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Un triste retorno desde Venezuela

Elena Vega regresa a Miranda tras el asesinato de su hijo mayor en Santa Mónica y lucha para cobrar una pensión y atender a su marido, con alzhéimer

Elena Vega y su marido, Luis Eiriz, en la casa de su hermana Margot en Miranda. MARA VILLAMUZA

Salió con 17 años de Miranda para iniciar en Venezuela su vida de casada y regresa ahora, con 70 años y una maleta llena de tragedias, altibajos y penurias. De los tres hijos que parió a Elena Vega solo le queda uno, que también hizo el viaje de regreso a Miranda, hace mes y medio. Ellos dos, junto al marido y padre, Luis Eiriz, de 80 años, intentan rehacer su vida pero ya han descubierto que la vuelta del retornado no es un camino de rosas. El consulado de Venezuela ignora sus intentos de percibir la pensión que les corresponde por los años trabajados en el país latinoamericano, y los trámites para reclamar otro tipo de prestaciones se les antojan una maraña difícil de desentrañar. Es su familia la que se hace cargo de alojarles y compartir con ellos mesa y mantel. "Mientras yo esté no van a pasar hambre", subraya la hermana de Elena, Margot. Todos hacen lo que pueden para compartir lo que hay, pero esperan que la ayuda institucional no se haga más de rogar.

Elena Vega cuenta su historia con voz serena y acento sudamericano. "Me case con 16 años y salí de Miranda con 17", comienza, mientras enciende un cigarrillo. Su marido, diez años mayor que ella, ya estaba asentado en Venezuela. Gallego de nacimiento fue a Miranda a visitar a un pariente y así se conocieron y se enamoraron. Él la convenció de ir a Venezuela con la promesa de volver a los cuatro años. Y así hicieron, con su bebé de 11 meses. Pero Luis no se hacía a la vida asturiana y regresaron a Venezuela, dejando a su primogénito en Miranda. No volvieron a verlo. El pequeño murió, cuando tenía tres años y medio, en un accidente doméstico.

Dos años después, en 1972, el matrimonio volvió a Asturias. Elena había tenido otro niño, Jorge Luis, y estaba embarazada de un tercero, Roberto, que nació en Avilés. "Vine a dar a luz aquí porque el otro era muy pequeñito para atenderlo yo sola, y además no había vuelto y quería venir a enfrentar mi recuerdo", dice. Siete meses después del nacimiento, la familia volvió a Venezuela.

"Me siento más asturiana que nadie, siempre permanecí en contacto con Asturias", afirma Elena Vega. En su país de adopción tuvo una vida próspera hasta hace unos años. "Hemos vivido bien allí. Primero trabajé en una empresa, luego monté una boutique de damas, mi esposo era representante de ventas, teníamos nuestro pisito... Todo funcionó bien hasta que el país dejó de funcionar". La crisis se sumó a la enfermedad. Elena Vega perdió su negocio por el descenso de ventas y a su esposo le llegó el alzhéimer. "En Venezuela no se puede vivir de la jubilación, por eso te permiten seguir trabajando, pero él ya no podía". Y fue en ese momento de dificultad cuando la fatalidad se cruzó en su camino. "Yo tenía dos hijos, Jorge Luis, que Dios lo tenga en la Gloria, y Roberto Alejandro. Y tuve una hija que crié más no la parí, era de mi marido. Tiene ahora 22 años". Esa hija, que lleva su mismo nombre, Elena, fue una más de la familia. Hoy está en la cárcel por formar parte del complot de asalto y robo en casa de sus padres, en Santa Mónica, un episodio dramático que supuso también la muerte de Jorge Luis, cosido a puñaladas. Cuatro personas fueron detenidas por aquellos hechos. "Yo les decía que se llevaran todo, que no hicieran daño a nadie... Pero llegó mi hijo y lo mataron".

La propia Elena Vega, que logró soltarse de sus ataduras, fue la que descubrió el cadáver: "Fui arrastrándome hasta el cuarto y me encontré a mi hijo". A gritos desde el balcón atrajo la atención de su vecino Juan Manuel, medico, que avisó a la Policía primero y luego reconoció también el cadáver. "Fueron más de 40 puñaladas". Pasaron diez meses hasta que Elena, su marido y su hijo regresaron a Miranda, "con una mano delante y otra detrás". En Venezuela dejaron un piso, que no fueron capaces a vender, y dos nietos. "Estoy muy agradecida a mi gente de Venezuela, que me ayudó mucho aquellos diez meses", añade la mujer.

"Yo pensé que en España había ayudas más inmediatas. No tenemos trabajo, dinero ni casa. Dormimos en casa de la sobrina, por el día nos vamos a casa de la hermana", resume Elena Vega. Sus intentos de conseguir una pensión se estrellan con el silencio del Consulado y la insolvencia del Gobierno de Venezuela que en diciembre dejó de enviar las pensiones al extranjero. "¿Qué pasa con el Consulado de Venezuela en Vigo, que no responde?", insiste Vega. Además del consulado han visitado todas las instituciones asturianas y se desesperan con la maraña de papeleo. "Yo estoy agotada", confiesa la mujer. Su hijo necesita cuidados médicos, su marido la obliga a levantarse por las noches cada hora para llevarlo al baño, y la sombre de la tristeza asoma por cada esquina.

Luis Eiriz llega por el pasillo imitando el paso militar, acompañado por su sobrina. Se sienta y se pone a cantar. La familia quisiera tener un sitio estable para cuidarlo, bien un hogar propio, bien una plaza en una residencia. "Aquí nos juntamos catorce para comer", cuentan. Cáritas trabaja para echarles un cable y ellos quisieran normalizar cuanto antes su situación, para lo que también apelan al Ayuntamiento. "Nunca pedí nada aquí, pero los reales que ganaba en Venezuela los venía a gastar a Asturias, yo quería que mis hijos se sintieran españoles". Elena Vega sonríe, el cigarrillo ya se consumió. La vida, para ella, es una carrera llena de obstáculos que no terminan ni siquiera al volver a casa.

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