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La serena madurez indiana de "Villa Isabel"

La espectacular mansión que construyó en La Ferrería José García de Castro a su exitoso regreso de Cuba busca nuevo dueño

La serena madurez indiana de "Villa Isabel"

José García de Castro era muy joven, casi un crío, cuando decidió forjar su futuro fuera de España. Fue uno de esos 300.000 asturianos que entre 1830 y 1930 emigró a América en busca de un porvenir brillante. De Castro era natural de Sombredo, una parroquia sotobarquense que actualmente suma una veintena de vecinos. Zarpó del puerto de Gijón allá por 1850 rumbo a las "indias", como llamaban entonces a las tierras al otro lado del Atlántico. En la mayor de las islas de las Antillas, Cuba, De Castro trabajó sin descanso y la fortuna le sonrió. Aquel viaje a ultramar mereció la pena.

El chaval de Sombredo fundó una papelería y también una imprenta. Hasta Cuba, De Castro llevó a sus doce sobrinos, hijos de su hermana Isabel, la mujer que regaló su nombre a una de las casas indianas más espectaculares que se conservan en la región. La familia De Castro es una de las pocas que amasaron fortuna allende los mares. Lo testifica la vivienda que construyeron en La Ferrería, a pocos pasos de su localidad natal. Emplearon materiales nobles y contaron con los mejores profesionales y artistas del entorno. "Villa Isabel", hecha a capricho, esconde un trocito de La Habana de 1906.

El tiempo quedó congelado en esta hacienda sotobarquense que en 1975 adquirió la familia avilesina Pérez Llorente, que residió en La Ferrería hasta 2007. Ahora "Villa Isabel" busca dueño. ¿El precio? "Anda por el millón de euros", calcula Jaime Pérez Llorente, uno de los cuatro propietarios de este cóctel arquitectónico de bonanza, prestigio social, aventura empresarial y trabajo. "Villa Isabel" se conserva como la ideó el ingeniero Aurelio de Castro. Agoniza la galería, un añadido del proyecto original. Pero en el interior aún parecen oírse danzones, sones, boleros, mambos y cha-cha-chás de aquellas orquestas cubanas que los De Castro traían expresamente a La Ferrería.

En "Villa Isabel" había cuartos de baño, agua corriente, calefacción y luz gracias a la central eléctrica "La brillantina", mandada construir por los De Castro y que también alumbró Soto del Barco. Aquellos emprendedores en Cuba también tenían coche, un Panhard Levassor Limousine, el primer coche que circuló por el concejo.

Los Pérez Llorente adquirieron en 1975 esta casa de más de 1.000 metros cuadrados habitables y techos que superan los 3,5 metros de alto diseñados para vivir como el Trópico. "Éramos seis hermanos, dos de ellos con deficiencia. Mis padres querían una casa en el campo y vinimos a 'Villa Isabel', de la que atesoramos recuerdos muy felices", precisa Llorente. Cada año la familia gastaba unas 50 toneladas de leña y cinco de carbón para mantener la casa caliente.

"Los anteriores propietarios, los indianos, nos dejaron la casa tal cual la tenían. Y nosotros la hemos mantenido de la misma forma, salvo pequeños cambios en los baños y en la cocina por higiene y utilidad", recalca Llorente mientras abre la puerta de la capilla en honor a la Virgen de Covadonga, propiedad de "Villa Isabel" pero abierta a cuentas personas lo deseen. Cada año se celebra una misa coincidiendo con las fiestas de La Ferrería y de tanto en cuando alguna boda. Jaime Pérez Llorente accede a la vivienda por la capilla y así evita tener que abrir la verja de hierro cuidadosamente forjado. En el templo: púlpito, confesionario y un retablo que quita el hipo, de madera noble y curvilínea. "Es como una catedral en miniatura", precisa Llorente. La puerta de la sacristía da paso a la finca, donde está la tenada, donde antaño los indianos guardaban la hierba y donde tenían al menos un par de habitaciones para "el servicio". Ahora, bajo estos techos, la familia Llorente guarda material para montar escenografías de teatro.

Llorente abre la puerta protegida de "Villa Isabel", catalogada días atrás por la Consejería de Cultura para aumentar su protección como joya arquitectónica del Principado. La primera estancia, el comedor. Allí descansa el tiempo. Una enorme mesa con trece sillas luce en el centro. La decoración es sinuosa y curvilínea. La mayoría de las estancias de la casa están decoradas con pinturas al fresco por artistas avilesinos y son un claro ejemplo de "art noveau", con las flores como protagonistas. Tras el comedor, el salón de baile, presidido por una pianola. Cruzar la puerta de estas habitaciones permite realizar un viaje en el tiempo y evocar aquella Cuba que tantos sueños -y pesadillas- inspiró a los españoles.

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