De nuevo la sombra del rey de la Patagonia planea sobre el horizonte avilesino, y de nuevo el ataque a su labor gigantesca donde algunos sólo tratan de hurgar en un supuesto genocidio sin aducir más que testimonios orales cuando en acusaciones tan graves como ésa con la que se le califica a José Menéndez hay que tentarse bien la ropa para ponerlo en letras de molde.

Se usa indiscriminadamente la palabra «genocidio». María Moliner lo define como «exterminio sistemático de un grupo social por motivos de raza, de religión o políticos». Pero ¿hubo exterminio sistemático en la Patagonia? En absoluto. No hubo exterminio, es decir, «destrucción total de una especie?» (María Moliner de nuevo), ni sistemático ni organizado. Si hubo alguna muerte violenta -habría que probarlo documentalmente- fue, sin duda, en defensa de la matanza de ovejas que ocasionaban los indios, la cual también se le podría llamar «genocidio», en especial ahora que la vida de los toros y de la fauna en general es más respetada y castigada que la propia vida del ser humano. No, no fue un genocidio, si acaso alguna muerte accidental, eso es lo que yo tengo leído y escuchado desde que ando metido en estas lides.

En cuanto a los motivos. El genocidio lo es si se lleva a cabo por razones de raza, de religión o políticas. Pues ya se ve: aquí ni entraba en juego la política, ni la raza ni la religión, únicamente la defensa de una propiedad que «el rey», no usurpó -como se dice- a nadie, sino que la había comprado y pagado religiosamente a un Gobierno legal y en cuyos territorios los aborígenes consideraban todo lo que tenía vida, según sus leyes, como suyo. O sea, había un conflicto de propiedad no tanto territorial cuanto del ganado que lo aprovechaba.

Hay otras expresiones cuestionables en el reportaje publicado en LA NUEVA ESPAÑA de este lunes sobre José Menéndez tomadas prestadas a la profesora María Andrea Nicoletti, como cuando dices que «los tres reyes de la Patagonia (van a resultar que terminan siendo magos) empezaron a acaparar?». Acaparar es otro término que a mi entender no es tampoco del todo correcto, pues lo que adquirían, según queda dicho, les era necesario para el desenvolvimiento y el mantenimiento de sus empresas.

Para escribir historia hay que aducir siempre documentación contrastada y fidedigna. Si se habla de fotos donde «el capataz se pasea en medio de cadáveres», hay que poner el documento gráfico o similar y no sólo el pie de foto.

Termino agradeciendo a quienes tratan de descubrir la gran figura de nuestro mayor empresario y colonizador que todo lo dejó en América y sólo trajo para su pueblo de Miranda una humilde escuela y para Avilés una cuantiosa cantidad de dinero para invertir en caridad y en cultura (véase el testamento).

De todos es sabido que a cada persona importante le acompaña como sombra, una más, una leyenda negra inventada. ¿Por quién? Lo indignante es que se siga haciendo en su propia patria más hincapié en tratar de ensombrecer que en iluminar y dar a conocer la riqueza que generó en una tierra donde sólo crecía el calafate. Y quien califica y acusa de genocida a un semejante sin aportar los cargos documentalmente probados se está convirtiendo también él en asesino, al menos de su fama y de su buen nombre.

Avilés aún no ha saldado la deuda de reconocimiento que tiene con uno de sus hijos más preclaros. Al menos esperamos que se le pague, si no con la moneda de un poco más de gratitud, al menos con la de presunción de inocencia a la que tiene derecho como todo ser humano.