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Los catedráticos avilesinos de la sidra

"Meticulosos y exigentes", así se definen los aficionados a la tradicional bebida asturiana que se reúnen diariamente en torno a unas botellas

Berto Artime, Juan Álvarez, Francisco Guillén, Hilario Fernández y Enrique García. IRMA COLLÍN

La sidra no es una bebida convencional y sus bebedores habituales, tampoco. "Los bebedores de sidra somos muy exigentes y meticulosos. No es lo mismo una sidra bien echada que otra mal echada", advierte José Ángel Artime, "José Pin", regente de Casa Lin, uno de los templos sidreros avilesinos. Este bar, fundado en 1890, es uno de los lugares emblemáticos de Avilés a los que acuden diariamente verdaderos "catedráticos sidreros", grupos de amigos de toda la vida a los que, aparte de la amistad, les une una pasión: la sidra.

Como buenos sidreros, los catedráticos de casa Lin son algo maniáticos. Les gusta su sitio de siempre, su echador, que la sidra sea de calidad y que todo funcione a la perfección. En una de las mesas del bar, con el cartel de reservado a la vista y varias botellas descorchadas, se encuentra uno de los grupos que llevan yendo al templo sidrero desde hace más de 30 años. Tres de ellos paladean el caldo: Francisco Guillén, "El Nene", Hilario Fernández y Enrique García. Tienen horarios de reunión fijos, se citan a eso de la una de la tarde y se van para casa unas dos horas después. "El organismo ya no permite dar guerra, ahora solo venimos a mediodía", bromea Enrique García. Sentados alrededor de varias botellas del néctar de manzana, estos "sabios" conversan y debaten sea cual sea el tema, eso sí, siempre acompañados de buena sidra. "Aparentamos serios, pero somos cachondos. Aquí hablamos de lo que se tercie: fútbol, política, temas de Avilés... nos da igual, ¡incluso de mujeres!", dice Enrique García, sastre jubilado y devoto de la bebida asturiana. "Yo aquí bebo sidra; y si voy a otro lado, sidra también", afirma.

Francisco Guillén, "El Nene", va mas allá. "Aquí arreglamos el mundo, sacamos las formulas para que después los políticos hagan las cosas... pero no hay manera", bromea. Hilario Fernández forma parte de esta peculiar "familia" desde 1978. "Aquí estamos cómodos, la casa es muy seria y tienen buen servicio. La nota media de la calidad de la sidra es alta", explica este taxista jubilado.

Este grupo de amigos tiene un esquema de funcionamiento inalterable cuando de tomar sidra se trata. Cuando alguno de los miembros llega al bar, le pide al camarero dos botellas y éste las pone en la mesa, aunque hay que indicar que ésas no son las que se van a consumir, simplemente sirven como indicativo de que están pedidas porque en el momento de beberlas el camarero las sustituye por unas nuevas. En el idioma sidrero se llama "marcar sidras". Esa es una de las muchas costumbres y manías de los sidreros, que imparten en su particular cátedra diarias lecciones de canon y ortodoxia. Les gusta tenerlo todo controlado y dan mucha guerra. Si la sidra no está de su gusto incluso la llegan a devolver, y por supuesto debe estar perfectamente echada. Desde la casa les defienden. "Dan guerra pero son muy buena gente. Siempre están de cachondeo y es muy fácil hacer migas con ellos" dice Javier Fernández, camarero.

En otra mesa del bar se encuentra otro de los grupos sidreros por excelencia. Al igual que los anteriores, cultivan el amor por la sidra pero sus temas de conversación se centran sobre todo en el fútbol. "Principalmente hablamos de fútbol, pero estamos abiertos a todo", comenta Mario Díaz Vila, oviedista acérrimo que presume de haber sacado ya el abono para la nueva temporada. Le acompaña José Gallego, "Pepe", jubilado de Ensidesa y, como no podía ser de otro modo, amante de la sidra. "Este es uno de los bares sidreros de Avilés por naturaleza, y como yo siembre bebo sidra...", razona.

Será porque la sidra es una bebida coral que se comparte y se consume en grupo. Pero lo cierto es que en las sidrerías se cultiva la amistad y la buena conversación, tanto como la devoción que existe en toda Asturias por el néctar de manzana. Y eso es algo que se nota, sobre todo en los chigres que se han convertido con el paso de los años en templos de la sidra, tan arraigados en algunas ciudades como sus monumentos históricos.

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