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La mansión de los cuentos

Ratonchi y la escuela Ratona

Las peripecias de los pequeños roedores en clase

Ratonchi y la escuela Ratona

Todos sabemos que Ratonchi es un ratoncito bueno, listo y aplicado. Como todos los ratoncitos de su edad, va a la escuela. No se sabe a ciencia cierta dónde se encuentra la Escuela Ratona. Algunos creen que bajo el Conservatorio Julián Orbón, otros bajo el Palacio de Valdecarzana y muchos bajo el hórreo del Carbayedo.

Lo cierto es que en la Escuela Ratona, el profesor de gimnasia se acababa de poner malo. Había comido demasiado Bollo de Pascua, le encantaba y comió hasta las plumas; y claro, le dolía la tripa. Estuvo todo el día en su cama, tapado hasta arriba. No podía ir a la escuela a dar clase a los ratoncitos.

Ya era la hora de entrar en clase. El profesor no llegaba, por lo que los alumnos, unos ratoncitos pequeños, comenzaron a hacer lo normal: correr entre los pupitres, saltar por las mesas, bailar, cantar... ¡Era una locura de clase!

El director de la escuela, al escuchar tal estruendo, corrió apresurado al aula y abrió la puerta:

-¡Pero qué ocurre aquí!, -preguntó enfadado.

Un ratoncito blanco, el delegado de la clase, se acercó al director y le dijo casi susurrando:

-Señor director, es que... Verá... No ha venido el profesor de gimnasia...

-Por supuesto que hoy no vendrá, está enfermo y debe guardar reposo toda la semana, -dijo aún enfadado el director.

De pronto, una sombra comenzó a ser visible en el umbral de la puerta. Alguien se acercaba.

Los alumnos podían ver cómo alguien con gabardina y sombrero entraba en la clase.

-¿Es usted el señor Bigotes, el profesor suplente de gimnasia?, -preguntó el director.

-Sí, ese soy yo, -contestó con voz ronca el nuevo profesor.

Los alumnos miraban atónitos. Habían vuelto a sus pupitres y no quitaban ojo al misterioso profesor. Aún no había mostrado su cara, la cual escondía bajo el sombrero y la gabardina.

-Mmm, -balbuceaba el director. -Pues comience cuanto antes, estos ratoncitos necesitan mucha disciplina. Diciendo estas palabras con un gesto de enfado, se fue a continuar con sus tareas.

La clase quedó sumida en el silencio más profundo. Los pequeños ratoncillos miraban al nuevo personaje casi sin pestañear.

-Cerrad esa boca muchachos, no querréis que una mosca anide en vuestra garganta, ¿verdad?, -dijo el nuevo maestro.

Todos los alumnos cerraron inmediatamente la boca. Apenas pestañeaban para no perder detalle, pero seguían sin descubrir más datos sobre en misterioso profesor.

-Creí que seríais unos muchachos más animados, estáis totalmente paralizados, así que os propongo un juego.

La expresión de los ratoncitos se iba relajando. Las primeras sonrisas aparecían al escuchar la palabra "juego".

-¡Vamos a jugar!, -añadió, ¿qué os parece al gato y al ratón?, -preguntó a los alumnos.

Los pequeños, aún no habían visto el rostro del nuevo maestro, pero ya poco les importaba, todos comenzaron a aplaudir y el griterío volvió a reinar en el aula:

-¡Yo no me la quedo!, -decía una ratoncita blanca.

-¡Yo no quiero ser el gato!, -gritaba otro marrón.

El alboroto era tal que parecía que las paredes vibraban, los pupitres rebotaban y el suelo temblaba. Los ratoncillos estaban poseídos frente a tanta alegría. Iban a saltarse su clase de gimnasia por jugar a su juego favorito: "el gato y el ratón"; estaban como locos.

El profesor Bigotes les observó durante unos instantes sin decir palabra.

-Este profesor es muy extraño, -dijo Ratonchi, el más valiente de toda la clase.

Continuará...

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