La vida y la muerte discurren estrechamente ligadas en La Carriona. El cementerio municipal acogió ayer las celebraciones de Todos los Santos, ligado a la honra de los difuntos, con la cotidianidad entrelazada en los resquicios de la fiesta: un cuponero a la entrada del cementerio, vecinos con barras de pan entre otros portando flores, saludos de júbilo ante encuentros insospechados y despliegue de banderas patrias en algunos edificios del entorno. A la entrada de la capilla, venta de velas. Y frente a toda esa mundanidad, las esculturas impertérritas del cementerio, con ángeles que, como nuevas casandras, anuncian sin que nadie les preste atención la inminencia de la muerte.

Tras soportar largas colas de coches en busca de aparcamiento, los fieles se desparramaron por el cementerio a mediodía, poco antes de la celebración de la primera de las dos misas programadas ayer. La mayoría buscaron las tumbas de sus seres queridos, tocaron la lápida e incluso hicieron fotos para mostrar lo bonitos que habían quedado los claveles. Hubo escenas de silencio y reflexión junto a otras de bullicio.

En la escalinata del cementerio donde se celebra cada año la misa, una empresa de eventos ultimaba los remates de la megafonía. El sacerdote responsable del camposanto de La Carriona, Alfonso Abel Vázquez, inició la celebración religiosa, y antes de comenzar la homilía tuvo que llamar a un médico porque una señora se había sentido indispuesta. Finalmente quedó en un susto.

El sacerdote comenzó con una cita poética para luego advertir: "Como viajeros que somos tenemos diferentes paradas en el transcurso de nuestra vida y nos obligan a transitar por algún lugar que no esperamos. En el camino despedimos a padres, abuelos, tíos, personas a las que nunca pensamos decir adiós. Hay un día en el que se para el vagón y da igual lo que tuvieras previsto, hay que bajarse para cruzar a la otra orilla, esa en la que siempre es amanecer".