Juan C. GALÁN

Calle La Fruta. Un nombre que para los avilesinos no ofrece, a causa de la fuerza de la costumbre, ninguna connotación especial. Todo lo contrario ocurre con los numerosos turistas que, a diario, recorren sus poco más de 100 metros de longitud. «¿Por qué dedicarle una calle a la fruta y no al pescado o al pan?», se preguntan los visitantes. En cierta medida, la pregunta es relevante. La historia tiene la respuesta. En el Avilés de los gremios, allá por el Medioevo, los verduleros y fruteros disponían sus puestos en una arteria comercial a los pies de la muralla de Avilés.

El espíritu comerciante de sus orígenes ha impregnado a la calle La Fruta del siglo XXI. No en vano, el edificio de la Cámara de Comercio de Avilés es principio, si se ingresa desde la cuesta de La Molinera, o fin, si se hace desde El Parche, del vial. Todo un símbolo. La Fruta tiene, hoy día, pocos vecinos y muchos comercios, algunos centenarios. Su pulso lo marca la voluntad, más de los accidentales visitantes que de los propios avilesinos, de gastarse unos euros en sus variopintos establecimientos. En La Fruta se encuentran restaurantes, bares, mercerías o farmacias. Por si fuera poco, es la única calle de Avilés en albergar dos hoteles, a muy poca distancia el uno del otro: el «Luzana», el pionero, y el «Don Pedro», el segundo en abrir en la historia de Avilés.

A pesar del potencial de la calle, se masca en el ambiente cierta sensación de desamparo y de incertidumbre. «La calle tiene muy pocos vecinos y vivimos de lo que nos pueden dejar los clientes, los estudiantes de la Escuela de Arte y algún turista que esté de paso», afirma Antonio Fernández, propietario del añejo bar Monterrey. En efecto, La Fruta ha vivido tiempos mejores. Tiempos en los que sus comercios bullían de actividad. Hoy en día, los propietarios de establecimientos tienen la sensación de desarrollar su trabajo en una calle de paso, en la pasarela del casco antiguo de Avilés.

El gerente del hotel «Don Pedro», Julio Álvarez, es gráfico a la hora de describir el estatus actual de La Fruta. «La calle es como el pasillo de nuestra casa: no deja de ser una estancia más hasta que le ponemos unos cuadros, una luz acogedora o unos muebles», señala Álvarez para recalcar la idea de que La Fruta, hoy en día, está infrautilizada.

Vecinos y comerciantes coinciden en señalar que, a pesar de su avanzada edad, La Fruta es una calle moderna y repleta de posibilidades, a poco que se apostara por ella. «Estamos en el centro de Avilés, en pleno casco antiguo, pero pasamos desapercibidos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que somos la conexión con muchas calles, como El Sol o San Bernardo, con un gran potencial hostelero y de ocio», señala Julio Álvarez. «Estamos enclaustrados entre dos grandes edificios: el Ayuntamiento y el palacio de Camposagrado. Somos un punto pequeño en el centro de Avilés», añade un vecino de La Fruta.

En efecto, pasear por el céntrico vial aporta la sensación de caminar por un espacio de transición. Falta un gancho, a pesar de los esfuerzos de vecinos y hosteleros por hacerse más visibles. A poco que se rasque, aparecen una serie de alternativas que están ahí , latentes, entre los muros de viviendas y establecimientos de La Fruta. Una de ellas, que manejan varios hosteleros, es la de restringir los horarios del reparto a establecimientos para favorecer el tránsito. Otra alternativa, que en su día manejó el Ayuntamiento, es el cierre de la calle con cristaleras para evitar las corrientes de aire que impiden a los establecimientos hosteleros el acondicionamiento de terrazas en verano. Comerciantes y vecinos se estrujan las meninges para conseguir hacerse más visibles.

No obstante, no todo son sombras en La Fruta. El bar Maruxa resiste los envites del tiempo, también de la crisis, a base de originalidad y esencia avilesina. Nadie puede decir que ha visitado Avilés sin tomarse una compuesta, la auténtica seña de identidad del establecimiento. Su hipersecreta fórmula, cuyo misterio se compara a la receta de un conocido refresco, ha pasado de mano en mano entre los varios propietarios del local. Su sabor es contundente, pero sólo da una pista de sus ingredientes. Sus efectos pueden llegar a ser devastadores, aunque depende de la capacidad estomacal. «Hay gente que con dos está como una moto, otra que aguanta hasta diez. Yo me puedo beber quince tranquilamente», afirma José Antonio Rodríguez, camarero del Maruxa, que se muestra más optimista acerca del futuro de La Fruta. «Es una calle con tradición, con gancho», afirma.