«No te amo, amo los celos que te tengo/ son lo único tuyo que me queda,/ los celos y la rabia que te tengo,/ hidrófobo de ti me ahogo en vino». Así poetiza el escritor chileno Armando Uribe los celos, una respuesta emocional e incontrolable en ocasiones y que siempre ha sido una seña de identidad del amor romántico. Los colectivos contra el maltrato consideran que el modelo de amor que durante siglos ha presidido en Occidente ya no sirve y, más aún, fomenta la violencia contra las mujeres. ¿Qué queda entonces de los acaramelados Romeo y Julieta o de los sufrientes Tristán e Isolda? ¿Y de Orfeo, incapaz de vivir sin su amada y que bajó a los infiernos en busca de Eurídice para arrebatársela a la misma muerte?

Precisamente en el amor romántico hace hincapié el Manifiesto del 25 de noviembre, Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, al considerar que los roles que se transmiten de generación en generación desde hace siglos «dificultan las relaciones de pareja». Incluso, pueden convertirse en el germen de una actitud violenta hacia la mujer. ¿El joven y desdichado Werther podría haber acabado convirtiéndose en un maltratador de no haberse suicidado?

La lucha contra la violencia machista no es un cuento. Y menos de príncipes azules y caballeros andantes. La dulce Blancanieves que esperaba a su salvador era en realidad una víctima de un modelo de amor que ahora, aseguran los colectivos feministas, está trasnochado y es peligroso. Pilar Sanpedro, autora del libro «El mito del amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja», señala los elementos prototípicos del amor romántico: «Inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre ambos, un todo indisoluble».

Este guión, que puede identificarse en cualquier comedia romántica, es peligroso, según los colectivos contra la violencia machista. El golpe es el estallido de la violencia, la punta del iceberg, pero ésta se va alimentando de otros comportamientos, como el dominio o el control sobre la pareja. «El sustento ideológico de todo esto es el ideal del amor romántico. Entre sus componentes está la idea de sufrir por la relación, considerándolo como algo bueno que implica más amor o pasión: si un hombre tiene celos es porque te quiere muchísimo; cuanto más sufras y más des en la relación, más posibilidades de que el amor triunfe. Esa concepción de darlo todo por amor sigue calando hoy», asegura Ángeles Castellano, presidenta de la asociación Xurtir, que trabaja con los adolescentes avilesinos para prevenir la violencia.

Y es que los celos son considerados un síntoma de amor por el 38 por ciento de los adolescentes avilesinos, según una encuesta realizada por este colectivo a 700 alumnos de cuarto de la ESO. «Que te controlen el teléfono móvil o con quién te relaciones es considerado una forma de amor, cuando se pone de manifiesto que hay algo que no funciona en una relación de pareja y que debe alertar ante una posible reacción violenta en el futuro», señala Paula Bartolomé (PSOE), concejala de Mujer en Avilés.

Aurelio González Ovies, poeta y profesor en la facultad de Filología Clásica de Oviedo, asegura en cambio no tener tan claro «eso de que uno no puede vivir sin el otro. En todo caso, ¿quién de ellos?». González Ovies relata que en el principio de los tiempos «lo femenino, lo matriarcal», fue dominante como elemento de fertilidad y protección. «Lo masculino, entonces y desde entonces, a sus órdenes», indica. El profesor cita «las muchas hazañas tramposas de Hera, la mujer de Júpiter, en contra de las amantes de su esposo». «Lo que me parece es que lo femenino desprende un veneno en contra de lo femenino, cuando se convierte en su enemigo; sospecha de su contraria y trama y va contra ella», explica. Pero, sostiene Ovies que «ellas no mueren por ellos». «Penélope sobrevive sin Ulises. Hay muchas figuras que se valen por sí mismas sin el "báculo" masculino, supervivencia que no al revés en otras muchas ocasiones, porque de no someternos nos envenenan, nos encadenan o nos aniquilan». La vuelta de la tortilla se da con la llegada del cristianismo que impone «un único Dios y un solo demonio, sin contrincante ni contrincanta». Con el catolicismo llega «el concepto de amor que nos inculcaron y sigue embutiéndonos -tanto para los bi, como los homo, como los heteros- ser fiel y perpetuamente honesto con quien firmamos un contrato que no es más que una agarradera egoísta. Ser fiel a lo nuestro y cantar al ideal, lo que deseamos pero no podemos alcanzar ni tocar ni confesar», añade. Según González Ovies y empleando un juego de palabras, «seguimos bajo las "esposas" del tabú».

Hoy los adolescentes no saben de mitos griegos pero sí de las tormentosas relaciones que ven cada semana en la serie «Física o Química», considerada machista por distintos estudios y a la que se enganchan 3 millones de españoles. «Los personajes femeninos encarnan a "la guarra", "la fea", "la madre", "la virgen", "la buena" y "la mala"», constata un estudio de la Universidad Complutense. Hasta la en apariencia liberada Carrie Bradshaw de «Sexo en Nueva York» acaba rendida al masculino y triunfador Mister Big.

«Se sigue reproduciendo una imagen de mujer débil, sumisa, que necesita protección, que sigue esperando por el príncipe azul que la saque de apuros», apunta la abogada Victoria Carbajal, de la asociación Simone de Beauvoir. «Los cuentos que nos contaban de pequeñas son los mismos que ahora relatan las abuelas a sus nietos y que tanto la publicidad como los guiones de las comedias románticas siguen mostrando a una mujer que espera por su media naranja, en vez de reflejar que ella es una naranja en sí misma», sostiene la letrada. Para Carbajal, «el mito del amor romántico mantiene patrones y tiene que ver con el maltrato».

El sociólogo británico Anthony Giddens enunció la sustitución del amor romántico por otro concepto, el del amor confluente. Este tipo de amor, azuzado por la transformación que supusieron los anticonceptivos o la legalización del divorcio, enuncia que las personas son «íntegras y completas por sí solas y las relaciones en las que se involucran solo vienen a aportarles satisfacción sexual y afectiva, dándole mayor importancia a la asociación voluntaria». Ya no debe haber medias naranjas incompletas que suspiran por su amado o amada; los celos son un sinsentido y un arma cargada. Pero mientras algunos tratan de que la Bella Durmiente despierte por sí misma de su sueño centenario, la televisión sigue bombardeando con el clásico del jugador de rugby que enamora a la angelical animadora. Y ahora, en estas fechas, los anuncios de colonias destilarán más sexismo que aromas. Por todo eso, las naranjas, mejor enteras.