Cuando yo era muy pequeña, no comía chucherías, comía bolinas de anís que mi madre me compraba en la tienda de María Rodes. Eran de colores aunque todas sabían igual (a anís, lógicamente) y estaban en unos fascinantes tarros de cristal que formaban fila en el mostrador de madera. Tarros de esos que se pueden apoyar de dos formas distintas y en los que entra la mano perfectamente para coger lo que haya en su interior. Durante algunos años dejé de verlos en las tiendas, pero en cuanto tuve la oportunidad no pude resistirme a comprar alguno para mi casa.

Las bolinas de anís eran un tesoro y aquellos tarros un objeto de deseo inalcanzable, cuidado con acercarte porque se podían romper. Si vuelvo a abrir las manos juntas, puedo sentirme rica otra vez con aquellas diez bolas de colores que me daban por una peseta. Una peseta (o, lo que es lo mismo: 0,01 euros), parece imposible que alguna vez me hubiesen dado algo por una peseta.

Más tarde me entretenía también con alguna otra «caxigalina» cuando en casa me daban dinero: regaliz, caramelos, chicles Cheiw o aquellos de bola tan enormes que apenas cabían en la boca y hacían que durante los primeros momentos te acabase doliendo la mandíbula. Supe que se llamaban chucherías muchos años más tarde, la recuerdo como una palabra divertida y muy acertada. «Golosinas» me pareció bastante más fina y seria desde el principio.

Obviamente ni mi vocabulario, ni mis conocimientos ortográficos o gramaticales eran entonces nada del otro mundo. Ni siquiera puedo asegurar que María Rodes fuese un nombre y un apellido, un apodo o un nombre compuesto. Me llevó muchos años de lectura, de copiar mil veces palabras incorrectas, de memorizar reglas ortográficas y tiempos verbales llegar a un presente de competencia lingüística aceptable.

Y ahora que ya no encuentro bolinas de anís ni ninguna otra «llambionada» con el sabor de las de mi infancia, me sorprende el periódico con «caxigalines» de otro orden que vienen a descolocar mis recuerdos: tildes que desaparecen, letras que cambian de nombre, etcétera.

Total, que después de tantas pérdidas, voy a plantearme seriamente reivindicar que las normas tengan carácter retroactivo y me compensen de alguna manera los exámenes que no aprobé por no poner determinadas tildes y las veces que copié en la libreta algunas palabras por el mismo motivo. Y aun más: a ver cómo le explico todo esto a mi ordenador.