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Zeluán, un pueblo de cien años hecho a destajo

Amado González y Francisco Muñiz, cerca del arenal del pueblo

La historia de la localidad gozoniega de Zeluán arranca hace justo un siglo con un nombre propio, el de José Fernández García, más conocido como "Pepe la Vara". Este hombre, natural de Manzaneda, era muy valorado por su dominio de la carpintería y la albañilería, lo que le sirvió para ganarse gran fama a lo largo y ancho del concejo. Por este motivo, durante la segunda década del siglo pasado la parroquia de Laviana requirió de sus servicios para arreglar el templo, construir las escuelas y realizar diferentes obras a particulares.

"Era muy habilidoso y tenía fama por ser un gran constructor de paneras, lo que le hizo estar muy solicitado", explica Ricardo García, sobrino-nieto de "Pepe la Vara", residente en Zeluán. El polifacético obrero era un hombre maniático y de fuertes convicciones al que no le gustaba utilizar "los medios de locomoción de la época", sino que prefería desplazarse caminando. De esta manera, Pepe recorría a diario la distancia entre Manzaneda y Laviana -unos cinco kilómetros- para acudir a trabajar, hasta que un día decidió asentarse en un terreno situado en lo que hoy se conoce como Zeluán, y que, según muchos vecinos, debe su nombre a un cantero que había trabajado en una explotación de la localidad marroquí homónima. Cuando éste cargaba vagonetas de tierra, gritaba "ahí va tierra para Zeluán" y, sin quererlo, bautizó la barriada. "Además de las obras que tenía encargadas, la zona empezó a potenciarse con la instalación de los astilleros, la apertura de la dársena de San Juan, el desguace de barcos y el buen funcionamiento de la Real Compañía Asturiana de Minas; lo que seguramente hizo que se decantase por este enclave", repasa García.

Siguiendo el camino de "Pepe la Vara", varias familias decidieron asentarse en Zeluán. "La familia Ledo fue la segunda en llegar, poco más tarde llegaron los Quevedo, que abrieron una tienda y, a comienzos de los años 20, Pepe empezó a traer a familiares suyos al pueblo", relata García.

A comienzos de los años veinte del siglo pasado Zeluán ya contaba con, al menos, seis viviendas; y también florecieron algunos servicios como una tienda o un taller de carros. "En todos los núcleos urbanos los negocios, edificaciones y demás iban surgiendo según las necesidades de la población, y éste no fue una excepción", afirma García.

Zeluán siguió creciendo progresivamente, pero no sería hasta mediados del siglo XX cuando el pueblo sufriese una importante transformación. "Los trabajos de retirada de arena de la playa, en los años cincuenta, daban empleo a unas 40 personas. Eso, sumado a los trabajos de construcción de industrias como Ensidesa o Endasa, y los trabajos que crearon las fábricas, dinamizaron completamente la vida del pueblo", asegura García. "Hizo que mucha gente que vivía en la zona de Peñas y que trabajaba en la industria del entorno de la ría eligiese esta zona para establecerse de forma definitiva, atrayendo a numerosas familias", añade. Además de aumentar su población, durante mediados del siglo XX Zeluán y la playa de San Balandrán se convirtieron en la zona de baño y veraneo de la comarca por excelencia. "Era como Benidorm. La playa se llenaba de gente, no cabía ni un alma", recuerda Juan Antonio Fernández, residente en la localidad.

Por aquel entonces, la forma más rápida de conectar Avilés con las poblaciones ubicadas en el margen contrario de la ría era por barca. "Los fines de semana había unas colas para cruzar que eran espectaculares, no parábamos de hacer viajes en todo el día; y eso que empezábamos a las 8 de la mañana y no se dejaba de navegar hasta las 12 de la noche", afirma Fernández, quien se encargaba, junto a su padre César Fernández, de transportar a la gente de lado a lado del estuario en su barca "La Aldeana".

"Hubo momentos en los que había unas 20 personas que se sacaban unos cuartos pasando a gente, aunque tampoco se ganaba gran cosa ya que cada viaje tenía un coste de unas tres pesetas", asegura el exbarquero. "Esta tarea la realizaban vecinos que tenían la barca para salir a pescar y, durante la temporada estival, aprovechaban la coyuntura", añade César Fernández sobre esta actividad, que era un atractivo más del entorno.

La inauguración de la primera línea de autobús en Zeluán, el 14 de abril de 1962, marcó un antes y un después en la vida de los parroquianos, ya que podían disfrutar de un nuevo medio de transporte que resultaba más cómodo y eficaz para los desplazamientos a la vecina Avilés y al resto de núcleos de la región. "Permitió que la gente pudiese viajar para estudiar, y ya no sólo en la comarca, sino también en la Universidad. Además, las familias también abrieron su espectro laboral. Fue, sin duda, una de las principales palancas de la evolución del pueblo", asegura García.

En la década de 1970 la vida en Zeluán comenzó a decaer. La fuerte contaminación hizo que se prohibiese el baño en San Balandrán y el gancho turístico del margen derecho de la ría se vino a pique. "El agua estaba amarilla, había unos niveles de contaminación importantes. Había grasa, residuo... La gente dejó de venir a la playa, porque ya no se podían bañar, y eso comenzó a pasar factura", relata Amado González, quien lleva viviendo en la localidad gozoniega desde que en 1973 se casó con María del Carmen Álvarez, ella sí natural de Zeluán.

Antes de sufrir los impactos de una industrialización salvaje, el estuario avilesino y la ensenada de Llodero gozaban de una gran biodiversidad. "Por aquí la gente salía con frecuencia a pescar. Por ejemplo, en la zona de la charca yo recuerdo perfectamente sacar kilos y kilos de angula... Pero de aquella no valía nada", recuerda con humor Faustino González, mientras señala un área en el que, hoy en día, hay edificado un parque infantil.

"Llegó a haber tres bares en Zeluán y otros tres en San Balandrán, pero cuando la playa dejó de utilizarse fueron cerrando poco a poco hasta llegar a hoy, que sólo queda uno. Sin duda éste fue el punto en el que el pueblo comenzó a decaer", recalca García. "Hoy en día, la población está envejecida, hay muchas casas cerradas y por el pueblo sólo hay tres o cuatro niños pequeños. Se está perdiendo mucha gente", repasa González.

La playa Zeluán, en bajamares vivas, deja paso a una ensenada de fangos de unas doce hectáreas, que cuenta con una gran riqueza y diversidad ecológica, además de ser un importante lugar de descanso para aves migratorias, y ésta es "una de las claves" que señala García para "el mantenimiento de Zeluán". "Que declarasen la charca monumento natural ha preservado la vida del pueblo, ya que ha frenado que el puerto o alguna gran empresa extendiesen sus raíces hasta aquí", sentencia.

Los vecinos de Zeluán tienen previsto celebrar el centenario de su pueblo por todo lo alto. Para ello, han preparado un calendario plagado de actividades que comenzarán el próximo mes.

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