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Memoria de la vida trashumante

Los descendientes de los vaqueiros de alzada honran su memoria: "En Les Cabañes llegó a haber quince familias"

Cartel indicador de Les Cabañes. MARA VILLAMUZA

Luanco, Illán GARCÍA

Un grupo de descendientes de los vaqueiros de alzada celebró la pasada semana una cena de hermandad en un restaurante de Verdicio, a pocos kilómetros de una de las localidades que por siglos fue testigo de aquella vida trashumante, Les Cabañes. El concejal de Cultura, Manuel Hernández Barrios, ha estudiado este colectivo, que en otoño regresaba cada año a Gozón después de haber pasado el verano en Torrestío (Babia, León).

"Los trashumantes, los vaqueiros de alzada, habían dado un salto en su calidad de vida", destaca el edil. En Les Cabañes vivían en caserías en un terreno propiedad de Paulina González Cienfuegos. En el siglo XIX, esos terrenos eran propiedad de la nobleza, tiempo después, pasaron a ser de los burgueses de la zona. "En Les Cabañes, había once hectáreas de terreno, con 13 familias en el lado de Verdicio y otras dos en la parte de Santolaya", señala Hernández Barrios. Poco a poco, esas familias fueron sedentarizándose y abandonando su vida trashumante. En otoño, plantaban ajos, recogían castañas y se aprovechaban de los productos de la matanza del cerdo. Viajaban con ganado, que se alimentaba de los pastos, de la hiedra que corría por las paredes y soportaba mejor las condiciones del tiempo, más cálido en la marina que en las frías montañas leonesas.

Solían llegar a Verdicio con vacas, cerdos, ovejas y cabras... También caballos. "Algunos cerdos podían ser sacrificados a medio camino entre Torrestío y Verdicio", señala el concejal de Cultura. La ropa iba cargada en alforjas en los caballos. Dada su vida, estaban constantemente relacionándose con el resto de vecinos, aunque no siempre eran bien recibidos. Podría decirse que el colectivo fue marginado. Entre ellos, organizaban andechas, trabajos comunitarios. La mujer solía dedicarse a las labores domésticas, ordeñar las vacas en el monte y los hombres estaban más centrados en el cuidado de las tierras.

También eran arrieros, quizá los primeros transportistas de la historia. "Transportaban sal desde los alfolíes, portaban salazones y escabeches a Torrestío y traen el vino a la marina, eran los emprendedores de la época que también trasladaban fabes", destaca Hernández Barrios. Pagaban las rentas de sus tierras de otoño con manteca, hacían labores de curanderos y abonaban el coste de los terrenos con cereal y también en metálico. "Además, tenían que pagar el fielato en Trubia", apunta el concejal de Cultura.

La iglesia no tenía el control de esos trashumantes, es más, no les permitía entrar al templo por la misma puerta que al resto de vecinos. Entraban por una puerta lateral, orientada al Norte. "Llegaban a pincharles con agujas y alfileres y en los funerales llevaban solo pendón mientras que los vecinos de la zona portaban estandarte y pendón. Incluso había una canción que me contaba mi suegro: 'Los vaqueiros de Les Cabañes salieron en procesión, lleven un gatu de santu y una vieya de pendón'", indica el edil de Cultura. La presencia de esos vaqueiros permanece a día de hoy reflejada en algunos apellidos comunes en el concejo de Gozón, como es el caso de Suirgo, Blanco, Cuervo, Colado, Riesgo y Álvarez, por citar algunos ejemplos.

Solían asentarse en terrenos comunales y tenían doble vecindad, la de su Torrestío de origen y la de la marina, en Les Cabañes (Verdicio), donde a pocos kilómetros los descendientes de aquellos trashumantes que dejaron de viajar por última vez hasta los años treinta degustaron un menú típico de otoño, a base de sopa de ajo y picadillo, como hicieron sus antepasados.

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