrica del INI. Salió de ella trece años después con La Fabricona, ya convertida en un referente en el universo informático de la época. Fernando Soler Mateo (Vigo, 1928) fue uno de ingenieros pioneros de Ensidesa. Hoy, a sus 81 años, este economista, licenciado en Informática y diplomado en Sociología Industrial, revive cada paso y cada anécdota de su periplo profesional en la gran siderúrgica avilesina como si el tiempo se hubiese detenido hace medio siglo.

«Cuando llegué a Ensidesa no había nada parecido a la informática. Realmente tampoco había Ensidesa, sólo unas oficinas en una casa de Avilés con los pisos apuntalados hasta el tejado para evitar que se hundiese con el peso de los papeles y de los que allí trabajábamos. Unos meses más tarde se encendieron los primeros hornos de las baterías de coque», relata Soler Mateo en el centro de documentación de Ensidesa, donde reposan, como reliquias, las que fueron algunas de sus herramientas de trabajo.

Fue en 1959, «después de mil vicisitudes para conseguir una licencia de importación», cuando llegó el primer equipo a la siderúrgica. Estaba formado por una impresora IBM-421, una calculadora electrónica y una tabuladora y se aplicó para confeccionar las nóminas de los trabajadores. «Llegamos a procesar las nóminas de Ensidesa, Minas de Riosa, Endasa y la Fábrica de Armas de Oviedo, es decir, la práctica totalidad de las plantillas del INI en la zona», asegura el ingeniero. Nada tiene que ver este rudimentario invento con las bases de datos que conocemos hoy día. Aquel proceso estaba basado, a grandes rasgos, en unas fichas perforadas que contenían información sobre la historia laboral del trabajador. «Era un follón. Todavía hoy no entendemos cómo no nos liábamos con las fichas. Por cada trabajador había dos nóminas. Además de la normal, había otra de descuentos. Ésta era como una especie de tarjeta de El Corte Inglés. Si un trabajador se compraba un carricoche había que incluir en esta nómina que pagaría tantas pesetas por tantos meses. Con todo esto, además, se elaboraba un listado con lo que Ensidesa tenía que pagar a los almacenes de Pepito o a la tienda de Juanito. Eran algunos de los beneficios sociales de la fábrica», relata Soler.

Además de las nóminas, en La Fabricona se procesaba el contenido de los almacenes y parte de la producción. En producción se hacía el control del acero naval, de la calidad y de la clasificación de carriles para Renfe, entre otras tareas. «La primera aplicación industrial importante fue la de carriles. La Renfe recibía carril a carril y había que identificar los que eran de la misma colada, incluir datos sobre todo el proceso de producción (?). Aquellas fichas parecían sábanas», explica.

Anécdotas le sobran y accede a relatar alguna que otra: «En la década de los sesenta se estaba construyendo la línea Madrid-Burgos con carriles de calidad uno de Ensidesa. Alguien de Obras Públicas se puso nervioso porque se acercaba la inauguración y doblaron los equipos de instalación. Se mandaron carriles de categoría dos para la línea de Burgos y alguien no muy listo intercaló carriles de distintas calidades en la vía. Nunca un Talgo pudo funcionar a más de 60 kilómetros por hora. Por eso esa línea ha sido un fracaso».

Fue con el IBM-1401 cuando la primera nómina se hizo con un ordenador en Ensidesa. «El primer programa elaborado, el de nóminas, requirió ser simulado antes en ordenadores científicos de Madrid y de París. A la vuelta cargamos los programas en la IBM-1401 recién ensamblada, funcionaron y la nómina siguiente se hizo con ordenador», relata el experto. Las aplicaciones se fueron extendiendo a diferentes áreas, continuaron las adquisiciones tecnológicas en la fábrica y llegó el momento que Fernando Soler define como «el sueño esperado». «Conseguimos la primera aplicación en tiempo real de teleproceso industrial siderúrgico de la historia en una planta de laminación en frío. Era único en el mundo», asevera orgulloso. Hasta las veces hizo de jefe de personal: «Necesitábamos a unas 24 mujeres, perforistas y verificadoras. ¿De dónde cree que las saqué? Metí como perforistas a once viudas de trabajadores fallecidos en accidentes de trabajo que vivían en Llaranes. El resto de los puestos fueron para hijas de productores de la empresa, con preferencia para las huérfanas».

Soler dejó Ensidesa en 1969. «Había llegado a cierto nivel de desarrollo profesional y la empresa tenía muchas limitaciones. Me fui a IBM. Pasé por el departamento de marketing y por el de personal. Con CC OO siempre me entendí muy bien y con los anarquistas de maravilla, porque eran muy burros (risas)», añade.

El ingeniero, ya jubilado, reside en Madrid, aunque pasa temporadas en Castrillón, en casa de uno de sus cinco hijos. Reconoce que «la evolución de la informática ha sido exponencial» y que «el secreto» de esta revolución «fue el desarrollo de los sistemas electrónicos». Ha pasado de buscar un equipo informático adecuado para los primeros pasos de la informatización de Ensidesa a contar con cinco ordenadores en su hogar. «Para andar por casa me pongo las zapatillas y utilizo el viejo. Todos están conectados a internet con wi-fi», explica; un escenario que ni podía imaginarse cuando la primera impresora llegó a La Fabricona en 1959, hace cincuenta años.