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Concejo de Bildeo | Crónicas del municipio imposible

Manuel de Fonso

Manuel de Fonso

De nuestro corresponsal, Falcatrúas.

Manuel de Fonso era guapo, al decir de sus sobrinas, Josefa y María. Era el hermano mayor de Pepe el Ferreiro y tenía algún problema mental que los escasos médicos de hace cien años que atendían la zona de Bildeo no se molestaron en diagnosticar, mucho menos en curar. Al parecer le daban unos ataques esporádicos, sin más explicaciones. Que si tenía "el mal de la Gota", se decía, quién sabe; entre "el mal de la Gota" por la parte de los humanos y "el mal del Cuarto" atacando al ganado, se llenaron hospitales enteros y se vaciaron centenares de cuadras, era como decir "la Peste".

¿Por qué no se preocuparon los médicos de Manuel, de los muchos Manueles que había? Explicar esto es contar la Historia de España de los últimos siglos cuesta abajo, cada vez más retrasados respecto a Europa, especialmente en los pueblos, donde subsistía la mayor parte de la población con la agricultura y la ganadería, lejos del progreso, cerca de caciques y terratenientes, manteniendo las desigualdades sociales y las injusticias que pretendieron solucionar con la Guerra Incivil.

No se reclamó atención médica para Manuel porque en los pueblos casi nadie conocía sus derechos, por eso la familia no peleó, el chaval salió tonto y no había nada que hacer.

Manuel no era listo, pero como tenía que vivir de algo, le buscaron trabajo de criado en varias caserías de la zona, para cuidar ganado, ayudar durante el mes de la hierba, el más importante del año, acopiar leña, trabajos sencillos, no daba mucho más de sí; de una casa lo rescató la familia porque le daban mal de comer, hay gente para todo, pero en unas cuantas más en que se mantuvo por temporadas, lo trataron bien.

Cuando llegaron los nacionales a Bildeo, anduvieron preguntando por un miliciano vecino de otro pueblo que había combatido contra los de Franco y se había echado al monte, como se decía en aquel tiempo, sabedor de que si lo atrapaban le iban a dar chicharrón, no le quedaba otra. Preguntaron a todo Dios por el paradero del fugado, entre ellos estaba nuestro Manuel que, a falta de una, les dio varias posibilidades por los montes de la zona. A primera vista no parecía retrasado, las facciones eran normales, ya quedó dicho que era guapo, pero cuando les empezó a decir a los soldados que andaba por allá, un momento después decía que por el otro lado?A poco más lo fusilan, menos mal que había por allí un teniente algo más espabilado y les quitó la idea, era gente de gatillo fácil.

Acabó por tener una ocupación en el propio Bildeo: los vecinos llegaron a un acuerdo de confiarle todas las ovejas y cabras del pueblo, unas cincuenta o sesenta en total, tenía que recogerlas cada mañana, llevarlas al monte a pastar, a abrevar y devolverlas a las cuadras al atardecer, todo a cambio de unas pocas pesetas, apenas una propina, y la comida que cada día le tenían que dar los vecinos por riguroso turno.

Manuel identificaba perfectamente los animales de cada casa y los llamaba por el nombre del dueño o la dueña, según se tratase de un macho o una hembra y ningún vecino lo tomaba a mal, aunque a veces resultaba chocante oír a Manuel gritando a una cabra o un cabrito que se había introducido en finca ajena:

-¡Ludivina, hija de la gran puta, ladrona, como no salgas de ahí voy machacate el renaz!

-¡Laureano, me cago en tu madre, no subas a las paredes que te voy partir el alma, cacho cabrón!

Ludivina, naturalmente, era una de las vecinas que le tenía que dar de comer, incluso eran parientes, y no se sentía ofendida porque le dieran a una cabra el mismo nombre y la trataran así. Y Laureano, igual, no iba a enfadarse con Manuel por esa bobería.

Manuel murió con cincuenta años. Andaba algo pachucho, pero nada indicaba que estuviese tan mal. Aquel día, las mujeres de casa estaban cogiendo espigas de escanda en una tierra algo alejada del pueblo, ayudadas por María "La Cantinera", mujer de rompe y rasga que tuvo cantina, hacía madreñas, calzaba pantalones y fumaba cuando no lo hacían ni las vedettes en París; "La Cantinera" no es que fuera una gran trabajadora, pero el trabajo con ella era más llevadero. En un momento dado, se quedó quieta, le dio como un respingo y dijo a las demás:

-Algo pasó en el pueblo, alguien acaba de morir.

Carme Fonso, cuñada de Manuel, y sus dos hijas, Josefa y María, arrancaron para casa a todo lo que daban, pero ya era tarde.

Seguiremos informando.

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