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OLGA MESA | Coreógrafa, pregonera del Bollo

"Siendo niña y sola en Madrid, me deshacía cuando escuchaba la voz de mi madre al teléfono"

"Mi pregón va a tener algo de reencuentro con Avilés, pero también hablaré de lo que me gustaría para la ciudad en el futuro"

Olga Mesa, en una imagen de archivo. DAVID STEAM

La coreógrafa Olga Mesa (Avilés, 1965) leerá este mediodía en la plaza de España el pregón de las Fiestas del Bollo. Antes de abrir las celebraciones, atiende desde Francia la llamada telefónica de LA NUEVA ESPAÑA.

-Estoy ultimándolo.

-Cuénteme.

-No me voy a centrar sólo en mis vivencias del Bollo, procuraré hablar de algunos momentos que tengo en mi memoria de cuando aún vivía en Asturias. De eso, creo, va a ir el pregón, pero todavía me queda darle los últimos retoques.

-¿Es usted nostálgica?

-Nada, pero lo que estoy escribiendo tiene un aquel de reencuentro con los que dejé en Avilés. De eso también hablaré en el pregón. Pero también hablaré de la búsqueda del futuro, de las cosas que me gustaría ver en Avilés. El pregón tiene que ver con cómo escribo mis obras. No sé si me va a salir, pero me voy a esforzar.

-Pese a todo, vamos a echar la vista a atrás.

-Me acuerdo del bollo del desayuno, de las reinas de las fiestas. ¿Ahora se llaman xanas?

-Eso es.

-También me acuerdo de las carrozas. Me parece que desfilé en una de ellas. Mis recuerdos son difusos, entienda que me marché de Avilés a los 16 años, en 1978. Cuando regresaba a casa era por Navidad o por el verano. No me parece que coincidiera con primavera.

-¿Hasta qué punto se podía bailar en Avilés cuando empezó?

-Se podía, se podía. La profesora Catherine Rezard fue fundamental en mi formación, pero no sólo para la mía. Se había formado en la Ópera de París y de allí trajo una pedagogía de calidad intachable. Nos formaba desde el código de la danza clásica, ése era su árbol genealógico. Vio que tenía posibilidades y un día decidió que no podía enseñarme más. Fueron años muy importantes. Nos llevaba una vez al año a examinarnos por libre en el Conservatorio de Madrid. Aquellos viajes nos permitían ver lo que estaban haciendo las otras escuelas que también acudían a examinarse por libre. Catherine alimentó el gusano de la danza y ella fue también la que me permitió volar.

-Y se va siendo una niña.

-Era lo que tenía que hacer. Desde muy niña me había tomado la danza muy en serio, mucho más de lo normal. Muy pronto participaba en los festivales que organizaba Catherine, y ella, desde muy pronto, coreografiaba solos para que yo los interpretase. El viaje a Madrid era obligatorio. Me di cuenta ya allí de que el nivel había cambiado, que era muy bueno.

-¿Y cómo le fue al principio?

-El primer año fue dificilísimo. Era joven, aquella estancia suponía un esfuerzo para mi familia. Sin su apoyo y sin el de Catherine no hubiéramos llegado a nada. Sola, siendo niña y en Madrid, me deshacía cuando escuchaba la voz de mi madre: no estaba en casa, echaba de menos Avilés, pero la fuerza la sacaba de saber que estaba haciendo lo que quería con mucha constancia.

- ¿Dónde vivía?

-En casa de una pianista de la Escuela de Danza, en la calle Sagasta. Me tenía muy controlada.

- Por allí surgió la Movida madrileña.

-Sí, sí. Estaba cerca de la plaza del Dos de Mayo, del Café Central. Tardé un poco en conocer todo aquello. Había estado en un centro de danza de Cannes, un internado en el que conocí la danza contemporánea. Allí fue donde me encontré con la realidad, con lo que quería hacer. Regresé a Madrid en 1983: la Movida madrileña fue una locura creativa, fuimos las primeras en querer hacer danza contemporánea. Estuve con La Ribot y con Blanca Calvo. Todas veníamos del clásico, pero todas queríamos sobrepasarlo, meternos con lenguajes experimentales. Lo bueno es que no sabíamos cómo hacerlo, así que partimos de cero.

- ¿Cuándo empieza su carrera independiente?

-Después de Nueva York. Dejé "Bocanada" y empecé a trabajar sola. De allí regresé con mi primer montaje propio.

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