Daniel BLANCO

Avilés lleva cinco siglos siendo escala de peregrinos. Su situación costera y su puerto marítimo propiciaban la llegada de muchos viajeros con destino a Santiago de Compostela, que hacían parada obligada en Oviedo para adorar las reliquias de la catedral. Buena prueba de este tráfico son los numerosos albergues y hospitales que había en la villa. Esta tradición ha perdurado y a día de hoy son miles los peregrinos que cada año sellan su credencial en Avilés con rumbo a la tumba del apóstol.

En 1513 el canónigo Pedro Solís fundó, en la calle Rivero, el primer hospital de peregrinos de aquella villa de pescadores que era Avilés. El término hospital se refería a la hospitalidad que se brindaba a los viajeros y no a un lugar donde se curaba a los enfermos. Aquel edificio cumplió su labor hasta finales del siglo XIX. De la Edad Media es también la malatería de los Corros, situada junto a la actual iglesia de Santa María Magdalena, que atendía a los que enfermaban de lepra durante la peregrinación. Avanzando un siglo en la historia aparece el hospital de San Juan, que se encontraba en la plaza de España.

Estas instituciones estaban a cargo de órdenes religiosas como los mercedarios, que habitaban en el convento de Raíces, junto al antiguo castillo de los Gauzones, y recaudaban limosna para rescatar a prisioneros de los moros en el norte de África, además de asistir a los muchos peregrinos que pasaban por Avilés, camino de Oviedo, antes de continuar hacia Santiago de Compostela. El motivo de la visita a la capital asturiana era adorar las reliquias de la catedral de San Salvador: el arca santa, el Santo Sudario, la Cruz de la Victoria... y hacer caso del dicho: «Quien va a Santiago y no va al Salvador, adora al criado y olvida al Señor».

Siglos después, la villa avilesina, emplazada en el camino del Norte -uno de los múltiples itinerarios del Camino- continúa siendo paso frecuente de peregrinos, que se hospedan en el albergue Pedro Solís, fundado en 1997. En 2010 el albergue acogió a 5.068 peregrinos de 58 nacionalidades, según José María Clero, su director. Este año llevaba fichados 1.459 caminantes a mediados del mes de julio, pero Clero se muestra satisfecho con el número de visitas de 2011 y opina que se puede alcanzar la cifra del año pasado.

Emilio Ruiz y Lydia López han madrugado y poco después de las ocho de la mañana inician la próxima etapa -se trata de llegar a Soto de Luiña- tras hacer noche en el albergue de Avilés. Son un matrimonio malagueño que entiende el Camino como un modo de vida y cada año completan un tramo distinto. «Hemos empezado en Llanes y llegaremos hasta Santiago; en total 21 días», explicó Emilio Ruiz mientras caminaba por la calle Rivero, que pertenece al itinerario del camino en Avilés, el cual continúa por la calle La Fruta, La Muralla, La Estación y Marcos del Torniello.

Edgar Heuseveldte y Oscar Pérez tienen 20 años y vienen en bicicleta desde Bilbao. Se alojaron en Gijón antes de llegar a Avilés. «El camino es una experiencia única en la que aprendes a sacarte las castañas del fuego», asegura Heuseveldte, que coincide con la opinión de Lydia López: «Lo mejor es lo que compartes con tus compañeros de viaje y con la gente que te encuentras. Un intercambio de culturas que surge, por ejemplo, en una simple habitación de albergue. Es algo especial», reconoce, mientras camina con la mochila al hombro.

Los peregrinos son un valor para Avilés por traer experiencias de fuera y contar allá lo que vieron en la ciudad; además de un motor económico. «Nos hemos dejado unos 80 euros aquí», afirma Emilio Ruiz, que ha visto como muchos pueblos han prosperado gracias al Camino. Completar la reforma del albergue, que lleva años en obras, será un paso importante para que Avilés siga siendo una referencia jacobea.