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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Los santos ladrones

La vida en el pueblo tras el conflicto bélico del pasado siglo

Los santos ladrones

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

La Guerra Incivil dejó a su paso por Bildeo algunos rastros lamentables, uno de ellos fue el feo asunto de José, un paisano que pasaba por ser el jefe de los "facistas" locales. José era pequeño de estatura y de criterio variable, le quedaba grande cualquier traje, pero desde que ganaron los nacionales hubo que contar con él aunque nadie hasta entonces lo había tenido en cuenta.

Este paisano pasó miedo durante el año y pico en que cada una de las organizaciones populares (comunistas, socialistas, republicanos, ugetistas, cenetistas, etc.,) quería llevar la voz cantante, dando órdenes y emitiendo bandos sin ponerse de acuerdo entre ellas; demasiados cantantes que, en lugar de dar un concierto, desconcertaban. Todos querían organizar la retaguardia en los pueblos, pero eran pocos los dirigentes juiciosos y muchos los exaltados.

José tenía fama de buen paisano, pero tal y como se las gastaban unos y otros, si hubiesen querido darle matarile, habría aparecido algún delito, como ocurrió en miles de casos en que se cometieron crímenes contra gente que nunca se había "significado" como extremista, ni participado en alborotos, saqueos, denuncias y otros comportamientos merecedores de castigo ejemplar. Los rojos rezongaban contra él y algún revoltoso quiso requisarle el ganado, interrogarlo, cosas así, pero no se atrevieron, no tenían base de acusación o de acoso.

Cuando llegaron los nacionales y José parecía haber crecido un palmo, se produjo un hecho que los bildeanos cuchichearon durante años a los cuatro vientos: el pretendiente de su hija, que de no haber sido por la guerra ya sería su yerno, era uno de los rojos que sí se había "significado" en algaradas, requisas, alguna paliza a los "facistas", todos los que no fueran rojos lo eran.

El rapaz fue a ver a su futuro suegro, todo compungido, para pedirle consejo.

-José, qué tengo que hacer. ¿Me entrego a las autoridades?

-Hombre, no sé qué decirte...

Ambos sabían que antes o después iban a ir a por él, lo juzgarían, a saber qué sentencia le caería, los nacionales no perdonaban ni una? Tal vez le favorecería el hecho de entregarse voluntariamente.

-¿Entonces, entregaréme?

José dudaba, escarbaba con el cayado en el suelo, no miraba de frente al chaval, torcía el gesto para un lado, para otro... Finalmente, dio un golpe de regatón en el suelo y pronunció sentencia:

- ¡Tú vey, ya entrégate, aunque te lleven los demonios!

Y vaya si lo llevaron, fue fusilado a los pocos días.

Una de las primeras decisiones que tomaron los nacionales al copar el poder fue la de reparar las iglesias arrasadas por las hordas rojas. Dos figuras de madera, correspondientes a San Simeón y San Tolomeo, patronos del pueblo, habían quedado bastante deterioradas y el cura las mandó a Oviedo, para su restauración. Pasó el tiempo y un día mandaron aviso para que bajase alguien con una caballería hasta la carretera general, (más de dos horas de camino para bajar, tres horas para subir), a buscar los santos.

Los encargados del transporte sagrado fueron Benigno Rosa y su pollín, Gandul, no hubo modo de esquivar la encomienda, lo que decía el cura pasaba por el altavoz de la Guardia Civil y se oía alto y claro en cada rincón. Benigno y el burro llegaron a la venta donde paraba el autobús, donde un grupo numeroso de personas se arremolinaba en torno a las dos figuras policromadas, de un metro de altura. Se acababa de celebrar una boda y, al salir del banquete, algunos invitados pasados de frenada se empeñaban en que los santos tomaran algo con ellos, mientras otros, más serenos, trataban de contenerlos, no fueran a dañar las figuras.

Benigno, tirando de Gandul, entró en son de paz pidiendo a la concurrencia que le permitiese aparejar el pollín con las dos figuras encima; que no, que tú no llevas nada, unos empujones y la riña entre dos acabó en refriega entre veinte, con la participación del burro, que repartió mordiscos y coces a voleo, dejando numerosos tatuajes entre los invitados, incluyendo al señor cura que intentaba proteger las figuras; Benigno también las mamó intentando contener tanto animal.

Llegando a Bildeo con los santos envueltos en sendas mantas, Benigno tuvo una necesidad urgente que atender; Gandul continuó, pero en lugar de tirar para casa, saltó una sebe y entró en una finca ajena a comer espigas de escanda, así quedó para siempre la leyenda de los santos que antes de entrar al pueblo ya estaban robando. Cantaba Verísimo de Roque cuando le daba la gana y aunque no viniese a cuento:

Era de peral el santo,

que lo hizo un carpintero;

por eso pesaba tanto

el demonio del madero.

Era de peral,

por eso pesaba tanto

el grandísimo animal.

Seguiremos informando.

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