José Manuel Triñanes Suárez se pasaba las tardes en un banco de la calle, fumaba su pipa. Saludaba a éste o a aquél, no hablaba con nadie y cuando oscurecía o empezaba a hacer frío, se metía para dentro. Para el garaje. Durante al menos una década, el histórico militante comunista vivió en la plaza 139 del aparcamiento de la comunidad de vecinos del número 11 de la calle Severo Ochoa y allí dentro fue donde la Policía Local encontró su cadáver el martes pasado: la cara contra una mesilla, tumbado en un camastro, de medio lado, y al calor de un radiador portátil que estaba encendido en el momento en que los agentes dieron con el origen del hedor. Y es que un vecino de la comunidad había alertado de que el olor que salía de aquella plaza "era insoportable".

Todo apunta a que Triñanes Suárez - un gijonés jubilado de manera anticipada por enfermedad- había elegido vivir en el aparcamiento que le tocó en el divorcio, una ruptura que le resultó traumática y que marcaría su vida en adelante. Allí había fallecido, al menos, diez días antes de que se descubriera su cadáver. Tenía tres hijos. Se había casado dos veces. Cobraba pensión y era titular de una póliza de decesos. La compañía aseguradora se hará cargo de su entierro en cuanto la familia determine qué hacer con sus restos mortales. Al cierre de la edición esta decisión no había sido tomada todavía.

En 2004, este vecino del Carbayedo había sido detenido por la Policía Local en la puerta del Ayuntamiento de Avilés porque, según denunció el entonces vicealcalde de Avilés, Fernando Díaz Rañón, había sacado una pistola -que resultó de fogueo- y la puso sobre su escritorio. Díaz Rañón se sintió amenazado y la Policía, entonces, intervino. Unos días después de aquel suceso, Triñanes se defendió: explicó en las páginas de este periódico que no sufría enfermedad psiquiátrica alguna, aunque admitió que sí había estado a tratamiento por causa de su divorcio (a mediados de los noventa). Aquel episodio de su vida terminó en nada, pero su manía de ir armado no. Sus camaradas lo sabían, si bien nunca lo hubieran calificado como "peligroso". "Lo que sí que era, era una persona rara", confirman sus compañeros de militancia. Este mismo calificativo es que le adjudican sus vecinos.

Actualmente, no era usuario de los servicios sociales del Ayuntamiento de Avilés: tenía pensión, había trabajado como obrero del sector naval y también en el sector auxiliar. Asimismo había navegado. Trabajó, de hecho, como maquinista en barcos mercantes. "La pensión que tenía era pequeña", determinó Ladislao Estefanía, secretario general del PCE en Avilés y camarada de Triñanes desde hacía "más de treinta años". Su elección vital era conocida por todos y presumían algunos vecinos que no tardarían las autoridades en echarle de la plaza de garaje 139 donde, al final, perdió su vida; cayó sobre sí mismo y sólo el mal olor delató su ausencia.

La última vez que Triñanes estuvo en el candelero fue como consecuencia del lío con Díaz Rañón, aunque la Policía Local le había notificado en varias ocasiones órdenes emitidas por el Ayuntamiento de Avilés. Durante un tiempo, hace una década, Triñanes se había movido entre el lumpen. Lo hizo en nombre de Izquierda Unida -coalición en la que también militaba, aunque sin una vida activa desde hace al menos una década-. En esa razón había justificado la tenencia del arma de fogueo cuya exhibición -que él siempre negó- le valió un lío con el vicealcalde.

Hacía días que Triñanes no salía a fumar su pipa en el banco de la esquina de Severo Ochoa con la avenida de San Agustín, pero nadie le echó de menos.