Hasta donde yo sé, la última vez que pasó fue en un programa de Radio Nacional de España que se llama «Asuntos propios» y que se emite en horario de máxima audiencia. Es un programa que suele hacer parodias humorísticas varias para entretener a sus oyentes. En esta ocasión se reían de esos programas tan morriñosos que presentan las vidas de españoles en el extranjero. La gracia se titulaba «Españoles en España». Y el personaje elegido era un joven que estaba encerrado en un psiquiátrico cacereño porque había querido volar usando unos superpoderes que le habían tocado en una bolsa de «gusanitos». El pobre se desgañitaba explicando sus vanos intentos. Otro español en España que también estaba allí encerrado se creía un perro pastor alemán y le daba lametazos al reportero, que se mostraba muy divertido, al igual que el conductor del programa. Ya ven. Con qué poca cosa se puede hacer el ridículo sin hacer ninguna gracia y causando daño. Porque el chistecillo de marras no hacía sino abundar en un manido estereotipo sobre los enfermos mentales: aquel que los refleja como tontos, incoherentes e incapaces de contactar con la realidad. Prejuicios y estigmas.

Las encuestas dicen que un 90% de la población obtiene su información sobre las enfermedades mentales de los medios de comunicación. Un 90% de la población es mucha gente como para que los enfermos, sus familiares y los profesionales no estén pendientes de lo que sucede en los medios. Porque el sacrosanto oficio de informar y entretener no puede realizarse a costa de los más débiles. Más bien al contrario. Prensa, radio y televisiones debieran dedicarse a cambiar las actitudes de los ciudadanos hacia sus hijos más endebles y diferentes adaptando a la realidad sus contenidos informativos. Y evitando, por ejemplo, contactar con ciertos corresponsales en psiquiátricos cacereños. Justo es reconocer que la denuncia de los hechos por parte de las asociaciones de familiares y de profesionales extremeños motivó unas enérgicas disculpas desde la dirección de la cadena de radio. Pero el daño ya estaba en el aire.

Yo no soy muy partidario del uso de la palabra «estigma». Tiene unas connotaciones que la remiten con demasiada fuerza a la religión. Y, además, suele confundirse con ciertas señales o marcas que aparecen en el cuerpo de alguna gente. Nada de esto sucede en el caso de los enfermos mentales. En ellos el daño se queda dentro. Los angloparlantes han empezado a utilizar otro término para designar el aislamiento peyorativo al que se somete a ciertos grupos sociales. Hablan de «shunning», palabra que conlleva un matiz de abuso y agresión relacional. Y esta agresión se presupone que causa un injusto dolor al individuo que la sufre, lo que a su vez menoscaba su confianza y su autoestima. Creo que esta palabra refleja con mayor precisión el fenómeno del que estamos hablando: la consciente, escrupulosa y programada evitación de la relación con unas personas a quienes se quiere mantener a distancia. Hablando en plata, desconectados.