Todo quiere vivir y estar presente. Todo asoma al asombro de ser instante a instante, al apetito inmenso de superar obstáculos. El mirlo que me observa entre el puro rocío de la mañana, el árbol que diviso y ha perdido las hojas, la sombra que me sigue a donde quiera que huyo, por donde voy o paso. Todo encierra deseos de perpetuar su estirpe, la dinastía del humo, las hiedras que galopan por las tapias del tiempo, el frío que se adentra en las casas sin nadie, las rosas que florecen en la tez del invierno, las chispas que salpican la noche desde un astro. Permanecer aquí, ampliarse en el tiempo, existir como sea, por encima de todo, alargar su apariencia, dilatar sus fronteras, envejecer despacio.

Todo busca seguir en esta incierta estancia, aplazar su caída y su decrepitud, prolongar cualquier época, perdurar como un río de anchurosos remansos, resistir como un mástil frente a viento y borrasca. Todo ansía llegar a no se sabe dónde, atravesar planicies, coronar los montículos, desembocar muy tarde en no se sabe cuándo, aumentar sus jornadas, agrandar su espesura milenaria y copuda, desplegar su ramaje a lo largo y lo alto. Todo aspira a ser parte de esta actualidad tan fortuita y yerma, a insistir en su alzada, mantenerse en su plante, a escapar de la herrumbre, a evitar la carcoma, a preservase, lejos del dolor y la sangre, del cáncer o el disparo.

Todo pugna y suspira por brotar con vigor, por crecer con arresto y elevar su prestancia, por renovar su imagen y amparar su entusiasmo. Todo intenta guardar equilibrio en sus hilos de ser humano o frágil, impalpable o patente, silvestre o deletéreo. Esparcir su simiente, eternizar su nombre, dignificar su esencia, propagar sus vilanos. Todo persigue más y más continuación, más fulgor en su hechura, más juventud vigente. Todo implora tardanza, demora en su unidad, indulto en su firmeza, amnistía en su tránsito. Todo, constancia y entereza, por temor y por avidez, por ego y prepotencia, por despotismo o atraco.

Todo apetece luz y libertad y holgura. Todo reclama treguas, prosperidad y cifras, origen y tesón, consagración y espacio. Nada quiere apagarse de repente y por siempre, sucumbir como un corzo, indefenso y precoz, que cruzaba el otoño, cerrarse como un libro maldito o inacabado. Todo proyecta un más allá después del difuso horizonte, del ahora, del mañana lejano. Nada quiere morir. Nadie quiere morir. Siempre es pronto y temprano.