De nuestro corresponsal,

Falcatrúas

En el interior del chozo, a la entrada del abeseo1, Tronquín contemplaba con resignación los doce garbanzos que habían estado cocinándose en el puchero toda la mañana entre patatas, dos chorizos y dos cachos de tocino. Benigno Rosa, su compañero, empuñando una taza de bola de porcelana2, esperaba tener por lo menos algo caliente para comer porque hacía un frío del demonio. Tronquín asentía lentamente con la cabeza, expresando su decepción:

-Nunca creí que la mio María me fuera a engañar de esta manera.

-¿En qué te engañó, hombre?

-Díjome que los garbanzos aumentaban mucho, que no echara demasiados, así que eché doce? y son los que hay. Tocamos a seis. ¿Qué te parez?

-Parezme que voy a cocinar yo desde mañana. Soy más de fiar.

A lo mejor algún lector creyó, farto de televisión, que esta serie de «bildeanos por el mundo» iba a traer historias de aldeanos intrépidos del tipo de Cocodrilo Dundee. Algunos sí, hace cien años, iban a Buenos Aires para cambiar de vida y de mundo, pero la mayoría no pasaba de los pueblos de Cangas del Narcea, Tineo, etcétera, a unas horas de camino por el monte.

Las autonomías acumulan hasta ahora 166 embajadas por esos mundos, que suponen anualmente 20 millones de maravedíes, no les valen las 119 españolas. También Bildeo, hace sesenta u ochenta años, abrió embajadas madreñeras en los montes de los concejos próximos. Hombre, llamar embajadas a unos chozos construidos con algo de cinc, tablas, postes y unos tapinos, puede resultar exagerado, pero aquellos eran paisanos luchando por sobrevivir y éstos de ahora son unos fantasmas refalfiaos que viven del cuento y gastan en redundancias el dinero de los contribuyentes.

El ganado daba más disgustos que ganancias (como ahora), se vivía en aldeas sin carretera, sin luz, sin agua, con vacas que daban poca leche, y aunque la dieran a raudales no habría manera de venderla por falta de comunicaciones, así que para ingresar dinero en metálico se pusieron a hacer madreñas tan desaforadamente que acabaron esquilmando los hayedos.

Entresacando árboles continuamente, sin planificar la explotación de los montes, sin replantar -¿replantar, qué es eso?-, al cabo de unos años ya no había troncos con diámetro suficiente. En cambio, ahí tenemos a los nórdicos, por ejemplo, que cuanta más madera sacan, más tienen. En Soria debe haber suecos a manta, porque viven de los montes y cada vez tienen más y mejores. Hacemos con los bosques igual que cuando agotamos los bancos marinos pescando tan de ahecho que nos comemos hasta los alevines, sin dar tiempo a que el mar se recupere.

Viendo los propios bildeanos que estaban baltando fayas como blimas, acordaron no cortar más por un periodo de treinta años. Pongamos que se alcanzó el acuerdo por la mañana: aquella misma noche ya se encontraron varios de los firmantes del compromiso tronzando árboles a escondidas, alumbrándose con candiles de carburo. ¿Tampoco les suena lo de engañarse mutuamente durante las moratorias pesqueras?

Algunos pueblos de los concejos vecinos tenían su arbolado sin tocar, no hacían madreñas, y los bildeanos les compraban montes de madera. No sé cómo andan ustedes de conocimientos maderables, pero un «monte de madera» no es una montaña con las laderas cubiertas de bosques, sino un número concreto de árboles, veinte, trescientos o mil, con unas dimensiones adecuadas y que los maderistas suelen cubicar a ojo (de buen cubero), valorando los pies cúbicos, metros cúbicos o toneladas del conjunto. Algo parecido al proceso intuitivo de los tratantes de ganado que valoran a ojo el peso de un xato con una precisión que no se desvía más de dos o tres kilos en báscula. Cerrada la compra, los bildeanos se desplazaban al monte en cuestión, construían allí mismo unos chozos para trabajar y dormir, y pasaban unos meses haciendo madreñas a destajo.

Cada tres o cuatro días venía alguien desde Bildeo con caballerías, a cuatro o seis horas de camino, traía suministro y se llevaba sacos de madreñas a las que sólo faltaba la terminación, es decir, esbocar, raseirar, bastrenar, dibujar, operaciones que se realizaban en casa más cómodamente. ¿Por qué no se llevaban a casa las piezas de madera en bruto, nada más baltar el árbol? Por una razón de peso: desbastándolas y vaciándolas en origen, quedaban mucho más ligeras y una caballería podía llevar dos o tres sacos con cuarenta o sesenta pares. En cambio, sin desbastar, apenas podría con doce o quince.

Seguiremos informando.

1 Abeseos = en Bildeo, hayedos y abedulares, como árboles más abundantes que cubren las laderas orientadas al Norte.

2 A la hora de comer potajes en los praos o en el monte, es mucho mejor utilizar una taza grande que un plato hondo: pierde menos caldo y se sujeta mejor.